Muchos encuentros de Cristo fueron, aparentemente, casuales. Ocurrieron de maneras muy distintas, entre una turba de discípulos o en solitario, entre alabanzas y críticas mordaces, en pleno día o en el silencio de una noche perfumada de jazmines.
Tantas personas pasaron de mil modos junto al Maestro. Oyeron sus palabras, sintieron el aire fresco en su voz firme y su mensaje nuevo. La semilla fue arrojada sobre muchos corazones, el mensaje era explicado como nadie antes lo había hecho.
Unos guardaron la semilla, como tierra buena, preparada, fecunda. Otros tenían abrojos, espinas, durezas, amarguras, y no entendieron, o no quisieron dar un paso para acoger la Palabra.
El Evangelio hoy, como hace 2000 años, llega a tantos corazones y de tantos modos... También nosotros pasamos junto a Cristo en un templo. O lo vemos y tocamos en ese misterio divino del Pan tierno y repartido. O lo sentimos en tantas gracias que nos invitan a mirar al cielo para encontrar el amor paterno. O lo percibimos en la voz profunda y sencilla del Espíritu que nos invita a dejar pecados y a dar el corazón y el tiempo a los hombres y mujeres que viven bajo el mismo techo.
El Sembrador pasa cada día, respetuoso, junto a hombres y mujeres, junto a niños y ancianos, junto a sanos y enfermos. Nos recordará que tenemos un Padre en los cielos, nos hablará de la belleza del corazón puro, nos pedirá ser luchadores por la paz y la justicia en un mundo hambriento de esperanza.
Nos invitará, nuevamente, a mirar a lirios y jilgueros, a las nubes y a los vientos, a la lluvia y al sol que calienta nuestros campos. Nos dirá que tenemos que ser como los niños, con los ojos redondos y abiertos, con la boca llena de preguntas sin malicia, con los brazos con moretones y deseosos de cuidados maternos.
El Sembrador sigue su camino entre los polvos de un mundo gris y hambriento. Ha dejado, junto a mi alma, semillas de amor y de esperanza. La cizaña amenaza con tallos peligrosos, como si buscase llenar mi vida de sueños necios. Pero quisiera, al menos hoy, cortar pasiones y quitar envidias, para dejar espacio a las palabras de Jesús el Nazareno. Viviré entonces un poco de Evangelio: me dejaré amar por Dios y buscaré amar, de corazón, a mis hermanos...