19 de junio de 2009
Cuando conocí la noticia de que el Santo Padre había convocado este año sacerdotal con motivo del 150 aniversario de la muerte del santo Cura de Ars me llené de una alegría inmensa y me vino a la cabeza, entre otras cosas, un recuerdo de algo que siempre me ha conmovido mucho.
Con ocasión de algunos viajes a América Latina, en diversos países, he escuchado que después de las oraciones que se hacen para desagraviar por las ofensas contra el Santísimo Sacramento, contra el Señor, contra la Virgen, añadían una triple petición con una fuerte respuesta de todo el pueblo que participaba: ¡Señor, danos sacerdotes santos! Lo decían por tres veces, con un convencimiento que se palpaba por la manera de hablar, de pronunciar esas palabras.
Y es lo que necesitamos, es lo que necesita la Iglesia, lo que necesitará siempre: sacerdotes santos. Por eso, pienso yo que el Papa, aprovechando este aniversario redondo ha convocado este año sacerdotal. Y nos ha pedido a todos los sacerdotes que pongamos el máximo empeño por llegar a la santidad sacerdotal. Que quiere decir ejercitar nuestro ministerio con ese deseo de alabar a Dios, de acercarnos más a su intimidad, y de acercar con nuestro ministerio a todas las almas que tratemos.
Pero a la vez, que nos demos cuenta de que la vida sacerdotal no se reduce a los momentos de una actividad pastoral, de un trabajo, sino que abarca toda nuestra jornada, de la mañana a la noche y de la noche a la mañana, como solía repetir un santo sacerdote, que era San Josemaría Escrivá de Balaguer.
El Papa nos ha dicho que para tener una eficacia real en todo lo que hagamos a lo largo de nuestra jornada, hemos de ser hombres que buscan la perfección cristiana, la santidad sacerdotal. Y es importante que nos demos cuenta de que de esa santidad buscada querida... ¡amada!, depende la eficacia del trabajo que cada sacerdote realiza en este mundo.
Hay sacerdotes muy santos, y estoy seguro que todos los sacerdotes tienen esas mismas hambres de santidad. En este año, notaremos no solamente el afecto, la oración, que nos llegará a todos los sacerdotes desde el mundo entero, sino que nosotros mismos rezaremos con más convencimiento por la santidad de todos nuestros hermanos sacerdotes.
Rezaremos también, como es lógico, por la santidad del Papa, por la santidad de sus colaboradores, por la santidad de los obispos, por la santidad de todos los que están trabajando en el ámbito clerical.
Es muy importante que todas las mujeres y todos los hombres del mundo, recen por sus sacerdotes, porque somos sacerdotes de todos. Y que al mismo tiempo sientan el peso santo de su sacerdocio real. Es decir, acompañar a Cristo cada uno desde donde está para poner en las almas el deseo de encontrar a Dios, de tratar a la Trinidad, de llevarla a todos los ambientes.
Pienso que los sacerdotes tenemos que ser muy agradecidos a Dios y hombres alegres, llenos de optimismo, porque tenemos el encargo más soberano que puede recibir una persona en la tierra. Yo dirijo a todos mis hermanos sacerdotes el deseo de que lean las palabras del Papa, de que estén muy cerca del Papa, de que le acompañen en sus oraciones siempre, y concretamente en este año sacerdotal, convocado con esta ocasión, para que todos a una vayamos dirigidos hacia la santidad, buscando únicamente la gloria de Dios y el trabajo de servicio a todas las almas, sin buscarnos nunca a nosotros mismos.