La astrología (antigua y moderna) busca indagar sobre el futuro con la ayuda de las estrellas o con otros métodos más o menos sofisticados.
Según la disposición de los astros en la fecha de nacimiento, según los movimientos celestes del presente, los astrólogos y los amigos de las ciencias adivinatorias dan recetas, ofrecen consejos, previenen de peligros, sugieren inversiones y recomiendan dietas.
En la Antigüedad hubo pensadores que criticaron con dureza las extravagancias de los adivinos. Sexto Empírico, un filósofo que vivió entre los siglos II y III de nuestra era, escribió un tratado contra los astrólogos, para ridiculizar los argumentos usados por quienes leían el futuro en las estrellas.
En el mundo moderno, y a pesar de los progresos de la ciencia y de la cultura, la astrología tiene una gran difusión. Encontramos horóscopos en el periódico, en la radio, en internet. Existen adivinos que ofrecen (a un precio más o menos razonable) consejos y pistas a quienes piden ayuda antes de tomar decisiones importantes. El nivel de estudios no aparta a muchos de la costumbre de acudir a los astrólogos.
Al lado de la astrología, quizá en competencia con ella, se ha desarrollado un uso de la genética orientado claramente a las predicciones, al conocimiento del futuro. A través del estudio del ADN, de la información de los genes con los que cada uno empieza a existir, algunos buscan desvelar numerosas características de las personas y de sus acciones presentes y futuras.
El ADN determinaría, principalmente, la estructura física, la altura, el color de la piel, la forma de la nariz, el brillo de los ojos o la calcificación de los huesos. Pero también fijaría el nivel intelectual, la disposición caracteriológica, la propensión a ciertas enfermedades, la tendencia hacia el optimismo o hacia el pesimismo, el sentido del humor, incluso muchas decisiones que la gente considera libres pero que serían resultado del poderoso control ejercido por los genes.
Esta teoría, desde luego, no es compartida por todos, pues muchos biólogos reconocen que, junto a la acción de los genes, la vida de cada individuo depende del ambiente, de la cultura, de las decisiones personales. El desarrollo de una existencia humana no sería resultado del control férreo del ADN sobre la psicología o sobre el funcionamiento del organismo fisiológico, sino que se explicaría desde un conjunto muy completo de factores, entre los que habría que incluir la libertad de cada uno.
Pero la tentación de aceptar el determinismo genético sigue muy presente en nuestras sociedades. Hay quienes buscan conocer su futuro con la ayuda de un test de laboratorio, para descubrir si tendrán cáncer de colon, si sufrirán de diabetes, si morirán de alguna forma de insuficiencia renal, etc. Creen, de esta manera, adquirir una ciencia con la cual podrían orientar sus decisiones futuras y prevenir (incluso evitar) males a los que estarían predispuestos a causa de la constitución de sus cromosomas.
En el ser humano, sin embargo, existen fuerzas interiores y mecanismos profundos que van más allá de los mecanismos genéticos. La inteligencia nos abre a horizontes casi ilimitados. La voluntad puede escoger entre muchos estilos de vida, hasta el punto que muchas decisiones cambian completamente el destino no sólo de uno mismo sino también de muchas otras personas que viven más o menos cerca de nosotros.
Es verdad que los genes fijarán, casi de modo irremediable, ciertos eventos en la vida de cada uno. Pero también es verdad que con una dotación genética “defectuosa” y pobre, habrá quienes sabrán vivir según valores nobles, según principios buenos, según actitudes de solidaridad y de entrega que embellecen el mundo y que hacen posible importantes triunfos de la justicia entre los hombres. Como también, hay que reconocerlo, habrá quienes vivan según criterios egoístas, injustos y violentos.
Frente a quienes, con una actitud de prepotencia, quieren usar la genética para decir quién tiene derecho a vivir y quién será abortado por los “defectos” en sus cromosomas (para evitarle un “futuro negro”), podemos y debemos defender el valor de cualquier existencia humana, precisamente porque vivir como hombres o como mujeres es algo mucho más grande y más profundo que desarrollar una serie de eventos químicos según el ADN que recibimos de nuestros padres.
La genética no debe convertirse en un sucedáneo de los horóscopos (engañosos hasta extremos ridículos) en el mundo de la ciencia. Ni las estrellas ni los genes pueden encadenar la riqueza de la libertad humana. Porque somos libres, cada uno decide, en sus opciones concretas, su futuro temporal y su futuro eterno. Ese es el gran riesgo y, sobre todo, la gran riqueza, de nuestra condición humana.