Al escritor Jorge Luis Borges, anciano y ciego, le preguntaba un joven:
“¿Cómo es posible que un hombre tan culto e inteligente como usted, se empeñe en oponerse al curso de la historia?”. La respuesta fue la siguiente:
“Oiga, joven ¿no sabe usted que los caballeros sólo defendemos causas perdidas?”. Las causas perdidas son las únicas que vale la pena defender. No
sólo porque las otras se defienden solas, sino porque la verdad siempre aparece como desvalida.
Nadie tiene la sabiduría suficiente para enfrentarse a todo lo que sucede en
la vida. Los problemas nos dejan confusos, desconciertan. Es vital que la
persona descubra sus defectos y los elimine uno por uno. A veces se ve el
alcoholismo como una causa perdida pero no lo es. Si se trata de un hijo,
los padres han de mantener una vigilancia prudente, para orientarles
positivamente sobre los ambientes y diversiones que frecuentan. ¡A veces van
a cada fiesta! Y los últimos en enterarse son los padres. Los “amigos” del
hijo lo animan a tomar y, cuando viene una congestión, son los primeros que
desaparecen de la escena.
El alcoholismo es un tipo de enfermedad en la que el paciente no cree estar
enfermo. El alcohólico sufre de un sentimiento de culpabilidad; recordarle
sus fracasos empeora su situación. A veces una crisis puede convencer al
alcohólico de que necesita ayuda: un accidente, un arresto, una indigestión,
la pérdida del trabajo... La crisis puede ser necesaria para su recuperación. No hay que hacer nada para impedir que suceda. No hay mal que por bien no venga. Quien tiene un problema de bebida tiene que estar dispuesto a recibir ayuda sino no puede ser ayudado.
La esperanza de recuperación estriba en la capacidad de reconocer la necesidad de ayuda, el deseo de dejar de beber y la sinceridad de admitir que, por sí mismo, no puede lidiar con el problema.
Hay organizaciones internacionales que desean debilitar a los pueblos del
Tercer Mundo por lo que tienen de más valioso: sus niños y sus jóvenes.
Y les ofrecen un paraíso artificial a base de diversiones, alcohol y
drogas.
Tocqueville consideraba como el fundamento de la democracia: “el estado moral e intelectual de un pueblo”.
Si a pesar de los pesares podemos tener la esperanza bien alta es porque las
energías de la inteligencia y la libertad son más poderosas que todos los
condicionamientos económicos y políticos. Las cosas pueden cambiar para mejor. Condición de posibilidad para lograrlo es una transformación de mayor
hondura, que se refiere a la concepción que el hombre tiene de sí mismo.
Asombra ver la capacidad que tiene el ser humano de rectificar, y eso es muy
edificante, pero siempre requiere de ayuda, de sentido, de ideales.
Lo que nos aqueja es una antropología del todo insuficiente, muy por debajo
de la altura de la dignidad que pertenece a toda persona. Lástima que sean
tan pocos los que se preocupan por cuestiones de pensamiento, y menos aún
los que se ocupan de la base humanística y teológica imprescindible en todos
los niveles de la enseñanza.
Para quienes tienen un pariente con problemas de alcoholismo, se recomienda
acudir a un Grupo de Familia Al-Anon o AA. Solos nos pueden resolver ese
problema.