El Sínodo de los obispos que se tuvo en Roma el mes de octubre de 2005 estaba dedicado a profundizar en el misterio de la Eucaristía. Entre las proposiciones elaboradas por el Sínodo, encontramos una dedicada enteramente al tema de la falta de sacerdotes.
Tal proposición, la número 11, constata el problema y ofrece una serie de ideas que puedan ayudar a fomentar las vocaciones. Conviene tenerlas presentes, pues un Sínodo no sólo habla al Papa y a los obispos, sino que en cierto modo nos habla a todos los católicos. ¿Cuáles son estas ideas?
Primera idea: hay que “urgir a los pastores a promover las vocaciones sacerdotales; a descubrirlas y a convertirse en sus «heraldos», empezando por los adolescentes y prestando atención a los acólitos”.
Muchos sacerdotes, al recordar nuestro pasado, sentimos una profunda gratitud por la ayuda que recibimos cuando éramos niños y adolescentes por parte de santos sacerdotes. Entramos en contacto con ellos a través de este hecho tan simple: poder ser acólitos en las misas de los domingos. Es una experiencia sumamente rica, pues permite vivir con mayor atención la Santa Misa, y ofrece la posibilidad a los monaguillos de conocer y convivir con sacerdotes.
¡Cuánto ayuda a un adolescente el conocer buenos sacerdotes! A través de ellos descubre la belleza de la fe cristiana y la grandeza de la vocación sacerdotal. Los niños y los jóvenes conocen, de este modo, testimonios bellísimos de entrega a Dios: sacerdotes dedicados al servicio de los pobres, sacerdotes dispuestos siempre a escuchar las confesiones de la gente, sacerdotes ancianos que nos cuentan sus experiencias de misioneros en Asia, África o América, sacerdotes maduros que explican con fuego y amor las verdades cristianas, sacerdotes muy bien preparados que respondían a nuestras dudas y nos orientaban en los momentos difíciles de la adolescencia.
Desde luego, cada vocación es algo sumamente personal: queda entre Dios y el alma de quien recibe la llamada. Pero Dios se vale de hombres, especialmente de sacerdotes, para insinuar que nos invita a servirle. Sobre todo a través de la alegría y el entusiasmo de muchos sacerdotes, que contagian a los niños y a los adolescentes que viven más cerca de la parroquia, a los acólitos, a los jóvenes que un día empiezan a hablar con un “cura” y ven así que no es “raro” como algunos les habían dicho...
Segunda idea del Sínodo: “no tener miedo de proponer a los jóvenes la radicalidad del seguimiento de Cristo”.
Cierta prudencia humana y algunos excesos del pasado han llevado a no mencionar casi nunca a los jóvenes que tal vez Dios les está llamando. En algunos lugares, incluso, hay católicos que ven con extrañeza que un sacerdote o un laico pregunten a un joven: “¿no te gustaría ser sacerdote?”
Tal pregunta, sin embargo, siempre que sea formulada dentro del máximo respeto a las conciencias, no puede ser vista como una coacción; más bien quiere ser una apertura de horizontes nuevos, una ayuda para descubrir algo tan hermoso como la vocación sacerdotal.
Hemos de reconocer que Dios llama de mil maneras: a través de una pregunta, de un libro, de un ejemplo, de una película, de un accidente, de una enfermedad, de una conversación. Muchos chicos empiezan a pensar en el sacerdocio gracias, precisamente, a alguien que les lanza la pregunta, que en cierto modo les invita a ser más generosos, que les abre horizontes quizá no pensados hasta ahora.
No debemos, por tanto, tener miedo de proponer, con atractivo y con amor, la belleza del sacerdocio, o de la vida consagrada a la que pueden ser llamados tanto chicos como chicas. Nos lo pide el Sínodo. Nos lo pedía, con el corazón en la mano, el Papa Juan Pablo II en un mensaje con ocasión de la XXIX jornada mundial de oración por las vocaciones (1992):
“Exhorto, luego, a los sacerdotes a que no renuncien nunca a proponer a los jóvenes tan alto y noble ideal. Todos sabemos lo importante que es la tarea de un guía espiritual para que los gérmenes de vocación, sembrados 'a manos llenas' por la gracia, puedan desarrollarse y madurar”.
Tercera idea del Sínodo: es importante “sensibilizar a las familias, que en algunos casos son indiferentes o incluso contrarias”. ¿Qué significa esto? Significa ayudar a los padres para que comprendan que la vocación de un hijo no es un “accidente” o un “mal momento”, sino la alegría mayor que puede ocurrir en cualquier hogar verdaderamente cristiano.
Esto, desde luego, parece difícil si la fe es pobre, de “tradición”, mientras que en la vida cotidiana todo se vive de un modo demasiado trivial, casi pagano.
En cambio, cuando hay fe, los padres saben que cada hijo que llega a casa es un don maravilloso de Dios. Nace desde el amor de los esposos, y luego empieza a vivir. Al inicio, en una dependencia casi total de los padres. Poco a poco, con mayor libertad, con mayor madurez. La alegría mayor que puede recibir un hogar cristiano llega cuando uno de los hijos dice: “papá, mamá, estoy pensando que Dios me llama”.
Costar, siempre cuesta la separación de un hijo. Pero si el hijo deja la casa para seguir la vocación sacerdotal es para unirse de un modo nuevo y profundo con sus padres. Aunque las distancias sean en ocasiones grandes, aunque pase mucho tiempo sin poder ver al hijo. En la oración esa familia sigue muy unida, pues el hijo necesita el apoyo de sus padres, y los padres descubren, poco a poco, cuántas gracias derrama Dios entre quienes acompañan generosamente al hijo en el camino de su vocación sacerdotal o consagrada.
La cuarta idea: “cultivar la oración por las vocaciones en todas las comunidades y en todos los ámbitos eclesiales”. Orar, orar, orar sin cansarnos. Porque “la mies es mucha y los obreros pocos” (Lc 10,2). Orar porque necesitamos sacerdotes, santos y buenos sacerdotes, muchos y en todos los rincones del planeta.
En muchos lugares existen bellísimas iniciativas para promover esta oración por las vocaciones. Además de las jornadas mundiales de oración por las vocaciones que cada año organiza el Papa, existen muchos católicos que, de modo individual o en grupo, rezan por las vocaciones.
Hay monasterios de contemplativas que no dejan de apoyar a los sacerdotes y de pedir generosidad para los jóvenes que reciben cada año la llamada de Dios. En otros lugares se tiene adoración por las vocaciones, una actividad que evidencia de modo especial la unión tan profunda que existe entre Eucaristía y sacerdocio.
La quinta idea va dirigida a los obispos, sobre el tema de la distribución equitativa del clero, y no la tocamos aquí por ser un tema muy específico.
Si podemos resumir el texto de esta proposición 11 del Sínodo, podríamos hacerlo con estas palabras: todos estamos llamados a hacer más, en profundidad, por las vocaciones. Los sacerdotes no son algo ornamental en la Iglesia, ni podemos sentirnos indiferentes ante el grave problema de la falta de vocaciones. Cada bautizado necesita sentir la urgencia de que haya muchos, muchos jóvenes generosos y con una fe profunda, capaces de aceptar la invitación que Cristo, hoy como hace siglos, les dirige: “ven y sígueme... desde ahora serás pescador de hombres”.