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A

Ante Tí Señor

Ante Tí Señor

S:  Ante tí Señor

T:  Ante tí Señor

S:  Mi alma levantaré

T:  Mi alma levantaré

     (bis)

S: Oh mi Dios

T: Oh mi Dios, confío en Ti

S: Confío en Ti

T: Yo te alabo Señor,

    yo te adoro Señor,

    oh, mi Dios.

S: Guíame Señor

T: Guíame Señor

S: Y cuida mi alma

Amarte A Ti Señor

Amarte A Ti Señor

Amarte a ti Señor

en todas las cosas

y a todas en ti.

En todo amar y servir,

en todo amar y servir

Tu amor me ha dado vida,

tu amor me ha dado ser.

De ti me viene todo

y a tí debe volver.

Gustoso pues te ofrezco

mi haber, mi poseer.

Tu amor y gracia dame

de más no es menester.

Amarte a ti...

Presente en las creaturas

y activo en todo estás.

En mí, como en un templo

te dignas habitar.

De Ti, bondad y gracia

me llueven sin cesar.

¿Amigos?

 

Hace poco publiqué un artículo titulado “Sí se puede” donde mencioné cómo dos catedráticos universitarios habían tenido como alumnos al hijo del otro, y cómo uno de ellos, aprobó su alumno “en razón de su amistad con su padre” aunque el muchacho no había estudiado lo necesario, a diferencia de su colega quien había reprobado al hijo del primero por no saber la materia.

¿A cuánto me lo dejas?

Recuerdo que siendo niño acompañaba a mi madre al mercado de la Colonia Escandón. Meterme en aquel mundo de colores, olores y sabores, suponía para mí un curioso gozo, que debía pagar sirviendo de “tameme” o, más elegantemente dicho, “gerente ejecutivo del departamento de transporte de mercancías”. Dichas experiencias me permitieron contemplar ese maravilloso juego de ingenio que llamamos “regateo”.

¡Su atención, por favor!

¡ Su atención, por favor !

Hace algunos años fueron de compras mi madre y mi hermana al centro de la ciudad. Como de costumbre, las llevó el chofer (del autobús) y todo marchaba bien hasta que se bajaron, mejor dicho hasta que se bajó mi mamá, pues cuando lo hizo mi hermana que iba detrás de ella, se tropezó y fue a dar al suelo con toda su humanidad. El golpe no fue de graves consecuencias, pero sí doloroso y vergonzante, amén de desconcertante por inesperado; de forma tal que, la pobre se quedó sin habla.

Acuérdate del Pato...

Por correo electrónico me enviaron el siguiente relato: Había un niño pequeño de nombre Pedro, al que no se sabe por qué, todos llamaban Pedrito. Él estaba pasando unos días de visita en la granja de sus abuelos. Pedrito tenía una resortera con la que jugaba todos los días. Solía ir al bosque de cacería, pero nunca pudo matar ningún animal.