Sé lo que quiero deciros y me gustaría acertar, porque en esta ocasión os hablaré de los sacerdotes. Lo hago en una semana en la que el único protagonista es Jesucristo en su misterio de muerte y resurrección; pero entiendo que hablando de los sacerdotes, hablo del Señor. Sé que esta afirmación me la podéis desmentir; sobre todo cuando los sacerdotes son protagonistas de pecados horrendos, que a todos nos duelen y abochornan, como los que últimamente se están conociendo. Pero sería muy injusto que los pecados de algunos minaran nuestra confianza en quienes, por tantos motivos, queremos y admiramos; pero, sobre todo, porque sabemos son entre nosotros testigos del Señor con su vida y con una misión ejemplar.
Por eso os invito en este escrito a hacer en estos días de Semana Santa un sencillo y fervoroso homenaje a nuestros sacerdotes. Os aseguro que no es forzado, lo hace la misma Iglesia que, en la mañana del Jueves Santo, prevé en todas las Diócesis de la Misa Crismal, en la que, como parte del rito, los sacerdotes renuevan las promesas sacerdotales que la inmensa mayoría cumple con fidelidad. Y en la tarde de ese mismo jueves celebramos la cena del Señor, en la que además de la institución de la Eucaristía, recordamos la del mismo sacerdocio. Los apóstoles fueron los doce primeros. Como veis, semana Santa y sacerdocio están asociados. El sacerdocio, en efecto, está asociado al misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo.
Os decía que hablando de los sacerdotes, hablo del Señor. Los sacerdotes nos ofrecen cada día su propia vida, que en realidad es la de Cristo; porque en el sacerdote no hay más singularidad que la de ser “otro Cristo”, es decir una persona que ha sido llamada a entrar en intimidad con Jesucristo y éste le ha elegido para vivir y servir en él. Tu párroco tiene una singularidad humana, con sus virtudes y también con algunos defectos; pero ese es sólo el barro que el Señor ha elegido para la maravillosa misión de representarle como instrumento de su gracia salvadora, como administrador de sus bienes divinos. Cada sacerdote es un misterio del amor de Dios en favor nuestro.
El sacerdote, hombre de Dios
Por eso, unas de las cosas que quiero deciros es que le deis gracias al Señor por vuestro sacerdote, por cada uno de nuestros sacerdotes y que hagáis el esfuerzo de entrar en el fondo de la verdad de su vida y de su misión. Es importante que les queráis mucho, que valoréis su talante humano, sus cualidades, su generosidad, su compromiso con vuestras necesidades y problemas humanos y sociales. Y me consta que eso lo hacéis de buen grado, aunque a veces tengáis que perdonar sus deficiencias, sus “cosillas”. Pero, sobre todo, es necesario que los valoréis porque son hombres de Dios, porque en nombre de Cristo, os acercan lo que él le ofrece a todo hombre: la vida y la salvación. Ellos por su parte, me consta que se preocupan de ser signos creíbles y fiables del Señor, que quieren que su compromiso sacerdotal sea más intenso e incisivo. Acabamos de celebrar unos Encuentros Sacerdotales y os aseguro que nuestros sacerdotes buscan la excelencia de su vida en la santidad, saben que sólo en ella su ministerio se hará fecundo entre vosotros, llegará al fondo de todas vuestras necesidades y aspiraciones humanas y espirituales.
En estos días de Semana Santa ved al sacerdote como aquel que está entre vosotros como el que sirve, es decir, como el Señor, como aquel que os acerca, en su persona, el misterio de Cristo, que es su mejor servicio. Es más, os propongo que esta sea para vosotros la pascua de vuestros sacerdotes. Seguro que a Jesús no le importa; cuando más valoréis al sacerdote, más contento estará él, más le amaréis a él. En el camino de la Pascua, valorad la entrega, la generosidad, la donación total de los sacerdotes en favor vuestro por amor a Cristo. Todo lo que hace el sacerdote es por vosotros y por vosotros conforma su vida con la cruz del Señor, en la que todo es amor. Toda su vida, como la de Jesús, es un acto continuo de amor, aunque a veces lo exprese con cierta torpeza humana. Una torpeza que nadie como vosotros sabe disculpar y comprender. ¡Que tierno y verdadero es el afecto de los fieles por sus sacerdotes, cuando han sabido comprender la entrega de su vida, nada ni nadie puede con ella por mucho que lo intente!
Jesucristo y el sacerdote
Al contemplar la cruz de Cristo en el Viernes Santos, no os olvidéis que os la presenta el sacerdote. Que es él quien que va agarrado a ella. También por el sacrificio de la vida del sacerdote Cristo se os está dando. Y como la cruz, lo sabéis muy bien, además de amor es sufrimiento, sed alivio para vuestros sacerdotes: curad sus heridas; esas que a veces se arrastran en el ministerio, sobre todo cuando por algún motivo este se convierte en un calvario. Estad cerca de ellos en la incomprensión, la calumnia, la maledicencia e incluso en la hostilidad de algunos; los sacerdotes son los que reciben los primeros y más directos golpes que se dirigen a la Iglesia, y los que a veces incluso van dirigidos al mismo Jesús. Consolad y apoyad a vuestros sacerdotes, vosotros que sois testigos de su bondad y de su integridad, sobre todo cuando los veáis sufrir por causas injustas o por campañas denigratorias.
Y en la Pascua del Señor, cuando todo es alegría y confesión de fe, gozad también y alegraos con la resurrección de vuestros sacerdotes y su fidelidad; compartid su felicidad cuando los veáis firmes y fieles en su vida y muy especialmente cuando los veáis crecer en santidad. Alegraos cuando los jóvenes crezcan en madurez humana y espiritual y cuando los veáis cada vez más celosos en su misión. Y disfrutad y apreciad el sólido trabajo de los sacerdotes mayores, valorad su calidad de vida, la solidez de su fe y la experiencia de Dios que han ido acumulando a lo largo de los años.
En fin, ante el misterio de Cristo, de muerte y de resurrección, pedidle con insistencia por vuestros sacerdotes, para que sean santos, para que sean sacerdotes según su corazón. Este será nuestro regalo para ellos en el Año Sacerdotal.