Hace mucho que no escuchaba o leía esta frase. Tal vez porque ya no leo las noticias de los y las artistas, ni sus revistas, ni oigo o veo los programas que se dedican a sus tan interesantes vidas. Pero, en fin, ahora la volví a leer. La frase, por supuesto, era de una artista que así justificaba, en un tono de superioridad, el que no se iba a casar, sino que viviría en la llamada “unión libre”. Y, la verdad, me puso a pensar.
Primero, aquello de la “unión libre”. ¡Cómo si los matrimonios no se contrajeran libremente! Todavía más, si recuerdo correctamente, cada vez que se celebra una boda católica, se pregunta a los novios, si vienen al matrimonio por su libre voluntad… y si la respuesta es no, el sacerdote tiene la obligación de suspenderla. Todavía más, si se demuestra que un matrimonio se celebró bajo amenaza, presiones o cualquier otro modo de violentar la libertad de los contrayentes, eso es una causal de nulidad. ¿Se oirá mal que, de ahora en adelante, cuando me pregunten mi estado civil diga que es matrimonio libre? A mí, nadie me obligó. Habrá que preguntarle a las señoras.
Después, me puse a reflexionar sobre lo que significa formalizar nuestra vida matrimonial mediante un matrimonio civil así como solemnizarlo y convertirlo en una vía de santificación mediante el matrimonio por la Iglesia. El matrimonio civil es un modo de decir a la sociedad que asumimos una responsabilidad legal el uno por el otro y con los hijos que podamos tener. Significa que nos comprometemos a respetar ese vínculo con todas sus consecuencias y que le anunciamos a la sociedad esa intención con un acto legal. Aquí la palabra clave es: compromiso.
El matrimonio por la Iglesia también es una declaración solemne. Si soy creyente, si le doy importancia a mi religión, le estoy diciendo a mi esposa que estoy comprometiéndome, por lo que considero más sagrado, a serle fiel, en lo prospero y en lo adverso, en la salud y la enfermedad y a amarla y respetarla todos los días de mi vida. Y ella, si también es creyente, está tomando un compromiso igual de solemne. Nos estamos comprometiendo ante Dios, en quién creemos, a quién tratamos de amar sobre todas las cosas, en un compromiso que dura para toda la vida. No me puedo imaginar que un verdadero creyente pueda tomar otro compromiso de tal intensidad. Tal vez, solamente los votos solemnes de sacerdotes y religiosos tendrían un nivel igual de compromiso.
Por supuesto, estamos conscientes de que somos débiles, de que fallamos y de que cumplir ese compromiso no será fácil. Pero, junto con el compromiso, estamos poniendo nuestra vida matrimonial en manos de Dios y pidiéndole su ayuda para poder cumplir con ese compromiso, Y Dios, que nunca falla, nos responde con un sacramento, un signo que produce gracia para lograr que podamos hacer honor a ese compromiso.
Respeto mucho al que, no creyendo en Dios, no ve una razón para comprometerse ante alguien que no cree. Es como si yo le jurara por Quetzalcoatl a mi esposa que le voy a ser fiel. ¿Qué valor tiene esa promesa? Mejor no hacerla. Pero, si creemos, no querer emprender una vida de fidelidad, es tal vez, porque no queremos comprometernos. En ese sentido, una unión libre sería: una unión libre de compromiso. Y para eso, por supuesto, no hace falta ningún papel. Claro, cada caso será diferente. Pero si ese no querer formalizar la vida matrimonial viene de la duda de poder ser fiel, viene de creer que ese amor no es tan grande para que merezca la pena comprometerse… me parece algo muy triste.