Padre Fernando Pascual L.C.
Dialogar no es fácil. En parte, porque el mundo moderno nos ha llenado de prisas. En parte, porque muchos prefieren leer o reflexionar por su cuenta sobre cierto tipo de temas. En parte, porque hay antagonismos profundos que nacen de diferentes puntos de vista o de actitudes internas de poco aprecio hacia los que tienen otros puntos de vista.
A veces vemos el mundo desde la tranquila seguridad de una vida que avanza sobre ruedas. No hay problemas, no hay dificultades especiales. Tal vez oímos que algún familiar está enfermo, que un amigo tuvo un accidente con la moto, o que el abuelo de mi amigo acaba de fallecer. Pero la música, el ruido, las prisas, nos hacen pasar rápido delante de hospitales y de cementerios, y nos hundimos en lo cotidiano. Hay que vivir, otros se encargarán de los enfermos...
No triunfa el mal cuando mata a los buenos, cuando encarcela a los inocentes, cuando roba a unos ancianos, cuando esclaviza a los más débiles. No triunfa el mal cuando lleva a la cárcel a quien no tiene culpa, cuando denigra a un político honesto, cuando hace que fracase un empresario que buscaba el bien de sus obreros. No triunfa el mal cuando un fanático impone sus ideas a millones de personas, cuando las encadena bajo una dictadura despiadada en la que los enemigos son asesinados o encarcelados de modo sistemático.
Sus amigos, sus padres, el párroco: todos le decían que no se casara con aquel señor divorciado. Pero ella insistió, cerró los oídos a todo consejo y se casó por lo civil. A los pocos meses ya estaban separados.
Sus compañeros de parroquia le habían avisado que con esos amigos iba a tener problemas. Pero aquel joven no hizo caso. Quería llevar “su” vida sin que nadie le estorbase. Acabó en un hospital, a punto de morir, por una sobredosis de droga.
De vez en cuando se escuchan afirmaciones como las siguientes: quienes creen poseer la verdad son peligrosos, pues en nombre de la verdad se han cometido innumerables crímenes; en nombre de algunas religiones que se han considerado a sí mismas como verdaderas (especialmente en nombre del cristianismo) se ha derramado sangre sin límites; los que pretenden tener razón son más peligrosos que las personas que viven en la duda o la indiferencia hacia cierto tipo de temas...
La discoteca es, para muchos, un mundo de ficción y de emociones, de música, cerveza, bailes y, algunas veces, también de drogas. Todo pasa muy rápido en una sala de luces y sombras, de encuentros y separaciones, de gritos y de fiesta.
La vida de cada ser humano depende de un motor fundamental, el amor. El amor late, como el corazón, con dos movimientos fundamentales: uno hacia afuera y otro hacia adentro, amar y sentirse amado. Quien ama a algo, a alguien, es capaz de todo. Quien se siente amado, protegido, ayudado, de un modo desinteresado y pleno, recoge energías para superar la enfermedad, el fracaso o la tristeza, y para construir todo lo bueno y grande que escribe las mejores páginas de nuestra historia.
El desayuno estuvo frío. El día amaneció nublado. El coche no arrancó bien. Nos paró un policía. En el trabajo nos pusieron varias zancadillas. Y al llegar a casa la esposa o el esposo nos regañó porque hicimos un raspón en la mesa del abuelo...
La sociedad existe sólo cuando esta edificada sobre principios irrenunciables. Uno de ellos es el de la confianza mutua.
Vivimos con otros, en casa o en la calle, en el trabajo o en el autobús, en un parque o en un equipo de deporte, porque existe entre nosotros confianza mutua. Porque pensamos que hay respeto, honestidad, acogida. Porque creemos que el familiar o el amigo no nos engañan, son sinceros.
La llave del corazón
Ha sido un esfuerzo inútil. Una y otra vez hemos explicado un punto de la doctrina de la Iglesia. La respuesta ha sido siempre la misma: rechazo, búsqueda de nuevas refutaciones, evasión, incluso críticas directas contra el Papa, los obispos, los sacerdotes, contra nosotros mismos.
Quizá fuimos un poco ingenuos. Creíamos que bastaba con explicar, con exponer, con citar documentos para que el otro pudiese llegar a ver y creer lo que nosotros vemos y creemos.