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santidad

Bondad y santidad

  Recuerdo una historia de un libro de L. Trese sobre dos amigos, Juan y Pedro. Juan vive en una familia acomodada, tiene la vida fácil, buena educación, cumple sus obligaciones de cristiano y destaca en los estudios por su buena inteligencia, se casa bien y vive feliz con su mujer e hijos, con un buen trabajo y una posición económica desahogada, cumple con Dios y procura hacer el bien que puede a los demás.

¡Hasta el Cielo!

Nos impresiona la muerte de Pedro. El Papa, cada Papa, en cuanto hombre, está marcado por ese destino tremendo, dramático, misterioso, con el que concluye la existencia humana en esta tierra. El Papa, grande o pequeño, aplaudido o criticado, muere.

El momento de la partida, la hora del “hasta el cielo”, llega un día, tal vez de modo repentino, o tras una larga enfermedad. Los fieles, con una tristeza profunda, sienten el hueco que deja el pastor supremo, el obispo de Roma, cuando vuela al encuentro del Maestro.

¿Se puede programar la santidad?

“¿Se puede programar la santidad?”

Esta vez los jóvenes no estaban de acuerdo. El catequista les había pedido que preparasen un programa especial: hacer de este año un año de trabajo en la santidad. Y claro, más de uno dijo que eso era imposible: la santidad no se puede programar como se programan unas vacaciones o un torneo de fútbol...

Todos los santos

Todos los Santos

Fiesta de todos los adalides del cristianismo:

los que lograron lo único necesario,

los que dejaron pasar lo pasajero

y se quedaron con lo eterno.

Los felices, los eternamente felices,

¡Qué envidia!

Señor, haz que les imite,

que yo también me arranque de lo vano y falaz,

y que me aferre a los valores eternos.

Ser santo es posible para mí,

como lo fue para ellos.

En este mismo instante hay hombres y mujeres

que se están haciendo santos.

¿Qué harás Tú?

"

 

El hombre perfecto

El hombre perfecto

1. PERFECCIÓN PSÍQUICA DE JESÚS.-

¿Pero había un alma sana en este cuerpo? En vista de lo extraño de su conducta, enseñanzas y aspiraciones, es muy comprensible que el hombre vulgar contemporáneo de Jesús, carente del sentido de lo extraordinario y de lo heroico, y cuyo criterio no salía de lo común, quedase perplejo y aun contrariado ante la figura de Jesús, considerándole a veces psíquicamente enfermo.