Cómo desearía yo trasmitirle las experiencias y los resultados en mi vida de esa amistad que desde adolescente he tenido la dicha de cultivar con el Espíritu Santo. Las experiencias son inefables; los resultados espléndidos. Eso sí, es una amistad que no se puede lograr sólo con desearla o quererla teóricamente.
Es una amistad que exige una constante atención, un saber escuchar y un actuar fielmente, cueste lo que cueste, según le agrade al dulce "huésped del alma". En los coloquios y diálogos que de día y de noche se sostienen con Él, es donde se va aprendiendo el verdadero sentido del tiempo y la eternidad, de la fidelidad en el amor, de la vanidad de todas las cosas que no sean Dios y de la relatividad de cuanto nos ocurre en el trato con las creaturas. Él nos enseña a amar, nos enseña a perdonar, nos enseña a olvidar las injurias, a buscar y a hacer el bien sin esperar recompensa; a confiar en Dios y a amarle sobre todas las cosas.