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La oración de Jesús

La oración de Jesús 

1. ¿CÓMO ORABA JESÚS?

Secretamente. "Cuando oréis, no seáis como los hipócritas que son amigos de rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas, para exhibirse ante la gente. Ya han cobrado su paga, os lo aseguro. Tú, en cambio, cuando quieras rezar, echa la llave y rézale a tu Padre que está ahí en lo escondido; Tu Padre que ve lo escondido te recompensará" (Mt. 6, 5-6).

Jesús va al Templo y a la Sinagoga. Acude frecuentemente, con los demás judíos. Su infancia y su juventud han ido modeladas por la oración judía. Pero su oración no es solamente la de las asambleas. Jesús lleva en sí mismo espacios de oración siempre abiertos.

La soledad, la noche, el desierto, las colinas, las muchedumbres son los lugares de su oración reservada. No se le ve hacer vibrar las grandes reuniones de personas para conducirlas a la efervescencia religiosa. El vive con Dios en la intimidad. Comparte secretos con Dios.

Sobriamente. No nos ha dejado muchas oraciones. Toma los salamos de su pueblo hasta en el momento de la muerte. No ha querido dar a sus discípulos nuevas compilaciones. Su oración es con frecuencia silencio. Silencio del cielo nocturno sobre Galilea o sobre el Huerto de los Olivos.

Un día. Jesús ora; probablemente sin palabras. Cuando ha terminado, uno de sus discípulos le dice: "Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos". Fue necesario que se le pidieran fórmulas para que El ofreciese en el momento, un resumen extrañamente breve de las grandes oraciones judías y de toda la novedad que El mismo traía consigo:

"Padre que tu nombre sea santificado, que venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano; perdónanos nuestros pecados, pues nosotros mismos perdonamos a quien nos debe; y no nos dejes caer en tentación" (Lc. 11, 2-4)

Mateo presenta un texto más largo. Trae también estas palabras de Jesús: "En vuestras oraciones, no seáis palabreros como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán más caso. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que se lo pidáis" (Mt.6, 7-8)

Sin cesar. "Sin desanimarse" (Lc. 18, 1). Es su mirada hacia el interior y hacia fuera. Esta vigilia ante Dios la evoca en sus parábolas pero ante todo la vive. Los cuatro evangelistas dan la impresión de que su oración es constante: al amanecer de los días de decisiones, pero también en el cara a cara con un hombre o una mujer, o cuando El mismo se convierte en corazón de una muchedumbre.

Todo en El se hace oración.

El habla de "orar en todo tiempo" (Lc. 22, 46), para ir hacia Dios que viene. Como si la oración fuese la fuente hacia la que es preciso avanzar siempre, atentos al susurro del futuro.

Habla también de insistir, de llamar a la puerta, de ser importuno en la noche. Para una rara fecundidad: "Cualquier cosa que pidáis en vuestra oración, creed que ya la habéis recibido y se os concederá". Marcos lo hace añadir inmediatamente: "Cuando estéis de pie orando, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas" (Mc. 11. 24-26).

¿Qué ocurre en esta oración obstinada? ¿Cuál es su eficacia? Parece como si extrajera de lo más hondo del hombre una humanidad pura y recojo ciliada; la que muestra el rostro, los ojos, las manos de Jesús.

La oración incesante talla al hombre. El hombre de paz. Con la audacia de la ternura. Jesús no tiene miedo de Dios. Lo llama "Abba". Son los balbuceos de un niño a su padre. Habría que traducir "Papa". ¿Quién osaría hoy, murmurar a Dios "Papá"?

Antes de Jesús, en la religión judía y en otras, se designa a Dios como Padre. Pero nadie ha interpelado al "Atlísimo" con este término infantil. Libre en medio de su pueblo, libre frente a las autoridades, libre respecto a las reglas corales o religiosas, Jesús es libre también ante Dios. Más aún, es "muy libre" con Él.

¿Quizás la oración debía calmar en el Espíritu de Jesús los temores primitivos, para conducir hacia Dios confiada, familiarmente?

Entregando su vida la última tarde. Partiendo el pan y haciendo pasar la copa. Ha repetido el rito fraternal: se comparte la comida, hacia el final El preside la mesa recita la acción de gracias a Dios que alimenta a los hombres y los conduce hacia la libertad.

