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Historias de Renzo 1. El granizo y los cerezos

Un año, y otro, y otro. Puntualmente, el granizo destrozaba las flores del cerezo en una llanura entre Bolonia y Vignola, en Italia.

El hecho, ocurrido en torno al año 1970, podría ser visto como una casualidad. Pero tres años seguidos de perder la cosecha era muy duro para los campesinos de la zona.

Renzo Buricchi, nuestro protagonista, consideró que había algo más profundo detrás de aquel fenómeno atmosférico, pues no creía en las casualidades ni siquiera para hechos tan sencillos.

“Hasta la eternidad”

Bartolomé Blanco Márquez tenía 21 años. Era un joven con deseos de trabajar. Ante sí veía el futuro abierto.

Además, estaba enamorado. Su novia, Maruja, era una de sus mayores alegrías.

A Bartolomé, como a tantos miles de cristianos en España y en el mundo entero, le llegó la hora de la prueba. En su Patria se había encendido un odio feroz contra Cristo y contra la Iglesia. Muchos hombres y mujeres eran asesinados simplemente por el “delito” de ser católicos.

¡Hasta el Cielo!

Nos impresiona la muerte de Pedro. El Papa, cada Papa, en cuanto hombre, está marcado por ese destino tremendo, dramático, misterioso, con el que concluye la existencia humana en esta tierra. El Papa, grande o pequeño, aplaudido o criticado, muere.

El momento de la partida, la hora del “hasta el cielo”, llega un día, tal vez de modo repentino, o tras una larga enfermedad. Los fieles, con una tristeza profunda, sienten el hueco que deja el pastor supremo, el obispo de Roma, cuando vuela al encuentro del Maestro.

¿Hacer “menos malo” lo malo?

¿Hacer “menos malo” lo malo?

Un terrorista decide asesinar a un presidente. Lleva una granada en la mano. Se acerca a la víctima mientras saluda a la gente en la calle. Va a arrojar su bomba de mano, pero se detiene: el presidente está acariciando a una niñita. Es demasiado matar al presidente y a una niña al mismo tiempo... Espera unos segundos. Cuando la niña se aleja, arroja la granada: acaba de matar al presidente y a otras tres personas adultas.

Huellas en la playa

Un día tibio, de paseo por la playa. Las olas besan las orillas, mientras la arena acoge mil suspiros.

El lugar, solitario, sereno. Junto a la orilla avanzo. Junto al mar, unas huellas. Alguien ha pasado. Tiene los pies pequeños. Algo puedo saber del caminante, por sus huellas, por lo que ha dejado con su cuerpo entre la arena.

Luego, nada. No hay señales. Sólo brilla el mar, juega a los espejos. Un rumor inquieto llena el ambiente, mientras el sol calienta aguas, tierra y pensamientos.