Stephen Hawking se trae, desde hace años, sus más y sus menos con Dios. Hace unos cuantos, en su “Breve historia del tiempo” decidió que cuando se descubriese la teoría del todo, al fin conoceríamos la mente de Dios. Dios quedaría reducido a unas ecuaciones.
Ahora, en su nuevo libro “The grand design”, lo reduce a un Dios innecesario e inútil. Habrá que ver lo que dice de verdad su nuevo libro, porque de momento sólo sabemos algunas cosas de su contenido por la prensa que, en general, no suele ser muy precisa en lo que dice. Pero dado que lo de decir que Dios no existe es una cosa que vende periódicos y libros, las sirenas se han puesto a cantar. Aunque en estos días ya ha habido, tanto en prensa como en la red, muchas respuestas a las afirmaciones que la prensa pone en boca de Stephen Hawking, creo que lo que escribo a continuación no es redundante.
Si mañana me invitasen a una charla de Vicente del Bosque acerca de la estrategia para dirigir un equipo de futbol, iría encantado. Pero si al final de la charla, del Bosque acabase diciendo que con lo dicho quedaba demostrado que el juego del ajedrez era innecesario, me parecería una solemne estupidez. Pues algo así es lo que ha hecho Stephen Hawking.
Con un agravante. Es difícil que, ante ese final de conferencia por parte de del Bosque, nadie diese crédito a su última frase. Sin embargo, el mundo actual, que ha endiosado a la ciencia, escucha a los científicos como si fuesen el oráculo de Delfos, hablen de lo que hablen. Hawking sabe perfectamente que el campo de la ciencia se limita a lo que se puede contar, pesar o medir y, al final, reducirlo a relaciones matemáticas. Debiera saber que Dios cae fuera de esa categoría y que, por tanto, la ciencia no puede decir nada sobre ello, porque le es ajeno. Esto es lo que le han venido a decir la mayoría de sus colegas, si exceptuamos algún que otro ateo militante del estilo de Richard Dawkins. Y que, por lo tanto, no es posible demostrar ni la existencia ni la no existencia de Dios desde la ciencia. Naturalmente, Hawking es libre de expresar su opinión, pero hacerlo en un libro que se supone de ciencia, y hacerlo hablando ex cátedra, es jugar a propósito con el equívoco. Es, por tanto, una falta de honestidad.
Básicamente y por no hacer este escrito demasiado largo, me centraré en lo que parece ser el argumento central del libro de Hawking. Parece que en él asegura que, dado cómo son las leyes de la física, el universo pudo salir espontáneamente de la nada. El problema lógico que invalida su razonamiento es que antes de que existiera el universo, tampoco existían las leyes de la física. Su error –bastante burdo, por cierto– estriba en poner el carro antes que los bueyes, el efecto antes que la causa. Pero, admitamos por un momento que no fuese así. Que las leyes del universo preexistieran a éste. La pregunta es todavía más imposible de contestar. ¿Quién o qué hizo que hubiese unas leyes que hiciesen posible que apareciese un universo como éste de la nada?
La lógica más elemental exige que haya un ser, algo o alguien, que idease esas leyes tan magníficas. Que el universo apareció de la nada es algo que el dogma cristiano, no sólo admite, sino que defiende. Como defiende, con toda la lógica del mundo que ese ser, al que llama Dios, fuese el que crease el universo. Pero cuando dice que lo creó de la nada, no especifica cómo lo hizo, o si lo dice, lo dice, el cómo, de manera simbólica. Por tanto, si las leyes de la física preexistieran al universo, bien pudieron ser las herramientas de las que Dios se valió para crearlo. Por otro lado, unas leyes tan precisas como para ser capaces de dar lugar a un universo tan maravilloso como es éste, nos tienen que hacer pensar que están hechas con una finalidad.
Pero sólo las personas pueden dar una finalidad a las cosas. Si mañana un tiesto se cae de una ventana y me mata, nadie en su sano juicio diría que el tiesto tenía la intención de partirme la crisma. Pero si unos hombres de una isla que nunca ha conocido la civilización encontrasen en su playa un coche y, a fuerza de experimentar descubriesen su forma de funcionamiento, sería irrisorio que dijeran que fuese su forma de funcionar la que ha hecho el coche. Sabrían que alguien, no algo, lo había hecho y no dudarían de que lo había hecho con un propósito.
Pues igual de cómica es la historia que nos cuenta Hawking abusando a sabiendas de su prestigio científico ante un público que ha deificado la ciencia como si su campo de actuación fuese toda la realidad. Creo que dos frases, de Albert Einstein la primera y de Edwin Schrödinger la segunda, ambos mejores científicos que Hawking, pueden ilustrar lo que digo:
“... como un niño que entra en una biblioteca inmensa cuyas paredes están cubiertas de libros escritos en muchas lenguas distintas. Entiende que alguien ha de haberlos escrito, pero no sabe ni quién ni cómo. Tampoco comprende los idiomas. Pero observa un orden claro en su clasificación, un plan misterioso que se le escapa, pero que sospecha vagamente. Esa es, en mi opinión, la actitud de la mente humana frente a Dios, incluso la de las personas más inteligentes” (Einstein).
“La imagen científica del mundo es muy deficiente. Proporciona una gran cantidad de información sobre hechos, reduce toda la existencia a un orden maravillosamente consistente, pero guarda un silencio sepulcral sobre [...] todo lo que realmente nos importa. [...]... no sabe nada de lo bello o de lo feo, de lo bueno o de lo malo, de Dios y la eternidad. A veces la ciencia pretende dar una respuesta a estas cuestiones, pero sus respuestas son a menudo tan tontas que nos inclinamos a no tomarlas en serio [...]. La ciencia es incapaz de explicar mínimamente por qué la música puede deleitarnos, o por qué y cómo una antigua canción puede hacer que se nos salten las lágrimas” (Schrödinger).
En fin, que éste es un intento de Hawking, como tantos otros de tantos ateos militantes que en el mundo han sido, de negar la existencia de un Dios que, sea por el motivo que sea, les molesta. No entiendo muy bien los motivos de los activistas del ateísmo que se empeñan en demostrar que algo no existe. Pero lo que no creo que sea honesto es usar para ello argumentos no científicos y carentes de la más elemental lógica, que se aprovechan de un prestigio en el campo científico, disfrazándolos de tales. No puedo dejar de hacerme una pregunta: ¿Tendrían, Hawking o Dawkins tanto prestigio populista si se hubiesen dedicado a su oficio de hacer ciencia como tantos otros científicos, creyentes y no creyentes? ¿Venderían tantos libros? ¿Tendrían ese tirón mediático? Seguro que no. Lejos de mí afirmar que esto sea lo que les mueva, pero… suena plausible.