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Ante la blasfemia

El mal avanza en el mundo por cobardía de los buenos. Si se deja sin contestación a los que faltan al respeto a Dios y a los demás, pronto nos veremos inmersos todos, hasta las cejas, en el chapapote de la inmundicia moral, que nos anegará.

Los límites del mal

Los límites del mal

El mal avanza. Con maquillaje, con sonrisas, con protocolos, con acuerdos nacionales e internacionales, con presiones para llegar a un consenso, con el vestido de la tolerancia y de los “derechos humanos” interpretados según la conveniencia de ciertos grupos de poder.

¿Puede ser “útil” el mal?

¿Puede ser “útil” el mal?

El mal se nos presenta como un misterio. El hambre de niños inocentes, la derrota de pueblos indefensos ante invasores despiadados, la traición en la vida matrimonial de quien parecía bueno, el fraude del amigo que toma el dinero de un préstamo y nos deja en una situación desesperada, esa enfermedad que inicia precisamente cuando acabamos de lograr un trabajo...

El mayor mal, el pecado

El mal más profundo, más destructor, más nefasto, más dañino que pueda afectar a un ser humano es el pecado.

No resulta fácil descubrir esta verdad en el mundo moderno. Si no tenemos una idea clara de quién es Dios; si no comprendemos la vocación profunda del hombre al amor; si no sentimos lo hermoso que es vivir como amigos de Cristo; si no aceptamos que somos seres espirituales y que nuestro destino eterno es el cielo... entonces el pecado no resulta un mal: simplemente no existe.

El mal, el hombre y Dios

El mal nos escandaliza. Millones de niños que mueren de hambre, guerras endémicas que hunden en la pobreza a los pueblos, atentados criminales que acaban con la vida de inocentes, médicos que practican el aborto como si fuese una operación ordinaria.

Ante tantos males, ante tanto dolor, muchos se rebelan. Algunos llegan a negar que Dios exista. No ven cómo sea posible pensar que exista un Dios bueno mientras el mundo vive dramas profundos e injusticias que claman al cielo.

La mentira: un mal para todos

La sociedad existe sólo cuando esta edificada sobre principios irrenunciables. Uno de ellos es el de la confianza mutua.

Vivimos con otros, en casa o en la calle, en el trabajo o en el autobús, en un parque o en un equipo de deporte, porque existe entre nosotros confianza mutua. Porque pensamos que hay respeto, honestidad, acogida. Porque creemos que el familiar o el amigo no nos engañan, son sinceros.