A través de todos los éxodos. Presentando el pan y el vino. Jesús se ofrece El mismo ¿Han percibido en El su vida? Jesús conduce hacia la muerte... Alba de Pascua.

A partir de entonces, los que quieren seguir a Jesús van hacia esta mesa. "Allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos". Ellos se acuerdan de El y le esperan. Intercambian la palabra y la vida. Se entregan también, como Jesús se entregó, día tras día, hasta la última comida. Eucaristía incesante a lo largo de los siglos... Toda oración es eco de esta comida.

Antes de ser apresado. En el Huerto del sudor y de la sangre. Se ofrece a la voluntad del Padre. Confianza, angustia y oración están mezcladas.

En la turbación de la agonía. "¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?" "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Jesús ha muerto. Orando. Gritando.

2. ¿QUE DESCUBRIMOS EN LA ORACIÓN DE JESÚS?

Los Evangelios describen unánimemente la vida terrena de Jesús como una vida de oración. El primer testimonio público que, en el momento mismo de inaugurar su actividad mesiánica, recibió del Padre, lo obtuvo en la oración. "Habiendo sido Jesús bautizado, y estando en oración, sucedió el abrirse el cielo" (Lc. 3, 21)

a) Su actividad salvadora se alimentaba constantemente del silencioso diálogo con su Padre celestial (Mc. 1, 35; Lc. 5, 16; Mt. 14, 23).

Los Evangelistas consignan una y otra vez esta oración silenciosa, solitaria (Lc. 9, 18; 11, l) (Mt. 26, 36). Sobre todo Lucas tiene la vista fina para notarlo. Consigna expresamente que Jesús fue al monte de la Transfiguración al que subió, según Mateo y Marcos, "solamente" con tres discípulos predilectos, para orar allí (Lc. 9, 28) Por él sabemos también que la elección de los apóstoles fue preparada y santificada por una vigilia de Jesús (Lc. 6, 12-13). Pero también los otros evangelistas indican que la actividad mesiánica de Jesús recibía su fuerza de la oración. Según Juan (11, 41), el Señor reza delante de la tumba de Lázaro: "¡Oh, Padre, gracias te doy porque me has oído!

Bien es verdad que ya sabía yo que siempre me oyes". Por lo tanto, Jesús considera su milagro fruto de la oración. También Marcos hace constar que Jesús, al curar al sordomudo, "alzando los ojos al cielo, arrojó un suspiro" antes de pronunciar su "Efeta", "abríos" (Mc. 7, 34), y que delante del muchacho poseso declaró: "Esta raza de demonios por ningún medio puede salir sino a fuerza de oración y de ayuno" (Mc. 9, 28). Y todos los evangelistas (Mt. 14, 19,; 15, 36; Mc. 8, 6; Lc. 9, 16; Jn. 6, 11) cuentan que preludió la multiplicación de los panes dando gracias y bendiciendo.

Como todas las obras mesiánicas, así también la Pasión de Jesús estaba bajo el signo de la oración. En la gran oración sacerdotal que nos conservó Juan, el evangelista del recogimiento contemplativo (Jn. 17, 1 y ss.) Jesús se consagra a sí mismo a la gloria del Padre y a la vida de los suyos. Dando gracias y bendiciendo instituyó el nuevo banquete de alianza en su sangre (Mt. 26, 26 y ss.; Mc. 14, 22 y ss.; Lc. 22, 19 y ss.). En un grito emocionante de oración recoge fuerzas en Getsemaní (Mt. 26, 39; Mc. 14, 35; Lc. 22, 43) para el sacrificio mesiánico. Y en medio del tormento de la muerte brota de sus labios la palabra del salmista (Salmo 21, 2): "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mt. 27, 46; Mc. 15, 34). También en este punto es Lucas quien reseña más detenidamente la oración de Jesús moribundo. En la cruz, su amor redentor echa todavía una llamada con la palabra de imploración: "Padre mío, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc.23, 34); y su oración postrera es un expirar en el Padre: "Padre, en tus manos encomiendo va espíritu" (Lc. 23, 46).

b) Asomarse a la oración de Jesús es descubrir sus relaciones misteriosas con el Padre y la esencia de su mensaje.

