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Una experiencia, una Persona

Una experiencia, una Persona

Muchos adolescentes y jóvenes dejan de ir a misa, no se confiesan, se alejan de la fe, viven incluso en peligro de pecado. Quizá porque no saben lo que dejan, o porque no les hemos enseñado bien aquello que nos distingue como cristianos, que nos hace vivir con una alegría profunda y con algo mucho más grande: amor.  

Una falsa dicotomía

Muchos católicos piensan su fe cristiana en clave dicotómica. Por un lado, encuentran en ella una espiritualidad bellísima, un mensaje maravilloso, una esperanza y un proyecto para vivir sólo en el amor. Por otro, ven una serie de mandamientos y de “normas” que sienten como una camisa de fuerza o como tijeras que cortan las alas de sus sueños y que impiden vivir según el progreso de la sociedad.

Unidos por amor y para amar

La Iglesia existe y nace porque es llamada, porque es amada. El primer paso vino desde Dios: nos ha creado, nos ha rescatado, nos ha ennoblecido infinitamente al hacernos hijos en el Hijo.

La experiencia más profunda de nuestra fe cristiana radica en descubrir y acoger ese amor divino. Un amor que no merecíamos, que nos fue dado gratuitamente, más allá de todas nuestras expectativas, de nuestras súplicas, de nuestras necesidades, de nuestras heridas y pecados.

Un camino

Un camino

Un camino. Quedan atrás personas y recuerdos. Los padres, hermanos, maestros, amigos y vecinos. Una historia, unos hechos, un pasado que queda escrito. Lágrimas y alegrías, triunfos y coscorrones, pasteles y vacunas, libros y garabatos. Una cicatriz en la cara, un diploma en la pared, y una foto en la que cabían todos, felices, familia unida.