Poco antes de su martirio, santo Tomás Moro consuela a su hija con estas palabras: “Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad mejor”.
Me acorde de esta frase al ojear el periódico hace unos días.
Hay cosas que a primera vista no se comprenden, ni cuadran. Por un lado el hombre ha logrado conquistar la luna, desarrollar tecnología de punta para facilitar la vida, conseguir admirables avances en el campo de la medicina, en fin. Pero con esa misma capacidad e inteligencia, también ha producido todos los medios para destruirse. Y me refiero sólo a los artefactos explosivos, armamentos sofisticados o sustancias tóxicas; en ocasiones bastan unas cuantas líneas escritas en la computadora para lastimar y causar grandes e irreversibles daños al prójimo.
Hace unos días el papá de una amiga falleció. Yo sabía que el señor llevaba años enfermo, pero lo que desconocía era la causa de su enfermedad. Me acabo de enterar que hace más de 10 años este hombre fue difamado por un medio de comunicación, y aunque meses después se reconoció su inocencia, este señor jamás pudo superar la crisis depresiva que sufrió al ver destruida y pisoteada su reputación y la de su familia públicamente.
Cuando llamé a mi amiga para darle el pésame, me explicó que el mundo de su padre se derrumbó desde aquella calumnia pública de años atrás, y que a pesar de los esfuerzos de la familia por animarlo y sacarlo adelante, todo fue en vano.
El caso es que en estos días muchos nos planteamos una serie de preguntas ante el ambiente agresivo y violento que nos rodea. No comprendemos por qué no puede frenarse, dejar de avanzar la ola de violencia. Pero de pronto, cuando acontecen sucesos como el anterior, nos damos cuenta que el problema del mal no se da sólo en la delincuencia organizada, en la gente sin educación ni formación; también decenas de hombres y mujeres preparados y ‘educados’ son capaces de destruir, de acabar con la reputación de cualquiera sin tocarse el corazón.
Por eso, valdría la pena recordar en estos tiempos de tanta violencia e insensibilidad por el dolor ajeno, que Dios les dio al hombre y a la mujer la libertad. Y precisamente por su condición de criatura libre, el ser humano puede elegir hacer daño, atropellar, pasar por encima de los demás. Pero también con esa misma libertad puede elegir hacer el bien, ayudar, ser solidario y compañero de quienes le rodean. Desarrollar todas las cosas buenas que estén a nuestro alcance, incluso entregar la vida a beneficio de los demás, como hoy lo hacen miles de sacerdotes y religiosas por el mundo.
Volviendo al inicio y parafraseando a santo Tomas Moro, sólo nos queda decir a todos los que hoy se sienten lastimados y agredidos por quienes no saben usar su libertad para lo bueno, que nada puede pasarles que Dios no quiera, y si Dios quiere esto, es que seguramente la realidad futura será mejor, mucho mejor. Ya lo verán.