Jesús se sentía en una continua comunión de vida con su Padre. "Veréis abierto el cielo, y a los ángeles de Dios subir y bajar, sirviendo al Hijo del hombre" (Jn, 1, 51) Esta conciencia de unión intima con Dios iba anexa a su naturaleza humana, era una gozosa necesidad interior desde la juventud. "¿No sabéis que yo debo emplearme en las cosas que miran al servicio de mi Padre?" (Lc. 2, 49)

Ninguna palabra encontró más gráfica para expresarlo que la que suena de continuo, la de "mi Padre". Este "mi Padre" tiene un acento completamente personal, íntimo. Tan sólo le pertenecen a El. "Ninguno conoce al Padre, sino el Hijo" (Mt. 11, 27; Lc. 10, 22) Jesús forma con su Padre una unidad en que no participa ninguna criatura. "Padre nuestro", así enseña a orar a sus discípulos. Dios es el Padre de ellos, "vuestro" Padre. Tan solo Jesús ora de esta manera: "Padre mío" Y tan solo Él es quien recibe la respuesta del Padre: "Tú eres mi Hijo muy amado" (Mc. 1, 11; 9, 6; cf.3, 12; 12, 6; Mt.16, 16 y ss.) Aquí se hace consciente su alma humana, en el grado más alto y profundo, de su relación con Dios, relación sin par, fundada en la unión hipostática con el Verbo divino. Porque el "Hijo es más encumbrado que los ángeles en el cielo" (cf. Mc. 13, 32). Lo que es Jesús como Hijo nadie lo sabe, excepto el Padre (Mt. 11, 27; Lc. 10, 22) Así la oración de Jesús al Padre, es, en lo más profundo, una conciencia perenne de la más íntima comunión de amor y de vida con el Padre, la manifestación constante de la más delicada unión con Dios, conciencia del Hijo, como nunca la hubo en la tierra. "Amarás al Señor Dios tuyo, con todo tu corazón y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas; este mandamiento principal del Antiguo Testamento fue comprendido y vivido en toda su plenitud y profundidad una sola vez; es a saber, sólo por el Hijo de Dios hecho hombre. En la oración de Jesús tuvo su humanidad comunicación de vida con la divinidad. Aquí está el secreto de aquellas relaciones misteriosas en que entró el alma humana de Jesús cuando el Verbo se hizo carne.

c) Por brotar de las profundidades de una vida personalísima de la conciencia del propio yo, arraigada de un modo peculiar en Dios, la oración de Jesús es un acto personalísimo, el más íntimo. Lo íntimo, lo personal es lo que principalmente determina su manera de ser.

De un modo categórico preserva de toda ampulosidad y todo mecanismo en la oración "En la oración no afectéis hablar mucho, como hacen los gentiles" (Mt. 6, 7). Lo que se siente de veras y de un modo personal no puede ser sino sencillo y sin adorno. Y Jesús rechaza todo cuanto empaña la pureza de la intención en el rezo, todo afán de alabanza humana y de edificación. "Ya recibieron su recompensa" (Mt. 6,5). Más bien, "Tú, cuando hubieres de orar, entra en tu aposento y, cerrada la puerta, ora en secreto a tu Padre" (Mt. 6, 6.)

La oración en la mente de Jesús exige una casta desnudez del alma, que se desprende de todo lo exterior, de todo lo impersonal. En la oración se tocan el yo humano y el tú divino, y empieza el gran silencio, porque habla Dios. La oración es, por lo tanto, según Jesús, lo más personal que se puede concebir. Una oración "Distraída"...no es oración. Antes de Cristo no era conocida tal oración. "Lo que ofrecen las religiones extracristianas en cuanto a oración personal, es infinitamente pobre en comparación con la riqueza y gama de matices de la vida interior que se manifiesta en la oración de los genios cristianos" (Heiler). El cristianismo vino a ser "la patria verdadera de la oración personal" (Soderbiom), "sencillamente, la religión de la oración" (Bousset).

