GAMA - Análisis y Actualidad
Los famosos son autores, artistas o pensadores que han dejado una huella en la historia. Los clásicos, a diferencia de los famosos, se distinguen porque su producción presenta valores que van más allá de su propio tiempo y es válida para el hombre de todo momento y cultura ayudándolo a ser él mismo. En pocas palabras, clásico no significa “antiguo”, sino “perenne”.
Sobre algunas de las afirmaciones del próximo libro de Stephen Hawking ya se ha dicho y escrito demasiado. Pero siguiendo con el físico británico, quiero desviar un poco la atención de las hipótesis descabelladas a un interesante artículo publicado –nada menos– por el periódico español El Mundo (cf. 05.09.2010) sobre la huella de Dios en la vida de este ateo.
Leer los clásicos está pasado de moda, al menos en las mentes de aquellos que poseen una visión negativa de lo clásico. Para ellos suena a primitivo, a viejo, a aburrido, a café con amarillo por lo guardado.
Stephen Hawking se trae, desde hace años, sus más y sus menos con Dios. Hace unos cuantos, en su “Breve historia del tiempo” decidió que cuando se descubriese la teoría del todo, al fin conoceríamos la mente de Dios. Dios quedaría reducido a unas ecuaciones.
Muchas veces, y a pesar de asumir de buen grado la responsabilidad de preparar a nuestros hijos para ser capaces de amar y de ser amados, somos conscientes de que no estamos suficientemente preparados para afrontar esta tarea. ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo hablar con nuestros hijos del arte de un amor auténtico? ¿Cuándo es el momento oportuno para resolver sus inquietudes? ¿En qué objetivos vamos a centrar nuestras propuestas educativas para promover lo que realmente es eficaz: la espera, el respeto del otro, la madurez, el amor verdadero...?
En debates orales o escritos, es fácil encontrar personas que reprochan a la Iglesia católica hechos del pasado o del presente.
Un caso típico es el de la Inquisición. Muchos critican este tribunal por violar el respeto a la libertad religiosa y por usar en ocasiones la tortura como método para conseguir declaraciones de los procesados.
Cada vez son más frecuentes, desgraciadamente, la adopción de niños inocentes por parte de parejas del mismo sexo. Lo curioso es que mientras a los gays les dan o quieren dar bebés, a quienes ya no quieren ser gays se los quitan.
Parecerá absurdo, pero en la vida hay cosas que se asemejan a esta ridícula escena: imaginemos un hombre hambriento, terriblemente hambriento. De un momento a otro se encuentra ante un delicioso, esponjoso, majestuoso pastel de tres leches. No sólo seduce su mirada. A su olfato lo encadena en un callejón sin salida: la fragancia hipnotizante del pan recién horneado, único y caliente. Inconfundible. Tradicional. En fin, una delicia. Y ahí están el hambre y el pastel: la víctima y el asesino…
La violencia gratuita contra animales provoca reacciones de rechazo. Duele ver cómo un animal es golpeado, herido, incluso matado, en medio de contorsiones de dolor que muchos no son capaces de observar serenamente.
Existen, por desgracia, formas de violencia gratuita contra seres humanos. Algunas, en lo más escondido del hogar. Otras, en algunos edificios y en cárceles de sistemas totalitarios. Otras, a la luz del día o ante las cámaras de televisión, desde atentados miserables o gestos arbitrarios de violencia callejera.
La idea de que el embarazo inicia con la anidación (implantación) del embrión humano en el útero, o en alguna otra zona del seno materno, está bastante difundida y genera no pocas confusiones.
Con esta idea el embrión queda durante unos días, alrededor de siete, en “tierra de nadie”, muchas veces sin protección, y en otras ocasiones bajo el “fuego” de métodos mal llamados “anticoncepción de emergencia” que buscan simplemente que el embrión no se implante (es decir, que muera).