La violencia gratuita contra animales provoca reacciones de rechazo. Duele ver cómo un animal es golpeado, herido, incluso matado, en medio de contorsiones de dolor que muchos no son capaces de observar serenamente.
Existen, por desgracia, formas de violencia gratuita contra seres humanos. Algunas, en lo más escondido del hogar. Otras, en algunos edificios y en cárceles de sistemas totalitarios. Otras, a la luz del día o ante las cámaras de televisión, desde atentados miserables o gestos arbitrarios de violencia callejera.
Una forma de violencia que afecta cada año a millones y millones de seres humanos es la que se lleva a cabo en el aborto. Porque la supresión de la vida de un hijo indefenso en el seno de su misma madre es un acto agresivo e innatural, que destruye al más indefenso de los humanos en sus primeras semanas de existencia.
Por eso, mientras algunos luchan contra formas de violencia contra los animales que son indignas del ser humano, hace falta la movilización de quienes aman la justicia para que nunca el aborto sea visto como un derecho, para que nunca una mujer sea dejada sola en su maternidad.
La sociedad parece haber perdido el rumbo cuando se aprueban leyes que protegen la vida de toros y de gatos, de águilas y de osos, mientras se aprueban otras leyes que convierten el aborto en una opción más entre los servicios que se ofrecen en los hospitales y clínicas de un estado.
Un aborto no es un acto médico, sino la injusta supresión de una vida humana inocente. En algunos lugares es urgente recordarlo, para que no se llegue a la paradoja de tratar a algunos animales con más cuidado y con más “respeto” que a los hijos en el seno de sus madres.