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Padre Fernando Pascual L.C.

Pecado y misericordia

No es fácil reconocer que hemos “pecado”, que hemos ofendido a Dios, al prójimo, a nosotros mismos.

No es fácil especialmente en el mundo moderno, dominado por la ciencia, el racionalismo, las corrientes psicológicas, las “espiritualidades” tipo New Age. Un mundo en el que queda muy poco espacio para Dios, y casi nada para el pecado.

Ordenaciones desde el cielo

Cada ordenación sacerdotal despierta en los corazones reflexiones profundas y sinceras.

Veamos al joven o al hombre adulto que empieza a ser sacerdote. Después de un camino de maduración, después de momentos de dudas y de esperanza, después de oración y discernimiento, dio su “sí” a Dios en la Iglesia.

Pecado

Un niño coge entre sus manos un diamante. Sus papás sonríen. Tras la lluvia de reflejos del cristal se esconde un regalo precioso, fruto de muchos años de trabajo. El niño se acerca a unas brasas, deposita el precioso objeto, y... en pocos instantes se pierden, en los aires de la casa, unos cuantos miles de dólares...

Nuestro ángel de la guarda

Nuestro ángel de la guarda

Muchos tienen la costumbre de hablar con su ángel de la guarda. Le piden ayuda para resolver un problema familiar, para encontrar un estacionamiento, para no ser engañados en las compras, para dar un consejo acertado a un amigo, para consolar a los abuelos, a los padres o a los hijos.

Nuevos sacerdotes para evangelizar

Nuevos sacerdotes para evangelizar

Un joven se acerca a la sede del celebrante. El obispo le impone, en silencio, las manos. El joven vuelve al altar, se pone de rodillas, espera.

El obispo pronuncia las palabras de ordenación. Desde ese momento, el Espíritu Santo desciende. Un cristiano empieza a ser sacerdote “para siempre”.

¿Qué ha ocurrido antes de esos momentos? ¿Cómo llega cada joven a darle un sí total a Cristo?

Ojos limpios

Cada mirada proyecta un mundo fuera de sí. Un mundo de esperanzas o de miedos, un mundo de alegría o de dolor, un mundo de esfuerzo o de fracaso, un mundo de paz o de rencores arraigados.

Nuestros ojos se cruzan con tantos rostros que nos hablan... En cada encuentro, buscamos ocultar la pobreza interior o dar un poco de ese amor que hemos recibido de Dios.

Nos acercamos a Ti, Señor

Nos acercamos a Ti, Señor

Son incontables los caminos que nos acercan a Cristo. Muchos están reflejados en el Evangelio, con sus escenas sencillas de encuentros decisivos.

Unos van a Cristo llevados por la curiosidad. Desean saber qué dice y qué hace este personaje venido de un poblado casi desconocido de Galilea.

Otros van a Jesús deslumbrados por su fama, tal vez con el deseo de pedir un milagro. Gritan, suplican, lloran, se ponen a los pies del Maestro. No dejan de insistir hasta que no consigan una curación, un milagro, un cambio profundo en sus vidas.

No somos lo que queremos ser

“Y una lucecita que apenas se ve
cuando estoy a solas va diciéndome
que no soy yo, que aun no soy yo”.

Reflexionamos sobre estos versos de una famosa canción. Hay algo en nuestros corazones que nos interroga continuamente, que nos pone ante lo que hacemos, lo que nos preocupa, lo que queremos, lo que soñamos, y nos dice que todavía hay que caminar, hay que conquistar nuevas metas, hay que ir hacia montañas lejanas.