Lo quisiéramos decir con toda el alma, con la vida entera: Dios existe.
Más allá de las dudas, del fracaso, del miedo, del trabajo, del cansancio, del dolor. Más acá de las alegrías, de la ternura, de la amistad, del consuelo. Más dentro que mi conciencia, que mis pensamientos, que mis penas, que mis esperanzas. Más arriba de las montañas, de los cometas, de las galaxias, de la poesía.
Dios existe. La fe sencilla, la profundidad reflexiva, la mirada asombrada, la sonrisa del alma, nos llevan a esta certeza. Con todo lo que ella implica, con todo lo que puede nacer en un corazón que recibe entre sus manos la llave para comprender la vida y la muerte, la angustia y la esperanza, la ternura y el dolor.
Dios existe. Y se llama amor. Porque el nombre de Dios tiene que ser el más hermoso, el más grande, el más profundo, el más misterioso, el más deseado, el más lleno de riquezas. Porque lo más sublime entre los hombres tiene que venir precisamente del Corazón que nos dio origen, que nos abrió a la vida, que nos modeló desde su soplo divino, que nos plasmó con sus manos de Padre bueno.
Si Dios se llama amor, si soy imagen suya, no puedo vivir de otra manera más que amando. Nací desde Su amor y camino hacia ese mismo Amor misterioso e inmenso. Amor cercano y amor pleno, amor de Amigo y amor de Padre, amor apasionado y amor que pasa por la experiencia de la Cruz en el Calvario.
Dios existe y se llama amor. Hoy miraré el mundo con ojos diversos. Descubriré ternura, abrazaré esperanzas, me daré a quien pida ayuda, tomaré la mano de quien busca luz entre las sombras.
Dios. Estos momentos, este instante, quieren ser simplemente un momento para aprender a vivir de la vida verdadera, para avanzar en la belleza del Evangelio. “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,15). “Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4,16).