No conocemos con certeza las cosas a las que se dedicaba María, aunque sabemos que procedía de la región de Magdala de la antigua Judea, donde vivía antes de conocer a Jesús.
Para algunos escrituristas se trataba de una prostituta; para otros era la mujer que derramó perfume de Nardo puro, contenido en un frasco de alabastro, sobre la cabeza de Jesús; para algunos teólogos había sido la mujer sorprendida en flagrante adulterio y luego arrojada a los pies del Señor; para otros era la hermana de Martha y de Lázaro, aquel a quien Jesús revivificó al ordenarle salir del sepulcro; para algunos investigadores María era una mujer de origen noble y poseedora de riquezas de las que se desprendió para seguir a Jesús; para otros era esclava de un romano que, enamorado de ella, le concedió su libertad; en tanto que para algunos analistas se trata de la que con sus lágrimas y cabellos lavó los pies del Maestro.
No importa tanto el origen histórico de Magdalena, ni su actividad antes de conocer al Hijo del Carpintero, como lo que de ella narran los relatos del Evangelio, pues bien la ubican como una discípula suya y como la mujer que permaneció junto a la cruz durante su agonía y muerte, en compañía de María su Madre y de Juan, aunque con certeza se puede afirmar que, de María Magdalena, su tarea principal consistió en ir al sepulcro muy de madrugada, el primer día de la semana, luego de comprar aceites y perfumes para lavar, purificar y ungir el cuerpo de Jesús, y encontrarse con que allí no estaba, con que el sepulcro estaba vacío pues Jesús de Nazarét, el crucificado, había resucitado. Pero su tarea no terminaba allí, pues luego de ser recipendaria del anuncio gozoso de la resurrección, fue enviada a decir a Pedro y a los demás que el Señor estaba vivo, que había resucitado y que le verían en Galilea tal y como él les había anunciado antes de su muerte.
Siendo cual fuere el origen de Magdalena y la actividad a la que se haya dedicado, lo cierto es que personalmente conoció a Jesús y eso cambió su vida. En ella todo se juntó, como en quienes le conocieron, pues los que le siguieron se salvaron, como sigue sucediendo desde hace ya dos mil años. De María expulsó siete demonios y con ello la arrancó de las garras del mal para luego insertarla en la vida, en una vida rodeada del Bien, en una vida plena. Del carpintero, mucho tuvo qué ver su mirada amable, la verdad de sus palabras, la providencia de sus manos y la caricia de su voz; aunque por sobre todo ello, lo que obró el milagro de su conversión fue su gran capacidad divina para perdonar, por sobre la capacidad humana para caer, pues en él siempre puede más su disponibilidad de amar que la disposición humana de pecar.
Es posible que un día María Magdalena fuese despertada con violencia por manos que la golpeaban y voces que la insultaban diciendo de ella lo peor que de una mujer se puede decir. Arrancada de su sueño fue arrastrada por las calles pedregosas de la ciudad mientras muchos la golpeaban descargando puñetazos y patadas en todo su cuerpo, cachetadas y bofetadas en sus mejillas y escupitajos en su rostro. Algunos se habían quedado con mechones de sus cabellos en las manos mientras la seguían golpeando en la cabeza, en los brazos, en el pecho, en las piernas. Sus dos manos eran incapaces de cubrir su cuerpo de tantos golpes pues apenas lograban sostener su propia cabellera, de la que tiraban a fin de arrastrarla por las calles. Pensó que la sacarían de la ciudad para despeñarla pero vio que no era así cuando la condujeron hacia el centro de la ciudad, hasta llegar ante un hombre que estaba sentado en el suelo, delante de quien la arrojaron con fuerza. Luego escuchó que qué la acusaban: -Esta perra ha sido sorprendida en flagrante adulterio, la ley nos dicta apedrearla hasta matarla, ¿tú qué dices?-.
El no dijo nada, solamente escribía en el suelo mientras sus acusadores y verdugos se iban retirando uno a uno hasta que quedó ella sola con él. Vio cómo se ponía en pie y dirigía sus pasos hacia ella, abatida sobre el charco de su propia sangre, hasta que por primera vez le escuchó: -¿Dónde están, mujer, los que te acusaban? Yo tampoco te acuso, vete en paz... y no peques más-.
Desde ese día dedicó su vida a seguir a Jesús, Santa María Magdalena.