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Una actitud para aprender

Una tragedia en la escuela

Una actitud para aprender

Pbro. José Martínez Colín

En ocasiones ciertas tragedias nos pueden acobardar, pero hay ejemplos de personas que a partir de ellas han sabido afrontarlas y de las que podemos aprender mucho. El siguiente relato nos describe a una de ellas.

En los primeros años del siglo XX, en una pequeña escuela rural de Kansas, en Estados Unidos, había una vieja estufa de carbón muy anticuada. Un niño de ocho años, Glenn, tenía asignada la tarea de llegar al colegio temprano para encender el fuego y calentar el aula antes de que llegaran su maestra y sus compañeros.

Una mañana, llegaron y encontraron la escuela envuelta en llamas. Sacaron al niño inconsciente más muerto que vivo del edificio; su hermano Floyd había ya fallecido. Glenn tenía quemaduras graves, sobre todo en sus piernas, y lo llevaron urgente al hospital.

En su cama, el niño horriblemente quemado y semiconsciente, oía al médico que le decía a su madre que seguramente su hijo moriría y que era lo mejor que podía pasar, pues el fuego había destruido la parte inferior de su cuerpo.

Pero el valiente niño no quería morir. Y para gran sorpresa de los médicos, el niño sobrevivió.

Una vez superado el peligro de muerte, volvió a oír a su madre y al médico hablar en voz baja. Dado que el fuego había dañado sus extremidades inferiores, los médicos aconsejaron a la madre que había que amputarle las piernas, pues no había posibilidad de usarlas jamás, pero su madre no lo permitió.

Una vez más el valiente niño tomó una decisión: Caminaría costara el esfuerzo que costara. Aunque desgraciadamente, de la cintura para abajo, no tenía capacidad motriz. Sus delgadas piernas colgaban sin vida.

Finalmente, le dieron de alta. Todos los días, su madre le masajeaba las piernas, pero no había sensación, ni control. No obstante, su determinación de caminar era más fuerte que nunca. Para trasladarse tenía que usar una silla de ruedas.

Una mañana soleada, la madre lo llevó al patio para que tomara aire fresco. Ese día en lugar de quedarse sentado, decidió tirarse de la silla. Cayó y se impulsó sobre el césped arrastrando las piernas. Llegó hasta el cerco de postes blancos que rodeaba el jardín de su casa. Con gran esfuerzo, se subió al cerco. Allí, poste por poste, empezó a avanzar por el cerco, decidido a caminar.

Empezó a hacer lo mismo todos los días. Fueron tantos que ya había hecho un surco junto al cerco. Nada quería más que darle vida a esas dos piernas.

Por fin, gracias a las oraciones fervientes de su madre, a los masajes diarios, a su persistencia férrea y a su resuelta determinación, desarrolló la capacidad, primero de pararse, luego caminar tambaleándose y finalmente caminar solo y después… a correr.

Empezó a ir caminando al colegio, después corriendo, por el simple placer de correr. Más adelante, en la universidad, formó parte del equipo de carrera sobre pista.

Y aun después, en el Madison Square Garden, este joven que no tenía esperanzas de sobrevivir, ni de caminar, este joven determinado, llamado Glenn V. Cunningham, llegó a ser el atleta estadounidense que ¡corrió el kilómetro más veloz en todo mundo!

Glenn V. Cunningham (1909 –1988) fue un corredor de distancia considerado por muchos el mejor corredor de la milla en América de todos los tiempos. Recibió muchos premios, fue a dos olimpiadas y rompió varias marcas, incluso el record mundial. Llego a ser llamado “El caballo de acero de Kansas”.

Gracias a su actitud positiva y a su determinación logró lo que era imposible. Todo un ejemplo a seguir frente a nuestras derrotas y fracasos, para que jamás nos dejemos vencer y luchemos con optimismo.

(e-mail: padrejosearticulos@gmail.com)