El odio que el demonio mantiene hacia Dios y hacia la creatura humana lo explican la soberbia y los celos. En efecto, cuando Luzbel, el ángel más hermoso, observó cuánta dedicación y amor depositaba Dios en la creación de un nuevo ser viviente, luego de haber creado los animales, se sintió atacado por los celos y experimentó por primera vez ese sentimiento que es la envidia y que se deriva en tristeza o en dolor por el bien del otro. Ahora, se percató el ángel, había otra creatura a la que el Creador amaba.
Dios le hizo saber a Luzbel que tendría que servir al hombre, y él entonces, ya enardecido de rabia respondió Non serviam, no lo serviré, y a Dios le gritó que en eso no le obedecería. Así cayó ante Dios transformándose en Lucifer, y no cayó sólo… le acompañaban en su envidia y soberbia muchos ángeles más, todos los que evitaron constituirse en servidores de los hombres y negaron obediencia al Creador. Desde entonces esos ángeles caídos suponen que Dios es protagonista de un error y que el hombre no merece su atención, menos su amor.
Caídos los ángeles, y transformados en demonios, se mantienen ocupados en demostrar al Creador la bajeza de la creatura humana. Arrastrándolo al mal le demuestran a Dios su equivocación y llevándole a la perdición le arrebatan el objeto de su amor. En verdad las acciones diabólicas dirigen un doble ataque: contra Dios cuando lo hieren en quien más ama, y contra el hombre cuando lo privan de responder con amor a quien con amor le creó.
El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que “La escritura habla de un pecado de estos ángeles” y que “esta caída consiste en la elección libre de estos espíritus creados que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su Reino”, por lo que en el libro del Génesis de las sagradas escrituras “encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: -serán como dioses-”. Las escrituras afirman también, en el evangelio de San Juan que el diablo es “pecador desde el principio” y “padre de la mentira”.
En su párrafo 393 el Catecismo establece lo siguiente: “Es el carácter irrevocable de su elección, y no un defecto de la infinita misericordia divina lo que hace que el pecado de los ángeles no pueda ser perdonado. No hay arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte”.
El Catecismo agrega, en el párrafo 394 que “la escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama -homicida desde el principio- y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre” pero “el Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo. La más grave, en consecuencias, de estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer a Dios”.
En el párrafo 395 el Catecismo explica, para tranquilidad nuestra, que: “Sin embargo, el poder de Satán no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios. Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños –de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física- en cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la divina providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo. El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero nosotros sabemos (como escribe San Pablo en Rm 8, 28) que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman”.
Lucifer no contaba con que el amor de Dios llegaría al extremo de hacerse uno de nosotros al encarnarse en María, lo que vino a aumentar su odio, pues Dios no se hizo ángel, sino hombre, con lo que inicia la promesa salvífica del Génesis cuando le hizo saber a la serpiente que una mujer le pisaría la cabeza mientras su descendencia la dominaría.
Satanás odia a Dios, aborrece al hombre y se odia a sí mismo porque no puede amar, porque su naturaleza quedó transformada en odio desde que renunció al amor. Ahora engaña a los hombres con prácticas de magia y de hechicería que ofrecen poder sobrenatural sobre el prójimo, pero eso no es verdad.
El verdadero poder es el amor, única arma para vencer a Satanás, porque se traduce en servicio a los demás.