Es ya costumbre de muchos siglos: el nuevo Papa cambia nombre. Los motivos pueden ser diversos, pero en general se busca indicar dos cosas: que empieza algo nuevo, y que se pone el Pontificado bajo la protección y el auspicio de algún santo o de alguno de los Papas que han llevado el mismo nombre.
En nuestro caso, un conocido teólogo, un sacerdote lleno de espiritualidad, un obispo, un cardenal de curia, acaba de convertirse en Papa. El que antes conocíamos como Joseph Ratzinger ahora ha empezado a ser y a servir a la Iglesia como Benedicto XVI.
Por eso es oportuno distinguir entre lo que ha sido dicho y escrito por Ratzinger y lo que va a empezar a decir y escribir Benedicto XVI.
En cuanto “Joseph Ratzinger”, podemos clasificar sus ideas en tres niveles: lo que ha hecho como teólogo y como investigador; lo que ha predicado o escrito como obispo; lo que ha publicado como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe.
El valor de los pensamientos e ideas que pertenece a cada uno de estos niveles es distinto. El primer nivel es el teológico. El teólogo investiga y profundiza, propone teorías. En este sentido, Joseph Ratzinger ha ofrecido un servicio muy hermoso y rico a la Iglesia, como podemos leer en muchas de sus obras. Podemos mencionar, entre tantas, uno que lleva como título “Introducción al cristianismo”. En este nivel su pensamiento vale en la medida que valen sus argumentos. Y no cabe duda que todos le han reconocido una grandísima profundidad y una lógica férrea en sus escritos como teólogo.
Los contenidos del segundo nivel (como obispo) pueden ser de distinto valor. En muchas de sus intervenciones, Ratzinger se ha limitado a explicar diversos aspectos de la doctrina católica, por lo que sus intervenciones fueron magisterio auténtico de un sucesor de los apóstoles que transmitía la fe de la Iglesia.
En el tercer nivel encontramos los documentos promulgados por el Cardenal Ratzinger en cuanto Prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe (cargo que ha desempeñado desde 1981 hasta abril de 2005). En este cargo colaboraba con el Papa, cuya función es cuidar que en toda la Iglesia se mantenga la pureza y se exponga en todo su esplendor la verdad de la fe en Cristo. Algunos de los documentos de esta época en realidad constituyen magisterio pontificio por el hecho de que fueron presentados, aprobados explícitamente y publicados por orden expresa del Papa, Juan Pablo II. Entre estos documentos podemos recordar la instrucción “Donum vitae” (22 de febrero de 1987, sobre las nuevas técnicas de reproducción artificial), y la declaración “Dominus Iesus” (6 de agosto de 2000, sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia).
¿Y ahora? Vamos a recibir las enseñanzas, el Magisterio, de un hombre que, en cierto modo, se ha enriquecido: desde Ratzinger hasta Benedicto XVI. Lo que diga ahora el Papa en discursos, homilías, encíclicas, exhortaciones apostólicas, etc., tendrá valor en cuanto enseñanza pontificia y según la intención y el tipo de doctrina que desee transmitir, puesto que el Papa es maestro auténtico de la fe apostólica al servicio de toda la Iglesia.
La Iglesia universal empieza una nueva etapa de su andadura plurisecular. Desde las enseñanzas de los anteriores Papas, desde los Concilios ecuménicos que van desde el Concilio de Nicea (el año 325) hasta el Concilio Vaticano II (1962-1965), desde el patrimonio espiritual y doctrinal de una Iglesia siempre antigua y siempre nueva, seguimos en nuestro caminar hacia el Padre, en este tercer milenio recién estrenado. Un milenio que inició bajo el magisterio de nuestro queridísimo Papa Juan Pablo II. Un milenio en el que contamos ahora con la asistencia y la guía de Benedicto XVI, al que ofrecemos de corazón nuestro apoyo y nuestras oraciones de creyentes en el mismo Señor Jesús.