Padre Fernando Pascual L.C.
La calumnia contra personas o grupos puede ser castigada penalmente en muchos países. Existen leyes que tutelan la buena fama de las personas y que limitan, justamente, el derecho a la libertad de expresión de forma que no pueda ser usado (abusivamente) para calumniar a inocentes.
Pero quien hace la ley, hace la trampa. O, dicho de modo más preciso, quien conoce la ley sabe cómo violarla con guante blanco para eludir procesos y castigos.
Eso ocurre con las insinuaciones calumniosas, muy presentes en la prensa, en blogs, en comentarios de Internet.
6 de junio de 2011.- Aquella persona estaba segura: el fin del mundo llegaría el día X del año Y. Hablaba con aplomo. Repetía, para probar sus afirmaciones, citas de libros sagrados, o aseguraba haber recibido el anuncio de esa fecha de boca de un ángel o incluso del mismo Dios.
Miles de seguidores le creyeron. Miles, millones de escépticos, desconfiaron. Llegó el día X. No pasó nada. ¿Entonces?
¿Ha aumentado la indiferencia, la insensibilidad, la apatía, ante los sufrimientos y las necesidades de quienes viven cerca y de quienes viven lejos? No es fácil dar una respuesta, pues junto a personas con actitudes de individualismo encontramos a otras personas buenas, dispuestas a quebrarse la espalda y a mancharse las manos para ayudar a otros.
Constatamos casi cotidianamente la existencia y el debate entre opiniones distintas sobre temas importantes.
Ante tal hecho, podemos tomar una actitud de aparente respeto: sobre temas donde hay muchas opiniones ninguna podría ser considerada como verdadera. En otras palabras, en esos temas sería necesario admitir el pluralismo y evitar cualquier actitud de tipo impositivo que lleve a descalificar a quienes piensan de modo distinto del propio al suponer, erróneamente, que unos poseen la verdad y los otros están equivocados.
Según un dicho oriental, “mil caminos nacen bajo tus pies”.
Quizá no nazcan mil caminos, pues no tenemos ante nosotros mil posibilidades a la hora de elegir. Pero sí es cierto que existen muchas opciones: podemos ir hacia lo cómodo o hacia lo exigente, escoger una carrera u otra, aceptar un trabajo o rechazarlo, salir a tomar unas copas o quedarnos en casa para estudiar o para limpiar la ropa sucia.
¿Es posible un humanismo sin Cristo? ¿Podemos defender la dignidad humana, los derechos fundamentales, las libertades genuinas, las virtudes que ennoblecen la cultura y los estados, dejando de lado el Evangelio que nos viene de un sencillo y misterioso Nazareno?
Llegamos a un callejón aparentemente sin salida en las discusiones sobre el aborto cuando consideramos que la defensa del derecho a la vida de los hijos va contra la libertad y el derecho a la autodeterminación de las madres.
En debates orales o escritos, es fácil encontrar personas que reprochan a la Iglesia católica hechos del pasado o del presente.
Un caso típico es el de la Inquisición. Muchos critican este tribunal por violar el respeto a la libertad religiosa y por usar en ocasiones la tortura como método para conseguir declaraciones de los procesados.
La noción de patria es compleja y crea discusiones muy vivas. El hecho de que un conjunto de hombres y mujeres se sientan miembros de una colectividad, con una historia común, además de otros elementos necesarios para que se dé la cohesión necesaria para acometer proyectos compartidos, podría parecer suficiente para que constituyan una patria.
La violencia gratuita contra animales provoca reacciones de rechazo. Duele ver cómo un animal es golpeado, herido, incluso matado, en medio de contorsiones de dolor que muchos no son capaces de observar serenamente.
Existen, por desgracia, formas de violencia gratuita contra seres humanos. Algunas, en lo más escondido del hogar. Otras, en algunos edificios y en cárceles de sistemas totalitarios. Otras, a la luz del día o ante las cámaras de televisión, desde atentados miserables o gestos arbitrarios de violencia callejera.