Bartolomé Blanco Márquez tenía 21 años. Era un joven con deseos de trabajar. Ante sí veía el futuro abierto.
Además, estaba enamorado. Su novia, Maruja, era una de sus mayores alegrías.
A Bartolomé, como a tantos miles de cristianos en España y en el mundo entero, le llegó la hora de la prueba. En su Patria se había encendido un odio feroz contra Cristo y contra la Iglesia. Muchos hombres y mujeres eran asesinados simplemente por el “delito” de ser católicos.
Todos sabían que Bartolomé era un católico convencido. Había estudiado con los salesianos, y era secretario de los jóvenes de la acción católica en su pueblo natal, Pozoblanco (Córdoba).
El 18 de agosto de 1936 fue arrestado. Tuvo varias semanas para prepararse al martirio. El 24 de septiembre fue trasladado a la ciudad de Jaén donde fue sometido a un juicio “legal” y rapidísimo. La sentencia llegó el 29 de septiembre: condena a muerte. Le quedaban tres días antes de ser fusilado.
El 1 de octubre escribió una carta de despedida a su novia. En ella se descubre la fe de un corazón que mira a la muerte de frente y que sabe que lo único importante es Dios.
“Prisión Provincial. Jaén, 1 de octubre de 1936
Maruja del alma:
Tu recuerdo me acompañará a la tumba y mientras haya un latido en mi corazón, éste palpitará en cariño hacia ti. Dios ha querido sublimar estos afectos terrenales, ennobleciéndolos cuando los amamos en Él. Por eso, aunque en mis últimos días Dios es mi lumbrera y mi anhelo, no impide que el recuerdo de la persona más querida me acompañe hasta la hora de la muerte.
Estoy asistido por muchos sacerdotes que, cual bálsamo benéfico, van derramando los tesoros de la Gracia dentro de mi alma, fortificándola; miro la muerte de cara y en verdad te digo que ni me asusta ni la temo.
Mi sentencia en el tribunal de los hombres será mi mayor defensa ante el Tribunal de Dios; ellos, al querer denigrarme, me han ennoblecido; al querer sentenciarme, me han absuelto, y al intentar perderme, me han salvado. ¿Me entiendes? ¡Claro está! Puesto que al matarme me dan la verdadera vida y al condenarme por defender siempre los altos ideales de Religión, Patria y Familia, me abren de par en par las puertas de los cielos.
Mis restos serán inhumados en un nicho de este cementerio de Jaén; cuando me quedan pocas horas para el definitivo reposo, sólo quiero pedirte una cosa: que en recuerdo del amor que nos tuvimos, y que en este instante se acrecienta, atiendas como objetivo principal a la salvación de tu alma, porque de esa manera conseguiremos reunirnos en el cielo para toda la eternidad, donde nada nos separará.
¡Hasta entonces, pues, Maruja de mi alma! No olvides que desde el cielo te miro, y procura ser modelo de mujeres cristianas, pues al final de la partida, de nada sirven los bienes y goces terrenales, si no acertamos a salvar el alma.
Un pensamiento de reconocimiento para toda tu familia, y para ti todo mi amor sublimado en las horas de la muerte. No me olvides, Maruja mía, y que mi recuerdo te sirva siempre para tener presente que existe otra vida mejor, y que el conseguirla debe ser la máxima aspiración.
Sé fuerte y rehace tu vida, eres joven y buena, y tendrás la ayuda de Dios que yo imploraré desde su Reino. Hasta la eternidad, pues, donde continuaremos amándonos por los siglos de los siglos.
Bartolomé”
Ese mismo día escribe a sus familiares y les pide que perdonen a quienes han sido causa de su muerte. Entre otras cosas, les dice:
“Sea esta mi última voluntad: perdón, perdón y perdón; pero indulgencia que quiero vaya acompañada del deseo de hacerles todo el bien posible. Así pues, os pido que me venguéis con la venganza del cristiano: devolviéndoles mucho bien a quienes han intentado hacerme mal”.
Al día siguiente, el 2 de octubre, Bartolomé era fusilado. Antes de que las balas acabasen con su vida gritó lo que daba valor a quienes, como él, en España y en tantos rincones del planeta, afrontaron el martirio: “¡Viva Cristo Rey!”.
Fue beatificado el 28 de octubre de 2007, junto con otros 497 mártires que dieron su vida en España entre los años 1934 y 1937.