No deja de asombrarme la cantidad cada vez mayor de personas que privadamente piensan una cosa pero públicamente expresan otra. Y si salen a relucir en una conversación, o en un programa de radio o televisión, algunos temas de debate nacional, hay en muchos casos una complaciente tolerancia o un falso aperturismo. Cito algunos ejemplos,
-¿Legalizar las drogas? Respuesta “políticamente correcta”: “-¿Por qué no? Si ya se ha legalizado en otros países. ¡No podemos vivir en el pasado!”.
-¿Aprobar la eutanasia? Respuesta “política”: “-¡Claro, en Holanda, ya se aprobó!”.
-¿Qué se permitan las “matrices en alquiler”? “–Por supuesto, es una ‘conquista femenina’”.
-¿Y el aborto? Respuesta “política”: “-Sería ‘retrógrado y obsoleto’ no aprobarlo”.
-¿Y la homosexualidad? Contestación “política”:”-Ya no podemos ser ‘homofóbicos’”.
-¿Y la experimentación con embriones humanos?” –Hay que abrirse a los ‘avances científicos’”.
-¿Y la adopción de menores por parte de parejas homosexuales?”–Se impone lo ‘moderno’”.
-¿Y el narcotráfico en gran escala dentro del país? Respuesta “política”: “-Sin duda es el mejor camino para que se recupere la concordia y la paz social.
Por reducción al absurdo, podríamos continuar indefinidamente con esta cadena de incoherencias y posturas radicales, sin argumentos congruentes:
-¿Qué se legalice el robo porque es un fenómeno social creciente? Respuesta “política”: “-Podría ser una pertinente solución digna de examinarse con detenimiento”.
-¿Qué se apruebe el “matrimonio” de mujeres o de hombres con animales? Respuesta “políticamente correcta”:” -¡Cada quien que lo decida, puesto que es totalmente libre!”.
-¿Qué se permita la mentira y la calumnia? Respuesta “política”: “-Bajo ciertas condiciones que no afecten a terceros, se podría permitir”.
-¿Y los secuestros? Respuesta: “-Siempre y cuando no excedan de ciertas cantidades razonables, se podría tolerar porque es una demanda social ante tanto desempleo”.
Es decir, cuando se pierde la lógica y el sentido común, cualquier aberración es válida. Hay personas que tienen un desmedido afán protagónico –que raya en lo patológico- que ante cualquier asunto en el que se pueda opinar, siempre eligen la postura más radical y estridente, no tanto porque estén convencidos de ello, sino con la finalidad de atraer la atención de los demás y, de algún modo, ser admirados por su “osadía” en sostener semejante punto de vista.
Un punto de partida elemental: cuando se pierde el respeto por la vida humana y se pisotea el derecho fundamental que tiene todo ser humano para vivir y existir desde el momento de su concepción hasta su muerte natural, entonces, vienen toda esa serie de inconsistencias ya que todo se justifica dentro de esa “moderna verborrea”, muchas veces, en conductas abiertamente criminales como es el aborto, la eutanasia, el infanticidio, experimentar con embriones. También Hitler y los dirigentes del nacionalsocialismo estuvieron plenamente de acuerdo con el exterminio de la raza judía en campos de concentración con el pretexto de eliminar a “razas perversas o degradadas”, o bien, practicar la eugenesia, con la finalidad de “seleccionar mejor a la raza aria” y así asesinaron a miles de niños y ancianos por tener enfermedades incurables o congénitas.
Por otra parte, es de sentido común que todo hombre o mujer deben de aceptar su propia realidad y actuar en consecuencia. Cuando un adolescente se mira desnudo frente al espejo y constata su sexualidad de varón, es absurdo que algunos ideólogos sugieran que él chico deba de elegir entre ser hombre o mujer.
Un brillante psicoterapeuta me comentaba, ante bastantes casos de homosexualidad que ha atendido, que originalmente se le presentaron como casos con agudos síntomas de alcoholismo y drogadicción. Varios meses después, a través de numerosas sesiones de terapia, salieron a relucir las causas profundas de sus trastornos emocionales: tenían relaciones homosexuales pero internamente su mente les hacía ver –una y otra vez, particularmente en la “cruda moral” del día después- que estaban equivocados, que era incorrecto su proceder. Entonces, para evadirse, acudían a las adicciones. Concluía este terapeuta: “Y es que la voz de la conciencia no se puede acallar ni con una bomba atómica. Porque el día que estos muchachos se quitaron sus ‘máscaras’, me pidieron ayuda y se decidieron a luchar por salir de su problema de homosexualidad, ese día recuperaron de nuevo su paz y su estabilidad de ánimo”.
