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El árbol de la vida

El árbol de la vida

El libro del
Génesis, que relata la obra de la creación, de la creatura humana
y de su caída ante Dios, dice que luego de que el hombre se acercó
al árbol del conocimiento del bien y del mal, y comió de su fruto,
vino a ser como Dios en cuanto a conocer el bien pero también el mal.
Dios calculó la posibilidad de que el hombre quisiera después tomar
el fruto del árbol de la vida y lo expulsó del paraíso y “puso
delante del jardín de Edén querubines, y la llama de espada vibrante,
para guardar el camino del árbol de la vida”. 

El mismo libro
narra en su capítulo 6 la siguiente cita que es incomprensible todavía
para muchos: “Cuando la humanidad comenzó a multiplicarse sobre la
haz de la tierra y les nacieron hijas, vieron los hijos de Dios que
las hijas de los hombres les venían bien, y tomaron por mujeres a las
que preferían de entre todas ellas. Entonces dijo Yahveh: «No permanecerá
para siempre mi espíritu en el hombre, porque no es más que carne;
que sus días sean 120 años.» Los nefilim existían en la tierra por
aquel entonces (y también después), cuando los hijos de Dios se unían
a las hijas de los hombres y ellas les daban hijos: estos fueron los
héroes de la antigüedad, hombres famosos. Viendo Yahveh que la maldad
del hombre cundía en la tierra, y que todos los pensamientos que ideaba
su corazón eran puro mal de continuo, le pesó a Yahveh de haber hecho
al hombre en la tierra, y se indignó en su corazón. Y dijo Yahveh:
«Voy a exterminar de sobre la haz del suelo al hombre que he creado,
-desde el hombre hasta los ganados, las sierpes, y hasta las aves del
cielo- porque me pesa haberlos hecho.» Pero Noé halló gracia a los
ojos de Yahveh”. 

Mucho se ha
estudiado el texto citado, del que salta a la vista que cuando “los
hijos de Dios” se unieron con “las hijas de los hombres” engendraron
a los “nefilim” y la maldad se extendió por toda la Tierra, provocando
en Dios el exterminio de esa especie, pero cuidando mantener a su propia
creación en Noé y en el arca de los sobrevivientes. 

Esto viene
a reflexión porque se ha destapado lo que ya se sospechaba, que en
diversos laboratorios se manipula la vida mediante clonaciones y creación
de embriones. Pero lo nuevo es que ahora se crean embriones híbridos
de hombre y animal. En efecto, se esta introduciendo ADN humano en óvulos
de animales, cosa que se acaba de conocer gracias a la información
proporcionada por el obispo Ellio Sgreccia, Presidente de la Pontificia
Academia para la Vida, cuando confesaba su consternación al recibir
la noticia de la decisión del Parlamento británico de permitir la
creación de embriones híbridos, pues los diputados británicos aprobaron
la medida como una “propuesta para promover el desarrollo de la medicina”
cuando la Cámara de los Comunes rechazó una enmienda que pretendía
prohibir la creación de este tipo de embriones.  

La propuesta,
según monseñor Sgreccia es extremadamente grave, pues “ante todo
se une a través de la clonación el núcleo humano que fecunda el óvulo
animal. Esta unión busca una fecundación utilizando el elemento masculino,
que es el núcleo, y el elemento femenino, que es el óvulo, uno del
hombre y el otro del animal. Este procedimiento constituye una ofensa
para la dignidad del hombre. Es un intento de fecundación entre especies
que hasta ahora estaba prohibido por todas las leyes sobre fecundación
artificial. La unión hombre-animal, aunque no sea sexual, representa
uno de los horrores que siempre han provocado el rechazo de la ética
pues cada vez que se ha roto la barrera entre el hombre y el animal
se han visto consecuencias muy graves, incluso involuntariamente”. 

Según la ley
aprobada, los embriones híbridos a base de material genético humano
y animal deben ser destruidos al cabo de 14 días de desarrollo y su
implantación en el útero de una mujer está prohibido. Esto significa,
aclara el presidente de la Pontificia Academia para la Vida, que los
embriones que tienen menos de quince días “no valen nada, algo que
es falso desde el punto de vista científico, y si se decidiera dejarles
en vida, podrían dar lugar a monstruosidades, o promover infecciones,
pues el paso del ADN humano al ADN animal puede crear incógnitas”.  

Si a esas “monstruosidaes”
les llamáramos “nefilim” en lenguaje bíblico, tal vez también
diríamos que ahora el hombre quiere tomar el fruto del árbol de la
vida.