Padre Fernando Pascual L.C.
Estamos en camino. Preparamos el viaje con aquello que será más necesario. Luego, tomamos el coche o el tren, el barco o el avión: el viaje inicia.
Subidas y bajadas, valles y montañas, puentes y túneles. Todo pasa más o menos rápido, mientras el tiempo nos acerca al lugar de destino, mientras los kilómetros nos dicen que falta poco para el final de nuestro viaje.
Nos encantaría llegar a saber qué va a pasar mañana, en una semana, en un mes, en un año. Porque así haríamos planes para el futuro, porque podríamos estar preparados para algo difícil, porque se encendería la esperanza ante un horizonte positivo, porque tomaríamos fuerzas y vitaminas para cuando llegase una enfermedad que ya no sería inesperada.
Un niño juega con el viento. Quiere atraparlo, pero se le escapa de las manos.
El aire ríe. Sabe que la niñez, como todas las edades, es algo fugitivo: huye para no volver más. La tormenta explota, en medio de los rayos y las sombras. Los pétalos de las flores caen veloces. El agua corre por las calles y las nubes se alejan después de haber bañado los montes y los valles.
Muchos encuentros de Cristo fueron, aparentemente, casuales. Ocurrieron de maneras muy distintas, entre una turba de discípulos o en solitario, entre alabanzas y críticas mordaces, en pleno día o en el silencio de una noche perfumada de jazmines.
Tantas personas pasaron de mil modos junto al Maestro. Oyeron sus palabras, sintieron el aire fresco en su voz firme y su mensaje nuevo. La semilla fue arrojada sobre muchos corazones, el mensaje era explicado como nadie antes lo había hecho.
Muchos encuentros de Cristo fueron, aparentemente, casuales. Ocurrieron de maneras muy distintas, entre una turba de discípulos o en solitario, entre alabanzas y críticas mordaces, en pleno día o en el silencio de una noche perfumada de jazmines.
Tantas personas pasaron de mil modos junto al Maestro. Oyeron sus palabras, sintieron el aire fresco en su voz firme y su mensaje nuevo. La semilla fue arrojada sobre muchos corazones, el mensaje era explicado como nadie antes lo había hecho.
Soñar no es algo sólo para niños. Los grandes también necesitamos momentos de fantasía en los que la vida brille de un modo distinto, fresco, alegre. Es cierto que no podemos vivir en los sueños. Los sueños no producen computadoras, ni construyen rascacielos, ni llenan los bolsillos con un poco de dinero. Pero, ¿de qué sirve tener comida, casa y familia si falta esa ilusión y esa alegría que da un toque especial a todo lo que nos rodea?
El Sudoku de la vida
El Sudoku ha tenido un éxito sorprendente. Parece fácil tener que rellenar 9 grupos de 9 casillas cada uno con los números del 1 al 9, sin que se repita ningún número ni en las filas ni en las columnas. Pero luego, a la hora de solucionar los distintos problemas, se descubren dificultades no esperadas, y más de una vez hay que tachar una solución para volver a empezar casi desde el cero.
El pecado pone al vivo la relación que existe entre Dios y los hombres. Existe pecado porque hay un Dios que sueña y que piensa en un mundo bueno y hermoso, dotado de bellezas magníficas, nacido de un Amor eterno.
En ese mundo viven y mueren creaturas libres... Libres, tan libres que pueden decir no al proyecto de Amor, que pueden rechazar al mismo Dios.
Llamar a la Eucaristía “Sacramento de la caridad” es una hermosa manera para explicar cuál es nuestra vocación más profunda como cristianos: la caridad.
Somos cristianos porque Dios nos ama, porque nos quiere rescatar del pecado, porque nos permite que seamos hijos, porque nos ofrece en Cristo el abrazo eterno de Su Misericordia.
Necesitamos creer, necesitamos celebrar, necesitamos vivir auténticamente estas verdades que nos permiten ser cristianos auténticos.
El hombre es curioso por naturaleza. Queremos saber, no sólo cuando somos niños, sino también cuando las canas van cubriendo nuestras cabezas. Uno de los temas que más nos apasiona es descubrir el origen de la vida.