¡ Su atención, por favor !
Hace algunos años fueron de compras mi madre y mi hermana al centro de la ciudad. Como de costumbre, las llevó el chofer (del autobús) y todo marchaba bien hasta que se bajaron, mejor dicho hasta que se bajó mi mamá, pues cuando lo hizo mi hermana que iba detrás de ella, se tropezó y fue a dar al suelo con toda su humanidad. El golpe no fue de graves consecuencias, pero sí doloroso y vergonzante, amén de desconcertante por inesperado; de forma tal que, la pobre se quedó sin habla.
Raudos y veloces, dos amables caballeros se prestaron a levantarla tomándola de los brazos, sin embargo, no se percataron de que a mi hermana se le habían enganchado los tacones de los zapatos en el dobladillo de la falda, lo que le impidió estirar las piernas, de forma que, cuando ellos calcularon que había bajado los pies, la soltaron provocando la segunda caída, sin conseguir que los tacones decidieran abandonar su presa, ni ella pudiera soltarlos ya que tenía las manos sujetadas por sus rescatistas. Esta operación se repitió tres veces hasta que alguien descubrió que el tren de aterrizaje estaba inmovilizado. Después de destrabarla pudo andar como el resto de los mortales: en dos pies.
Para todo esto, mi madre no se enteró de la situación en que se encontraba mi hermana; y suponiendo que caminaba a su lado, mantuvo el tema de conversación que tenían en el autobús, esto es, siguió hablando con alguien que no podía oírla, ni contestar a sus preguntas. La muy grosera de mi hermana la había dejado hablando sola, como les suele sucederle a los dementes. Lógicamente cuando observó como la miraba la gente, se sintió indignada; volvió sobre sus pasos hasta un grupo de gente que en aquel momento rodeaba a la hija de sus entrañas y, sin pensarlo mucho, la regañó preguntándole: “Y tú ¿qué haces ahí”.
No cabe duda que la actitud de mi hermana no tiene justificación. Eso de abandonar a su propia madre sin poner atención a lo que le dice, no es de gente educada. Pero, en fin, no la critiquemos pues no tenemos derecho a juzgar a nadie.
Tomando como base este incidente, quizás nos convenga echar un vistazo a nuestra actitud para analizar dos asuntos de gran importancia: El primero consistirá en saber qué tanta atención solemos poner a lo que nos dicen los demás, pues es fácil estar tan abstraídos en nuestros asuntos que nos impidan descifrar el lenguaje de quienes nos hablan. Por otra parte, y aunque pudiera parecer lo mismo: Qué tanto transmitimos la sensación de atención a quienes nos dicen algo, pues en ocasiones los oímos mientras realizamos labores como escribir a máquina, barrer, cocinar, y de manera muy especial; ver la televisión; haciéndoles sentir que no les ponemos atención.
Jaime Valverde me contaba que un amigo suyo de Chihuahua, asistió a un curso dirigido a empresarios para “aprender a escuchar”, y según me dijo, le sirvió mucho. Esto me hace pensar que este asunto rebasa, con mucho, lo que consideramos como “buena educación” o “buenos modales” y que requiere un entrenamiento de la inteligencia y de la voluntad que forman las dos potencias superiores del alma.
No considero exagerado que la “educación de la atención” deba ocupar un papel mucho más importante en los niveles básicos del jardín de niños y durante toda la primaria que el que actualmente se le da, pues desafortunadamente, se nota una gran deficiencia en ello incluso hasta los niveles de postgrado universitarios.
No resulta raro que los estudiosos de la educación exijan a los profesores un desarrollo casi de mago de circo en las técnicas didácticas para conseguir y mantener la atención de los alumnos, cuando estos no tienen hábitos de atención. Esto es, la culpa de los resultados deficientes en la enseñanza se debe en parte a los profesores y en parte a los alumnos, y dicho sea de paso a los padres de familia que no se preocupan de fomentar estos hábitos en sus hijos desde que son pequeñitos.
Pero las cosas se ponen peor a nivel familiar, y en especial en la comunicación entre los esposos, donde el resultado suele ir mucho más allá del simple sacar una calificación baja... “sí, claro, ya lo sé... siempre me dejas hablando sola. Como nunca no te importa lo que me pasa...” ¡PELIGRO! ¡Zona de derrumbes!