No estoy en la lista
El padre abad decidió organizar turnos para atender a los enfermos. Puso una lista en uno de los claustros del monasterio con el nombre del encargado, fray Benigno, y de otros tres frailes que serían ayudantes de enfermero.
El padre abad decidió organizar turnos para atender a los enfermos. Puso una lista en uno de los claustros del monasterio con el nombre del encargado, fray Benigno, y de otros tres frailes que serían ayudantes de enfermero.
Hay un deseo profundo de Dios. En los corazones que lo buscan y en quienes apagan su sed de infinito con alegrías pasajeras. En los pensadores de carrera y en los que, sin estudios, contemplan la belleza de una tarde de verano. En los niños con sus sueños y en los adultos reflexivos gracias a una vida llena de experiencias.
Hay un deseo profundo de Dios. En los corazones que lo buscan y en quienes apagan su sed de infinito con alegrías pasajeras. En los pensadores de carrera y en los que, sin estudios, contemplan la belleza de una tarde de verano. En los niños con sus sueños y en los adultos reflexivos gracias a una vida llena de experiencias.
La vida nos ha llenado de ruidos innecesarios. Músicas y prisas, tensiones y urgencias, mensajes y noticias.
Vale la pena apagar aparatos que nos bombardean sin cesar, vale la pena encontrar lugares para que el corazón se abra a Dios, al hermano, a uno mismo.
Nuestras almas necesitan momentos de silencio. Para reflexionar, para pensar, para recordar, para proyectar, para oír la voz profunda de un Enamorado eterno.
La vida nos ha llenado de ruidos innecesarios. Músicas y prisas, tensiones y urgencias, mensajes y noticias.
Vale la pena apagar aparatos que nos bombardean sin cesar, vale la pena encontrar lugares para que el corazón se abra a Dios, al hermano, a uno mismo.
Nuestras almas necesitan momentos de silencio. Para reflexionar, para pensar, para recordar, para proyectar, para oír la voz profunda de un Enamorado eterno.
Muerte. Una palabra que llena el alma de congojas, de miedos, de amargura. Una palabra que significa el paso al reino de lo incierto, el fin de los sueños y esperanzas, la ruptura con aquello que creímos era nuestro.
Muerte. Una certeza, quizá la única que tenemos: un día ella llamará a nuestra puerta, y, con o sin permiso, entrará. Odiada o amada, deseada o temida, entrará, como un ladrón, cuando no lo esperemos, cuando no lo queramos, cuando no lo pensemos.
Desde la playa sólo se ve la superficie del mar. Con sus olas y sus espumas, con sus rumores o su bonanza.
En lo profundo, un mundo inmenso, rico, lleno de vida. Peces y corales, cangrejos y medusas, pulpos y moluscos, nacen, viven y mueren en medio de rumores extraños y de luces que bailan con las olas.
El cielo estrellado en una noche limpia de viento seco. El mar enérgico con sus momentos de bonanza cautelosa. El caminar danzante de un petirrojo que busca comida en una fresca mañana de invierno. El abrirse tímido de una flor sobria y alegre.
¿Por qué el fuego va hacia arriba y la tierra hacia abajo? Para los antiguos la respuesta era sencilla: porque el fuego tenía una fuerza interior que lo llevaba a subir, mientras que la tierra tendía naturalmente hacia abajo. En otras palabras, porque el fuego “amaba” lo alto y la tierra prefería lo bajo.
Los hombres y las mujeres del planeta, ¿vamos hacia arriba o hacia abajo? Todo depende, decía san Agustín, del amor. En su obra más famosa, las Confesiones, acuñó una frase que se ha hecho famosa: “Mi amor es mi peso”.
El hombre siempre desea conocer lo extraño, lo que puede venir de otros mundos. La afición por los marcianos, por los extraterrestres, se aviva por épocas, recobra vida en la marcha de las generaciones humanas.