El adolescente, la amistad y el amor
La adolescencia es la etapa más extraordinaria de la vida humana, pero no es la más feliz. El adolescente es un ser nostálgico pero con una “nostalgia esperanzada” (con saudade, dirían los portugueses).
La adolescencia es la etapa más extraordinaria de la vida humana, pero no es la más feliz. El adolescente es un ser nostálgico pero con una “nostalgia esperanzada” (con saudade, dirían los portugueses).
La adolescencia es la etapa más extraordinaria de la vida humana, pero no es la más feliz. El adolescente es un ser nostálgico pero con una “nostalgia esperanzada” (con saudade, dirían los portugueses).
Hay que saborear lo que decía San León Magno: “el don que supera todo don es que Dios llame al hombre su hijo y que el hombre llame a Dios su Padre” (Homilia VI in Nativitate, 4). Toda nuestra vida cristiana es una gran peregrinación hacia la casa del Padre.
La misión del Espíritu Santo es la esperanza, es convencernos de que somos hijos de Dios. Juan Pablo II dijo algo muy profundo: El hombre va descubriendo en sí mismo su pertenencia a Cristo, y en él, su dignidad, la elevación a hijo de Dios, comprende su dignidad de hombre.
Los cristianos de la primera hora tenían un concepto altísimo de la dignidad de su llamada. Comprendían que es imposible ser cristiano de verdad y pactar al mismo tiempo con el pecado.
Un autor del siglo XVI, español, escribe: “Entre todas las cosas humanas, ninguna hay que con mayor acuerdo se deba tratar (...) que sobre la elección de vida que debemos seguir. Porque si en este punto se acierta, todo lo demás es acertado; y, por el contrario, si se yerra, casi todo lo demás irá errado”, escribe fray Luis de Granada (Guía de pecadores).
La ecología ha sido un tema abordado con insistencia por el Magisterio reciente de la Iglesia y la última encíclica social de Benedicto XVI no podía ser la excepción. La ecología en efecto hace referencia a los comportamientos humanos y su repercusión en la sociedad y en el medio ambiente, una exposición de la doctrina social de la Iglesia que la ignorara sería, por fuerza, incompleta.
El odio que el demonio mantiene hacia Dios y hacia la creatura humana lo explican la soberbia y los celos. En efecto, cuando Luzbel, el ángel más hermoso, observó cuánta dedicación y amor depositaba Dios en la creación de un nuevo ser viviente, luego de haber creado los animales, se sintió atacado por los celos y experimentó por primera vez ese sentimiento que es la envidia y que se deriva en tristeza o en dolor por el bien del otro. Ahora, se percató el ángel, había otra creatura a la que el Creador amaba.
Se crea en lo que se crea y se llame como se llame, resulta lógico pensar que en el más allá alguien o algo nos tomará cuenta de los hechos de nuestra vidar Me aterra reprobar este examen final "por pequeneces", pues me parece tonto, mediocre y, sobre todo, no tiene disculpa en un ser racional. Estoy segura que me sentiré avergonzada de las cosas insignificantes que no valían la pena haber hecho:
La vida a veces nos vapulea. Subimos, bajamos, estamos bien y al rato nos tienen que sacar del cubo de la basura. Hoy compramos un billete para ir de vacaciones a tal lugar, y mañana quisiéramos romperlo para quedarnos más tiempo con la familia o los amigos.
Nuestras decisiones tienen muchos ingredientes. Análisis fríos, emociones calientes, presiones de los de casa o en el trabajo, intuiciones y miedos: todo se mezcla y, de repente, decidimos.
En estos días, de repente y casi de la nada, aparece un enemigo del ser humano. Su tamaño es minúsculo, imperceptible a la simple mirada del hombre. Sin embargo, su poder puede ser letal. Ante su aparición no faltan falsos profetas que lo identifican como un castigo de Dios. Sin embargo, el verdadero creyente, con el don de la sabiduría puede aprender mucho de esta amenaza de tamaño minúsculo.
Pascal escribió una Oración para pedir a Dios por el buen uso de las enfermedades entre 1647 y 1648, tiempo de sus primeros fervores religiosos, cuando había caído en cama víctima del exceso de trabajo. Su tesis era que el buen uso de una enfermedad consiste en deshacernos de un corazón henchido de mundo (que es el que tenemos cuando somos vigorosos y sanos) y encontrar que el único gozo, la única salud, proviene de abandonarse a la voluntad de Dios.