María y Mi Sacerdocio
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No podemos acabar este retiro sobre el sacerdocio sin lanzar nuestra mirada a la Madre del primer Sacerdote, a quien engendró, alimentó, educó y formó con su cariño, con su fe y con su amor. Ella también quiere ir forjando en mí las virtudes propias de un sacerdote.
C.L. Contemplar a María en el Calvario.
Petición: María, alimenta mi sacerdocio con tu cariño y protección, forja en mí las virtudes de tu Hijo sacerdote.
I. MARIA COMO MADRE
Una madre concibe y engendra a su hijo.
Así como María concibió y engendró a su Hijo, el primer sacerdote, así también irá engendrando, formando en nosotros ese sacerdote que seremos en un día no muy lejano. Quiere ir engendrando a Cristo en nuestro corazón, en nuestra mente, en nuestra voluntad...pues Ella sabe que cada sacerdote es una viva imagen, un vivo representante de su Hijo Jesucristo; otro Cristo.
Y así como Ella alimentaba a su Hijo con su sangre, con su cariño, con su amor, con su fe, con su obediencia...así también Ella quiere quiere ir alimentando ese sacerdotito que vive en mí desde el día en que Dios me llamó.
Ahora bien, una cosa es que María quiera alimentarme y otra que yo acepte su alimento. Al igual que un niño, que patalea y se resiste al alimento de su madre...así también yo puedo resistirme al alimento de mi madre María. Ella me alimentará en las visitas, en el rezo del santo rosario.
Y su alimento es sano, vigoroso. ¡No tengamos miedo!
II. MARIA COMO MAESTRA-EDUCADORA
Ella, durante la vida oculta fue educando a Jesús, dejando honda huella en el alma humana de Jesús. Fue forjando su voluntad, el corazón, el carácter, las formas sociales.
De ella aprendió esa honda religiosidad, esa capacidad de interiorización, contemplación, silencio. De Ella aprendió a rezar.
De Ella aprendió a admirar y a valorar la belleza de la naturaleza: lirios del campo, pajarillos del cielo. Yendo de paseo, su Madre le iría ponderando todo.
Cuando Jesús proclamaba las bienaventuranzas, ¿en quién se inspiraba? Diseñó la figura, el retrato espiritual de su Madre, que le surgía desde las profundidades del alma, alimentada de sus primeros años. El la vio pobre, mansa, pacífica, pura, misericordiosa, sufrida.
Y cuando Jesús se propone a sí mismo como modelo de mansedumbre y humildad no hace más que seguir las líneas trazadas por su Madre. "Yo soy la esclava del Señor". De tal palo tal astilla.
De María, finalmente, aprendió también esa aceptación gozosa del plan de Dios y esa entereza ante el sacrificio: caminata, exilio, fuga, larga espera en Nazaret, ida del Hijo a su Apostolado, cruz y muerte aquel trágico Viernes santo.
También María quiere educarnos a nosotros, futuros sacerdotes. Educar nuestro corazón, haciéndolo manso, humilde, limpio, lleno de misericordia. Educar nuestra sensibilidad, abriéndola a la belleza de la naturaleza, a las maravillas de Dios, a las nece-sidades de mis hermanos. Educar mi temperamento, haciéndolo paciente, generoso, sereno, desprendido.
III. MARIA CORREDENTORA
María con su sacrificio amoroso, con su dolor ofrecido a Dios se convirtió en Corredentora de la Humanidad, es decir, colaboró con su Hijo en la salvación de los hombres.
¿Qué madre hay que no sufra?
Parece como que el sufrimiento es parte integrante de una madre. Sufre al dar a luz. Sufre cuando el hijo está enfermo. Sufre cuando el hijo se marcha de casa para seguir una carrera o una vocación. Sufre cuando está sola. Sufre cuando ve morir a sus hijos.
Pero también es cierto que Dios ha dado a la madre un plus para poder sufrir con entereza; como que ha engrandado y estirado el corazón y el alma para que pueda sufrir con resignación e incluso con heroísmo. Cfr. la madre de los Macabeos.
El sacerdote también es corredentor con Cristo. El sacerdocio es dejarse atravesar por el escándalo de la cruz; ser herido por una espada penetrante hasta lo más profundo de los pensamientos; ofrecer un sacrificio y una liturgia.
Jesús crucificado se convierte en la biografía del sacerdote. Ya no debería dejar de mirar los rasgos del crucificado, hasta hacerlos propios en mi propia vida. Solamente despediré el buen olor de Cristo, si me decido por el holocausto, por el incendio integral de todo mi ser y mi haber. Por eso, no debemos extrañarnos que nos cueste la vocación. Es lo normal. La Redención de los hombres no se lleva a cabo sin la sangre.
Ser Pan roto, triturado, partido para que las almas se alimenten de mí. Ser vino de alegría para mis hermanos los hombres.
Leí en un recordatorio sacerdotal: "En tus manos, oh Dios, me abandono. Modela esta arcilla, como hace con el barro el alfarero. Dale forma y después, si así lo quieres, hazla pedazos. Dame el amor por excelencia, el amor de la cruz; no una cruz heroica, que pudiese satisfacer mi amor propio, sino aquellas cruces humildes y vulgares que llevo con repugnancia: indiferencia, fracaso, enfermedad, limitaciones. Solamente entonces Tú sabrás que te amo, aunque yo mismo no lo sepa" (P. Salvador Saucedo Serna).
Miremos a María y aprendamos a sufrir como Ella: en silencio, con resignación, con amor.
Frutos de nuestro sufrimiento:
a- Nos purificamos.
b- Nos hacemos más solidarios con los hombres.
c- Nos inmunizamos ante los contagios de este mundo.
d- Acompañamos a Cristo en la obra de la Redención.
e- Se agiganta nuestra capacidad de amar.
Conclusión:
Termino con una oración escrita por una madre de un legionario, que bien puede ser la oración que hoy María presenta a Dios por mí:
"Señor, que suba hoy hasta ti una súplica que es la ilusión de mi vida. Concédeme la gracia de que algún día llegue a ser la madre de un sacerdote. Conozco que tus designios son impenetrables, que tienes predestinados a tus escogidos; a ellos me someto humildemente. Sin embargo, recibe mi súplica. Hoy me atrevo a pedirte que un hijo mío continúe tu obra redentora en la tierra, perdone los pecados en tu nombre, pueda tenerte en sus manos y darte a las almas; bautice a niños y a adultos paganos, abra la puerta del cielo a los moribundos. Sea gota de rocío celestial sobre este mundo atormentado, sea otro Cristo.
No rechaces este sueño que nunca me abandona. Es visión divina que llena mi alma de inefable dulzura. La visión de un hombre levantando a su Dios en el altar, de un hombre que llevaría mis facciones, de un hijo que tú me habrías dado, de un sacerdote que yo habría devuelto. Todo por ti, aún cuando para esto tuviera que estrujar mi corazón de madre. Señor, te lo pido por María, madre del primer Sacerdote. AMEN".