Este artículo responde a una carta que envía el Sr. José de Jesús Rangel, donde expresa sus inquietudes sobre lo que percibe como la poca respuesta de los sacerdotes frente a los ataques que se hacen a la Iglesia.
Estimado Amigo,
Muchas gracias por compartir conmigo sus inquietudes que resumo en dos: La impotencia al ver como ciertos medios, ciertos funcionarios atacan a la Iglesia y a sus dirigentes y, por otro lado, su percepción de que sacerdotes y obispos no responden a esos ataques como sería adecuado. Y detrás de esas inquietudes, adivino un profundo y fuerte amor por la Iglesia.
Déjeme empezar por decirle que un buen número de años de tratar en diversas obras de apostolado con sacerdotes de todo el país y con algunos obispos me han dejado una impresión ambivalente. No ha sido una relación fácil. Es claro que tenemos, seglares y clérigos, una visión diferente del mundo, una jerarquía de valores desigual, un sentido del tiempo que difiere mucho. A esto, agregue Usted la condición humana, tan llena de miserias, que hace que ninguno de nosotros, seglares o clérigos, sea un dechado de comprensión y de prudencia. El resultado puede ser explosivo y, en particular en el caso de los seglares varones, ser un motivo (o pretexto) para el alejamiento de la Iglesia. En mi caso, es un verdadero milagro de la Santísima Virgen el que esas frustraciones no me hayan vuelto anticlerical.
Por otro lado, esos largos años de trato con nuestros clérigos, religiosos y religiosas, han creado en mí una intensa admiración y un profundo cariño por ellos y ellas. Veo la entrega de la mayoría de ellos, las condiciones en que viven su vida, en muchos casos de una profunda y real pobreza, he visto su ancianidad con frecuencia desvalida y no puedo dejar de admirar su capacidad de sacrificio. Sí, habrá algunos que tengan dinero, pero no es el caso de la mayoría. Y me consta de muchos, aún algunos muy pobres, que dan dinero a personas que lo necesitan, casi literalmente quitándose de la boca lo que están dando.
Veo su inmensa carga de trabajo y conozco de cerca la angustia de muchos de ellos por lo poco que pueden hacer. Este país tiene ochenta y ocho millones de católicos. No sé el número de curas que tiene este país, pero creo que me voy muy largo si tiene diez y seis mil. Eso nos daría cinco mil quinientos católicos por sacerdote. Si esos católicos se confesaran cada tres meses, usando diez minutos por confesión, ocuparían al sacerdote casi diez horas diarias. Agregue Usted misas, bautizos, matrimonios, unciones de enfermos y verá que solo los sacramentos harían que nuestros sacerdotes no tuvieran tiempo de comer o de dormir. Súmele Usted organización de su parroquia, atención a los grupos seglares, horas robadas al sueño para estudiar y mil otras cosas. Claro, la realidad es que solo una minoría se confiesa frecuentemente. Es cierto que pocos asisten a la misa diaria. Pero también es cierto que hay curas que tienen parroquias con veinte mil, treinta mil, cincuenta mil o más feligreses por sacerdote. La carga no es solo numérica; es también emocional. Me consta la angustia de muchos sacerdotes al ver la enorme cantidad de almas que no pueden alcanzar.
Ante estas situaciones, la mayor parte de los curas que conozco simplemente no les daría el tiempo de ponerse a responder los ataques a la Iglesia y, de todos modos, en su jerarquía de valores, a eso le darían una importancia mucho menor que, por ejemplo, atender a la ancianita que le viene a preguntar por décima vez una duda de fe, y que el cura sabe muy bien que el problema real es que se siente sola y quiere conversación. Por otro lado, al ver los curas (la mayoría, al menos) las cosas desde otra dimensión del tiempo y de la eternidad, muchas veces dejarán en manos de Dios la defensa de la Iglesia. Por supuesto, a nosotros los seglares nos costará mucho entenderlos. Para nosotros, no es posible dejar pasar un ataque, una calumnia. Y rapidito: se nos queman las habas por responder. Cabe también cuestionarse si, al darle mucha importancia a las calumnias, no hacemos más grande el problema y logramos que se siga creciendo.
Estimado amigo: esta campaña no es nueva. Tiene al menos ciento cincuenta años en México y ha tenido épocas de gran intensidad, como los años veinte y treinta el siglo veinte, o los años sesenta y setenta del siglo diez y nueve. Los principales detractores de la Iglesia han sido ciertos grupos de políticos. Hoy, ciento cincuenta años después, encuesta tras encuesta demuestran que los mexicanos confían en los curas más que en otros sectores de la población, como maestros, jueces y, por supuesto, más que en los políticos (que están en último lugar de confiabilidad) o que en los policías (penúltimo lugar). Por algo será.
En todo caso, somos los seglares los que tenemos que asumir la defensa de nuestra Iglesia. Gracias por su carta y que Dios lo bendiga.