d) La ración de Jesús era vida altísima, personal, pero un vivir de la plenitud de su unión con Dios, un respirar del alma en el Dios vivo. La íntima relación con el "Tú" divino era algo básico en su alma. "Mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado" (Jn. 4, 34) Y ahí tenemos otro rasgo peculiar de su oración: el deseo y querer propios, completamente humanos, desligados de Dios, han de cegar; "Pierde tu alma" (cf. Mt.10, 39) ¡Atiende tan sólo a la voluntad del Padre! Para cumplir bien como rechazar todo lo malo (Mt. 6, 9 y ss.) Naturalmente el discípulo de Jesús ha de orar también por el sustento terreno necesario, por su "pan". Mas aun este pan ha de ser tan solo el pan de cada día, el pan de hoy. Y cualquier otra cosa que, de una u otra manera, el hijo haya de pedir a su Padre, tiene relación con la voluntad de Dios, con la intención que tiene Dios respecto a los hijos de los hombres. Así el contenido propio de la oración de Jesús no es más que esto: Dios, su voluntad, su Reino.

La oración de Jesús es subordinación conciente a la voluntad de Dios, entrega incondicional a la misma. Y no es una blanda y sentimental ternura, un dulce juego con el amor de Dios, un morirse embriagado de gozo en la paz divina, como lo es en una que otra alma extática. Porque, para Jesús Dios no es el Dios de un mero ultraterrenismo, el lugar lejano de los bienaventurados, al que sólo puede subir el espíritu alejado del mundo, arrebatado. Jesús no conoce en la oración sino al Dios que obra. "Mi Padre está obrando, y yo, ni más ni menos" (Jn. 5, 17) Por esto le encuentra en el pájaro y en los lirios del campo; y toda su manera de contemplar la naturaleza es oración. Y por esto le encuentra antes de todo en el hombre. Hijo del Padre es el hombre, tanto el "justo" como el "pecador", sobre el cual El hace nacer su sol y llover (Mt. 5, 45) Tan cerca está el hombre del corazón del Padre, que el que quiere a Dios ha de querer también al hombre, tanto si este es samaritano como judío, enfermo como sano, justo como pecador.

El servicio del prójimo se coloca en el punto central de la religión, y una religión sin amor al hombre no es religión. Toda la amplia corriente de intimidad que en la oración de Jesús sube hacia el Padre se traduce inmediatamente en amor a los hombres y vuelve como fuerza redentora, salvadora, a los pobres, a los enfermos y pecadores, Naturalmente, Jesús no es lo suficientemente ingenuo y sonador para tener sus complacencias en lo meramente humano. Más, cuando El acepta al hombre en la voluntad de Dios, el hombre adquiere un valor indeciblemente elevado.

e) Precisamente por encaminarse únicamente hacia la voluntad activa, creadora, de Dios, es la oración de Jesús un querer obrar al servicio de Dios no un plañir y desear estéril que no da cosecha. Es un querer activo: "no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú".

Aquí manifiesta lo rudo, lo heroico del mensaje de Jesús. Es tan claro y con todo tan fino y delicado, que algunas lenguas tartamudean al quererlo expresar. Lo que hay de rudo en la doctrina de Jesús, no es huir del mundo, de sus riquezas, de sus alegrías. Ni siquiera es el disolverse de que hablan los místicos. Tampoco es algo que se pueda leer exteriormente en estas o en aquellas "obras".

Lo rudo, lo heroico está en querer interior, honrada, fuertemente lo que Dios quiere. Es, por lo tanto, un puro acto del hombre interior, perceptible por él solo, algo que ha de hacer y renovar siempre que la voluntad de Dios permitiendo o prescribiendo se hace patente; de modo que 'en su interior es algo muy sencillo. Y a pesar de ello, en su esencia interior es algo que "pide violencia".

