Padre Fernando Pascual L.C.
Cristo recorre los caminos del mundo. Busca hoy, como lo hizo hace 2000 años, corazones heridos, corazones hambrientos, corazones necesitados, corazones vacíos.
Ofrece amor, regala paz, resucita entregas, provoca santidades. Limpia, sana, dignifica a hombres y mujeres zarandeados por la vida, hundidos en el pecado, abatidos por la tristeza, marginados o rechazados por sociedades llenas de egoísmo y vacías de esperanza.
Cada una de nuestras decisiones introduce algo nuevo en el mundo.
A veces pensamos que ciertas elecciones son insignificantes, sin valor, sin transcendencia. En realidad, quedarme a estudiar o ir de excursión, ver este o aquel programa televisivo, leer un libro de aventuras o uno de filosofía, tomar más o menos copas de cerveza... son decisiones que “entran” en mi vida, que llegan a ser parte de mí mismo, que me modifican.
Al mirar a nuestro alrededor podemos pensar que no quedan espacios para Cristo ni para la Iglesia. En ambientes del mundo de la ciencia, de la cultura, de la política, del espectáculo, la religión católica parece estar excluida, si es que no recibe ataques continuos, ironías llenas de rabia, o simplemente una ignorancia y un vacío llenos de desprecio.
Ateos y creyentes en diálogo
Puede parecer difícil conseguir un diálogo provechoso y cordial entre ateos y creyentes. Pero es posible, porque tenemos una común humanidad y porque en muchos ateos y en muchos creyentes hay un deseo sincero de ayudar a los otros.
Esos son los presupuestos fundamentales para construir puentes. Reconocer que algo nos une, que tenemos un corazón humano y una mente que piensa, es un paso necesario para que el diálogo se haga realidad.
Embriones congelados: una reflexión ética
A. Algunos criterios generales
B. ¿Qué debemos hacer con embriones congelados "sobrantes"? Presentación de alternativas
C. Adopción de embriones congelados
D. Dejar morir a los embriones congelados
E. En el cruce de caminos: conclusión
Cada familia cristiana es una “comunidad de vida y de amor” que recibe la misión “de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa” (Juan Pablo II, “Familiaris Consortio” n. 17). Es una comunidad que busca vivir según el Evangelio, que vibra con la Iglesia, que reza, que ama.
Para vivir el amor hace falta fundarlo todo en la experiencia de Cristo, en la vida de la Iglesia, en la fe y la esperanza que nos sostienen como católicos.
Después de más de tres siglos de racionalismo, en muchos países de antigua cultura cristiana hay quienes piensan que aceptar y vivir según las creencias religiosas limita y empobrece al hombre.
¿Y después de la muerte, qué? Las respuestas pueden ser muchas. Si las intentamos reducir a lo esencial, nos encontramos con tres respuestas fundamentales.
Más allá de la apariencia
Lo que aparece es simplemente eso: apariencia. No es toda la realidad, no nos dice tantas cosas que están escondidas en lo más profundo de cada corazón humano.
Durante décadas se ha hablado de la “vocación” del maestro. Se pensaba que una tarea tan importante implicaba algo especial, un don por el cual un hombre o una mujer entregaba lo mejor de su vida y de su tiempo al servicio de los niños y jóvenes de nuestras escuelas.