La vigencia y riqueza del celibato ha sido una de las cuestiones que más interés han suscitado en el Congreso mundial, el 11 y 12 de marzo, sobre el sacerdocio, organizado por la Congregación vaticana para el Clero, en la Universidad Pontificia Lateranense de Roma. En el encuentro, una de las citas más importantes de este Año Sacerdotal, con la participación de 50 obispos y de más de 500 presbíteros, intervino Benedicto XVI para subrayar la necesidad de que el sacerdote tenga muy claro su pertenencia a Dios, y no a los vientos culturales de este mundo. «En un contexto de difundida secularización, que excluye progresivamente a Dios de la esfera pública -constató el Papa-, hay gran necesidad de sacerdotes que hablen de Dios al mundo y que presenten a Dios al mundo; hombres no sujetos a efímeras maneras culturales, sino capaces de vivir de manera auténtica esa libertad que sólo la certeza de la pertenencia a Dios está en condiciones de dar. En la manera de pensar, de hablar, de juzgar los hechos del mundo, de servir y amar, de relacionarse con las personas, también en el hábito, el sacerdote debe sacar fuerza profética de su pertenencia sacramental, de su ser profundo».
En la perspectiva de lo que es el sacerdote, y no sólo de lo que hace, el Papa ofrece «el marco adecuado para comprender y reafirmar, también en nuestros días, el valor del sagrado celibato, que en la Iglesia latina es un carisma requerido para el Orden sagrado y es tenido en grandísima consideración en las Iglesias orientales. Eso es auténtica profecía del Reino, signo de la consagración con corazón indiviso al Señor y a las cosas del Señor, expresión del don de sí mismo a Dios y a los demás».
Uno de los grandes errores actuales, como mostró este Congreso, consiste en ver el celibato como una forma más de ayuno y abstinencia, en este caso de por vida, a las relaciones sexuales. Monseñor Fortunatus Nwachukwu, responsable de protocolo para la Secretaría de Estado de la Santa Sede, ilustró este aspecto en una conferencia que tuvo un impacto inesperado. El prelado nigeriano, sin quitar nada del aspecto positivo propio del ayuno, considera que plantear una analogía así da lugar a una visión que es represora y mortificante, y por tanto no tiene nada que ver con la dimensión del celibato por el Reino propia del Evangelio: «El celibato es un estilo de vida positivo, que pone al sacerdote totalmente al servicio de Dios y de los demás. El sacerdote célibe pone su vida a imagen de la de Jesucristo, Eterno Sacerdote, que se entregó totalmente a la voluntad del Padre y al servicio de los demás. De este modo, el sacerdote puede sentirse realmente otro Cristo». De ahí que «el celibato no debería ser tratado como una cuestión lúgubre, por la que el sacerdote o el religioso tiene que asumir una continencia triste o desfigurada para demostrar la seriedad de su devoción. Jesús quiere que la abstinencia del celibato sacerdotal sea vivida como una fuente de intimidad (en secreto) con Dios, quien también ve y se reconoce en secreto; una relación que inspira en el sacerdote una alegría que no sólo se percibe de manera interna, sino también externa. Un triste celibato es un mal celibato».
Jesús Colina. Roma