Pues no se trata de tomar nota con indolencia de la voluntad ineludible de Dios si consiente o si exige, de considerarla como una especie de sino que de buen o mal grado se quiera aceptar. No se trata de una resignación cansada, de dejar pasar sobre sí la voluntad de Dios, uno de una revelación activa y viva con El. Cuando yo, en lo más intimo doy el "sí" a lo que Dios quiere, quiero también en lo más intimo todo aquello que de puro ineludible, de puro inevitable y por lo absoluto de su exigencia se manifiesta patentemente como voluntad de Dios. Tal querer interior, un "sí" tan incondicional, tan puro, a la voluntad divina, es tanto más difícil cuanto más extraña e inconcebible se presenta ésta delante de mí, y cuánto menos puedo descubrir en ella la intención, la sabiduría y la bondad de Dios. Es principalmente difícil cuando se trata de la voluntad permisiva de Dios. Precisamente en este punto he de comprobar si su voluntad pura ha llegado a dominar en mí, si estoy dispuesto a sacrificarle a Isaac, mi hijo único. Nunca mejor que en semejante trance se revela la oración como hecho heroico, como rudo trabajo del Reino de los cielos, como un resuelto "dar el dominio a Dios" Por esto la oración del monte de los Olivos es la forma más noble más elevada de la oración cristiana, la expresión más pura de su manera de ser (Mt. 26,39) La voluntad del Padre es para Jesús, aun en la agonía, lo principal, sencillamente lo decisivo. La oración en el monte de los Olivos es un tantear atormentado por el miedo de la muerte, para descubrir la voluntad verdadera de su Padre, es un fundirse con esta voluntad, es un grito de "hágase tu voluntad" que necesita esfuerzo. Con una evidencia conmovedora se manifiesta aquí el meollo de la oración verdadera de Jesús: la afirmación incondicional de la voluntad divina.

Una oración que se inhibiera de cumplir esta voluntad y se encaminara sólo hacia algo personal, o quisiera torcer violentamente la voluntad clara, manifiesta de Dios, o esquivarla, no estaría a la altura de la oración de Jesús. Jesús nunca invocó al Padre por algo personal. En la primera y segunda tentación rechazó explícitamente tal súplica. Su oración estaba exclusivamente al servicio del reino de Dios, de la honra de su Padre. Si inmediatamente antes de su muerte hizo esta súplica: "Padre, la hora es llegada: glorifica a tu Hijo", y aun esto tenía que servir a la glorificación del Padre: "para que tu Hijo te glorifique a ti" (Jn. 17, 1) Niégase aun en la hora de extremo peligro a suplicar al Padre que le mande sus legiones de ángeles (cf. Jn.26, 53). Jesús tampoco preguntó nunca el "por qué" de la voluntad divina. Esta voluntad es para El sencillamente lo último lo supremo; es la revelación de la honra del Padre. El que un hombre nazca ciego, el que el Hijo del hombre haya de padecer, todo esto acontece a fin de que "se vean las obras de Dios", "para que se cumplan las Escrituras". Hacer más preguntas no cuaja con su espíritu.

f) Y porque toda oración de Jesús gira únicamente en torno de la voluntad de Dios, del honor y de la gloria del Padre, por esto sus oraciones son preferentemente de acción de gracias. No toma el pan ni el pescado en sus manos, no empieza ni termina ninguna comida sin dar gracias. Delante del cadáver de Lázaro reza: "¡Oh Padre, gracias te doy porque me has oído!" (Jn.11, 41) Amonesta al poseso curado de Gerasa: "Vete a tu casa y con tus parientes, y anuncia a los tuyos la gran meced que te ha hecho el Señor, y la misericordia que ha usado contigo" (Mc. 5, 19) Reprende duramente la ingratitud de los judíos curados de lepra: " ¿No ha habido quien volviese a dar a Dios la gloria, sino este extranjero?" (Lc.17, 18) En el cenit de su actividad mesiánica, cuando ve madurar en sus discípulos los primeros frutos, estalla su corazón desbordado en una alabanza cálida: "Por aquél tiempo exclamó Jesús diciendo: Yo te glorifico, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has tenido encubiertas estas cosas a los sabios y prudentes, y las has revelado a los pequeñuelos. Si, Padre alabado seas por haber sido de tu agrado que fuese así" (Mt. ll, 25-26)

g) Todo cuanto sabemos de las oraciones impetratorias de Jesús, se refiere casi exclusivamente a la gloria del Padre y a la consolidación de su Reino. Reza por Pedro, para que no vacile su fe (Lc.22, 32) Ruega por los discípulos: "¡Oh, Padre, yo deseo que estén conmigo allí mismo donde yo estoy!" (Jn. 17, 24) Un día pide al Padre que envíe el Espíritu Consolador a sus discípulos, hechos huérfanos (Jn.14, 16); y promete reconocer delante de su Padre que está en los cielos, a todo aquel que le reconociere delante de los hombres (Mt. 10, 32) Y si una vez, como en el monte de los Olivos, pide verse libre de lo más espantoso, sabemos que, aun en este caso, busca y afirma, como cosa suprema y decisiva, únicamente el cumplimiento de la voluntad del Padre celestial.