Del mismo modo, aunque suene verdad de Perogrullo, el único modo de traer hijos al mundo es mediante la unión conyugal de un hombre con una mujer. Eso es lo que dicta la sensatez y la ley natural. Así es como se ha propagado la especie a lo largo de la historia de la humanidad. El hecho de que dos hombres o dos mujeres cohabiten se les podrá denominar “uniones o parejas homosexuales” pero nunca un verdadero matrimonio, aunque la Suprema Corte de Justicia de la Nación haya dicho lo contrario.
Por otra parte, hace poco leía un artículo editorial, en un periódico de circulación nacional, escrito por una escritora y periodista en el que ponía –como se dice coloquialmente- “pinto y barrido” al Cardenal Norberto Rivera por oponerse de manera clara y valiente a los matrimonios entre personas del mismo sexo. Fue una verdadera pena observar cómo esta comunicadora pasó de la inconformidad con respecto a esta postura del Arzobispo de la Ciudad de México a la burda agresión verbal, rebajándose a unos niveles increíbles de vulgaridad y a la falta de respeto que toda persona se merece, máxime tratándose de una destacada autoridad eclesiástica. Al terminar de leer su escrito, me quedé con la impresión que todo ese alud de insultos e improperios no los decía tanto porque estuviera persuadida de ello, sino porque se esforzaba más bien en quedar bien “ante la galería”, ante sus lectoras admiradoras para que le comentaran algo así como:
-¡Qué bárbara, esta vez no te mediste! ¡Estuviste increíble! –y demás expresiones lisonjeras y aduladoras.
Por contraste, leía recientemente una entrevista que le hicieron a una destacada figura del periodismo español televisivo, Rosa María Calaf, quien declaraba: “Si no se tiene una aproximación a la vida y a los demás, y una cierta categoría moral, difícilmente se puede ser buen periodista”. Y recordaba el principio básico de la ética en el sentido de que la actividad del comunicador tiene que cumplir una función social de veracidad, objetividad y respeto a la dignidad de las personas (Cfr. Revista “Nuestro Tiempo”, julio-agosto 2010).
Pero estos criterios se pueden aplicar a cualquier persona –cualquier que sea su profesión u ocupación- que externe un punto de vista.
Por otra parte, son muchas las veces que -hablando a solas- con quienes sostienen todas esas posturas radicales, que inicialmente mencionaba en este artículo, y les suelo decir:
-Vamos a ver, dices que tú estás completamente de acuerdo con que se legalicen las drogas.
Y les pregunto:
-¿Te parecería bien tener a un hijo o a un hermano, en tu propio hogar, adicto a la heroína o cocaína?
Me responden de inmediato: “-¡Dios me libre de estar metido en esa “bronca”!
Otras veces les comento:
-Eres tremendamente crítico contra la Iglesia y los sacerdotes cuando estás con tus “cuates”.
Y les cuestiono:
-¿De verdad estás convencido con todo eso que dices?
-La “neta” es que cedo fácilmente a la presión del ambiente, ¡está cañón!
-Entonces, ¿eres congruente entre lo que piensas y lo que dices?
-Para ser francos, de plano no. Pero, ¿qué puedo hacer porque es lo que comenta la mayoría?
Me parece que en nuestro país ha llegado el momento en que hay que saber defender con valentía nuestras propias convicciones, sin complejos y sin importarnos “el qué dirán”. Esto supone y requiere que nos pongamos a estudiar en serio para saber manejar mejor nuestros argumentos y pedir orientación a especialistas. Tenemos que aprender a dialogar serenamente y con espíritu abierto y comprensivo, pero nunca cediendo en nuestros principios por una falsa tolerancia. Porque, desde luego, está muy claro que lo “políticamente correcto” dista mucho de ser lo humanamente correcto, lo verdadero, apegado a la lógica, al sentido común y a una vida que busca ser plenamente congruente.