“Software” de santidad cristiana
Manuel no lo podía creer: ¡un programa de computación para ser santos!. Además, según decía la presentación, “de modo seguro y con dificultades, en un mes”. Lo normal es que te digan “de modo fácil”, pero lo de las dificultades estimuló a aquel joven de 17 años.
Tomó en seguida aquella caja. Fue a la computadora. Introdujo el cdrom y empezó a correr la presentación. Como saludo inicial, aparecieron un Cristo crucificado, una tumba abierta y una silueta de la Virgen. Sonaban las notas de una música desconocida pero serena, como un Ave María lleno de lirismo.
En la parte superior derecha brillaba de modo intermitente una especie de corona como esa que ponen a los santos en las imágenes. Manuel apretó allí, y apareció una nueva pantalla:
“Es muy fácil ser santo, pero exige mucha voluntad. ¿Te atreves?” El sí y el no se encendieron a los lados.
Manuel apretó el sí. “¿Seguro que tienes voluntad? Este programa no vale para personas inconstantes”.
Con un nuevo sí entró en el siguiente menú: “Condiciones de uso”. El preámbulo era severo:
“Para iniciar el camino hacia la santidad hay que recordar lo que Dios nos pide en los Mandamientos y lo que Jesús nos enseña en el Evangelio, especialmente las bienaventuranzas. ¿Sabes cuáles son los Mandamientos? ¿Conoces las bienaventuranzas?” Al final, una flecha permitía pasar al siguiente menú.
Manuel pudo leer así los diez mandamientos (Deuteronomio 5, 6-21) y las bienaventuranzas (evangelio según san Mateo, capítulo 5). El programa parecía exigente: “Amarás al Señor tu Dios...” Cada mandamiento tenía un tono claro y comprometedor. Luego, las bienaventuranzas: felices los que tienen hambre de la justicia, los mansos, los limpios de corazón, los misericordiosos...
Acabada esta parte del software, apareció un texto:
“Ya conoces el programa de Cristo en sus líneas generales. Te falta por leer todo el Evangelio y el Catecismo de la Iglesia Católica. ¿Te comprometes a hacerlo?” Después de dar el sí, brilló una nueva pregunta: “¿Estás seguro? Te advierto que no es fácil, que tendrás que dejar cosas que te gustan y que muchos empezarán a reírse de ti”. Manuel volvió a apretar el sí.
“Te quedan dos pasos importantes. El primero consiste en vivir muy cerca del Espíritu Santo, dialogar continuamente con Él, tomar todas las decisiones bajo su consejo. ¿Aceptas?” Tras apretar el sí Manuel se encontró con una pantalla imprevista: “¿De verdad sabes quién es el Espíritu Santo? Si no lo sabes, lee el Catecismo” (con un enlace que permitía acceder a una explicación sobre el Espíritu Santo).
Manuel, que había estudiado algo de religión, que había ido a clases muy buenas de catequesis para prepararse a la confirmación, dijo que sí. Entonces el programa le llevó a la última etapa.
“El segundo paso es que tienes que comprometerte a vigilar y rezar. Vigilar para no caer en tentación. Si caes alguna vez, aprieta aquí [y se habría una pantalla en la que se explicaba el sacramento de la confesión]. Luego, rezar, porque sólo Dios es Santo, sólo Dios puede darte la santidad”. [Y aparecía un enlace que llevaba a la explicación de la oración cristiana].
“¿Estás listo para empezar?” Manuel volvió a decir que sí. La penúltima pantalla decía así:
“¡Felicidades por tu valor! Ahora te queda un mes para probar. Si después del mes no consigues ser santo, revisa si has cumplido todas las instrucciones. Si las has llevado a cabo y aún no eres santo, tienes derecho a que te devuelvan el dinero, pero te aseguramos que no habrás perdido tu tiempo...”
Un cuadro en el centro de la parte inferior brillaba con estas palabras: “No olvides que...” Manuel apretó encima y apareció el último menú, con una hermosa imagen de la Virgen:
“Recuerda: la Virgen María es nuestra Madre. No dejes de tratarla con cariño. Ella es la más buena y más santa entre los seres humanos. Ser santos consiste, simplemente, en cogerse de su mano y repetir como Ella, en cada momento, en cada situación: ‘He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra’”.