“-¡Ya bájale! ¡Eres demasiado rígido; “aflójale”! ¡Tienes que abrirte a los nuevos tiempos! ¡No puedes ser tan retrógrado, tan escrupuloso! ¡Tienes que ser más ‘open mind’!”
Estos comentarios los recibía un amigo mío por parte de otros padres de familia. Él tiene tres hijos entre los 16, 15 y 14 años (una chica y dos varones) y las críticas se debían a que tiene por costumbre llevarlos y recogerlos los sábados por las noches, cuando ellos van a fiestas.
Este amigo me decía que le preocupan varios temas que están ocurriendo en las actuales fiestas de los jóvenes:
1) Se suele ingerir alcohol sin medida. No hay gente mayor que imponga mesura;
2) Con frecuencia, en esas reuniones les ofrecen drogas. Por eso, a este amigo le gusta enterarse de cómo está el ambiente de la fiesta y quiénes son los amigos o amigas de sus hijos;
3) Las jovencitas alcoholizadas les suelen proponer a los chicos, en medio de la euforia y del “destrampe”, tener relaciones sexuales y, en no pocas veces, sus hijos le cuentan que algunas se han embarazado. Incluso varias ya han tenido abortos y recuerda concretamente el caso de una chica que tomó la “píldora del día después”, después de varias semanas de la gestación de su bebé, porque estaba desesperada y no quería que sus padres de enteraran. El resultado fue que concibió al niño con daños orgánicos y cerebrales importantes;
4) Además, por el mismo consumo de drogas y alcohol, los grupos de jóvenes se suelen poner agresivos y son comunes los pleitos. Algunos han ido a parar al hospital, no sólo con serias lesiones, sino incluso con daños irreversibles, por ejemplo, en su columna vertebral o en el cráneo;
5) Al salir de las fiestas, en las horas de la madrugada del día siguiente, ya bastante pasados de copas, muchos conducen sus coches a exceso de velocidad y, hasta en ocasiones, olvidan ponerse su cinturón de seguridad. Así que me dice que cada día se va enterado de conocidos de sus hijos o muchachos mayores que se accidentaron o fallecieron en choques automovilísticos. Algunos llegan a desgraciar sus vidas porque ese hecho tuvo consecuencias graves en su salud, quedaron inválidos y sin poder continuar con sus estudios.
Lo que me cuenta este amigo no es un dramático argumento de esas típicas telenovelas de “Televisa” o “TVAzteca” sino una dolorosa realidad que -por desgracia- se vive en nuestro país.
Recuerdo a la directora de una asociación que promueve los valores familiares en la ciudad de Chihuahua que me relataba consternada, hace algunas semanas, que se han puesto de moda un tipo de fiestas en su capital norteña, denominadas: “Hook Up”. Se puede traducir como “engancharse” o “ligarse a alguien”. Son un tipo de reuniones juveniles, de un fin de semana completo de duración, en las que además de abundar el consumo de drogas y el alcohol, los que asisten van con la idea clara de que van a tener todo tipo de relaciones sexuales, con quien sea, pero sin cargar absolutamente con ninguna responsabilidad posterior. Es decir, que si la chica resulta embarazada, el padre de esa criatura puede excusarse diciéndole: “a ti ni te conozco y no puedes reclamarme nada porque ya estabas advertida. Ésas son las reglas del juego”.
Existe toda una nueva corriente de opinión por parte de algunos padres de familia que se autocalifican como “modernos” o “tolerantes”, que dicen más o menos esto:
“-A mis hijos desde niños, ya les sembré valores. Ahora que han llegado a la adolescencia, me parece que ya están “grandecitos” para tomar sus propias decisiones. Yo los doy dinero, coche, escuela y lo que van necesitando y después los dejo en completa libertad. ¡Allá ellos y su vida! ¡Yo ya no me meto!”.
¿Cómo contra argumentar esta postura? Primero, que no deja de ser una actitud cómoda y “facilona”, ése desentenderse de la formación de sus hijos. Segundo, que un adolescente no tiene –ni de lejos- la madurez suficiente para decidir, por ejemplo, sobre el uso de su sexualidad, del alcohol, de las drogas. Es la edad en que precisamente requieren de mayor ayuda y orientación porque –como comienza a funcionar su capacidad de raciocinio-, van poniendo en tela de juicio muchas ideas fundamentales de la existencia humana: Dios, la religión, los valores, las virtudes, el sentido de la obediencia, de la libertad, etc.
Justamente es el momento para ayudarlos a pensar. Desde luego no se trata de imponerles, con la violencia verbal, unos criterios de conducta. Más bien, hay que llevarlos de la mano, acompañarlos en ese despertar a la vida, irlos haciendo reflexionar sobre lo que acontece en su mundo interior y exterior. Y otra cosa más, que reviste de gran importancia: ser muy amigo de cada uno de los hijos y que tengan una enorme confianza hacia sus padres. Al punto de que sean capaces de confiar temas importantes para ellos, por sólo citar un ejemplo:
“-Papá, hoy al salir de la escuela, un compañero del salón me dijo que consumía cocaína y me regaló esta bolsita con un polvito blanco. Dice que, si la inhalo, me voy a sentir muy “cool”, como “supermán”. ¿Es cierto esto? ¿Qué debo de hacer ante esta invitación? ¿Qué me puede pasar? ¿Qué tiene de malo? Porque varios de mi salón lo hacen también”.
Hoy más que nunca se requiere, ante un ambiente cada vez más agresivo y hedonista, en que todo se justifica en nombre de “la libertad y la tolerancia”, adelantarse en la formación de los hijos y brindarles elementos para que aprendan, por ellos mismos, a elaborar criterios sólidos y modos de reaccionar o de actuar en su conducta diaria, particularmente en los temas en dónde existe mayor desorientación por la misma presión social (amistades, compañeros de escuela, medios de comunicación, etc.).
Volviendo a las frases iniciales de este artículo, sobre lo que le comentaban algunos padres supuestamente “modernos” a este amigo mío, preocupado por formar bien a sus hijos y que me preguntaba qué hacer, le comenté con claridad:
-Mira, tal como están los tiempos, a los jóvenes padres de familia –como tú- que quieren educar correctamente a sus hijos adolescentes en los valores, no les queda más remedio que ir a contracorriente y de ejercitarse en la virtud de la fortaleza. Aunque te critiquen de “tener ideas del siglo pasado”, de ser “incomprensivo e intolerante”. Definitivamente, que no te preocupe en lo más mínimo el “qué dirá la gente sobre mí”. Tú continúa formándolos en las verdades fundamentales y en los valores de siempre. Sin duda, el tiempo te dará la razón. Finalmente, después de que pases por esta vida, a quien sí le deberás cuentas es únicamente a Dios. Esto es lo verdaderamente importante: formar muy bien a tus hijos para que un día también vayan contigo al Cielo.