De donde se colige una vez más que el objeto único y verdadero de su oración es la voluntad del Padre. La propia voluntad humana ha perdido sus derechos.

h) Pero, ¿cómo se explica? ¿No ha alentado el mismo Jesús la voluntad propia del que ora a confiar sus deseos a Dios, a manifestarle con osadía sus anhelos? Y no ha asegurado: "¿Pedid y se os dará"? (Mt. 7,7) Aquí parece haber contradicción. Su solución nos da a comprender otra peculiaridad de la oración de Jesús: su confianza henchida de fe.

No es posible suprimirla en la oración de Jesús. En la parábola del juez inicuo, que hace justicia a la viuda, no porque "tema a Dios, ni respete a hombre alguno", sino para que "le deje en paz" y "no venga de continuo" (Lc. 17, 1 y ss.); en la parábola del amigo inoportuno que no se cansa de llamar a medianoche, hasta que se le abre por causa de los muchachos que duermen (Lc. 11, 5 y ss.); en la alusión conmovedora al amor natural del padre que no da al hijo un escorpión cuando le pide un huevo (Mt. 7, 7 y ss.)(Lc.11, 12), y en muchas otras admoniciones para la oración repite una y otra vez su palabra "Y todo cuanto pidiereis en la oración, como tengáis fe, lo alcanzaréis" (Mt. 21,22).

Nunca fue enunciada en la tierra esta confianza de la oración con tanta valentía y fuerza, ni de un modo tan absoluto, como lo hace aquí Jesús "Yo ya sabía. Padre, que siempre me oyes" (Jn. 11, 42) Y no es que el que reza pueda, sino que ha de ser confiado hasta tal punto si quiere asegurar el éxito de su petición. "Tened confianza en Dios. En verdad os digo, que cualquiera que dijere a este monte: Quítate de ahí y échate al mar, no vacilando en su corazón, sino creyendo que cuanto dijere se ha de hacer, así se hará. Por tanto, os aseguro que todas cuantas cosas pidiereis en la oración, tened fe de conseguirlas, y se os concederán"(Mc. 11, 22 y ss.; cf. Mt.22, 21 y ss.).

Por tanto, la fe firme, inquebrantable, de que la oración será escuchada, es según Jesús, propia de la oración verdadera. Si esto se mira en conexión con la doctrina de Jesús, no puede interpretarse como si la fe por si misma, por su propia fuerza sugestiva, convincente, produjera efectos tan infalibles. "Cuando Jesús habla de la fe, Dios siempre se sobrentiende" (Ninck). La fe para Jesús es una confianza ilimitada en su Padre, a quien "todas las cosas son posibles" (Mc. 10, 27) 12, 24; 14, 36). Ante su omnipotencia se rompen todas las leyes de la naturaleza. La fe traslada montañas.

i) En la oración de Jesús se pone de manifiesto que el cristianismo es un acto sumamente personal, algo que nadie puede hacer en sustitución mía, y que sólo vive como acto, como tensión, como un "sí" y "no" constantemente repetidos, nunca como una obra repleta y harta. Y que el cristianismo es el acto más desprendido, más rudo, más heroico, un acto de violencia por amor al reino de los cielos, un meter por fuerza el propio querer inestable en la voluntad " eterna, inmutable, de Dios, una confesión atrevida de la gloria de Dios, confesión que quebranta todo egoísmo mezquino y abre paso a un generoso amor humano, a una voluntad de eternidad. Y que el cristianismo precisamente por esto es también la mas fuerte voluntad de vivir; confianza indomable de vida, certeza la más jubilosa. "No se turbe vuestro corazón" (Jn.14, 1) La Nueva de Jesús es...la Buena Nueva, el Evangelio.

¿Por qué camino puedo llegar a Cristo y a su mensaje? Hay un camino muy corto y sencillo. Penetro con la mirada en el alma de Jesús que ora...y creo. "De la plenitud de Este hemos participado todos, y recibido una gracia por otra" (Jn. 1,16).