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D

Dejar un lugar a Dios

Estamos llenos de ocupaciones. Desde que suena el despertador, por la llamada, miles de reclamos nos absorben. Hay que lavarse bien, desayunar alguna cosa, ver que en casa todo esté en orden, llegar a tiempo a trabajo, cumplir con las pequeñas o grandes responsabilidades de todos los días...

Déjame esperar, Señor

Señor, te agradezco el sol, el viento, la sonrisa de una madre, el canto del jilguero. Te agradezco las horas de alegría con los míos, los ratos de trabajo y de esfuerzo. Te agradezco la salud con la que me permites trabajar por mis hermanos.  

Pero a veces, Señor, la vida nos sorprende. Nos hieren las angustias de los hombres, la injusticia, el hambre de los niños, el llanto de los viejos.  

El drama de Boromir

El poder atrae. Tener fuerza, conseguir un arma nueva, usar la astucia o la inteligencia, ser capaces de vencer, incluso con trampas, las dificultades o problemas que nos oprimen: es algo que nos tienta. A todos nos gustaría un poder tal que nos permita dominar el mundo, para arreglar los males, imponer justicias y fomentar bondades.

Disponible A

Un grupo de ángeles jóvenes acaban de recibir su misión para la próxima semana: encontrar hombres y mujeres disponibles para realizar la Voluntad de Dios.

Antes de partir hacia la Tierra, se reúnen con un arcángel veterano. Les explica lo complicados que son los seres humanos, las pegas que ponen cuando se les pide un favor, lo mucho que se autolimitan porque miran sólo sus defectos y se olvidan de Dios...

Dios me poda poco a poco

El Volvió a ocurrir. Aquello que tanto temía se hizo presente en mi vida. Dejó una herida profunda, abierta, que no deja de dolerme allá, muy dentro de mi alma.

Tuve que afrontar la dificultad, tuve que buscar fuerzas para salir adelante. En mi corazón busqué aferrarme a una rama de esperanza.

Sí: lo que menos deseaba ha llegado. Pero al menos puedo refugiarme en un consuelo, en una trinchera nueva. Tengo pequeñas alegrías que me suavizan en la hora de la prueba. Queda una rama de esperanza.

Dios existe y se llama amor

Lo quisiéramos decir con toda el alma, con la vida entera: Dios existe.

Más allá de las dudas, del fracaso, del miedo, del trabajo, del cansancio, del dolor. Más acá de las alegrías, de la ternura, de la amistad, del consuelo. Más dentro que mi conciencia, que mis pensamientos, que mis penas, que mis esperanzas. Más arriba de las montañas, de los cometas, de las galaxias, de la poesía.

¿Desgracias incomprensibles?

El hermano Jacinto sentía una pena profunda en su alma. Otra vez las noticias hablaban de un desastre. Cientos, quizá miles de muertos. Como si fuese una extraña ley de la fatalidad que todo tipo de mal ocurriese precisamente en los países más pobres, en los lugares que ya sufrían por miles de miserias e injusticias.

Desde el peso del pasado

El pasado deja heridas, produce huellas imborrables. Lo que hicimos, lo que dejamos de hacer, lo que otros realizaron, condiciona mi presente, continúa en mis recuerdos, influye en cada uno de mis actos.El pasado “pesa”. A veces llega a paralizarnos. Provoca miedo, genera angustias, suscita desconfianzas, impide el tomar decisiones urgentes.

Pero el pasado no lo es todo. Porque cada uno tiene, en sus manos, un presente, un instante frágil y fugitivo, maravilloso y esperanzador.