Los cristianos de la primera hora tenían un concepto altísimo de la dignidad de su llamada. Comprendían que es imposible ser cristiano de verdad y pactar al mismo tiempo con el pecado.
Un autor del siglo XVI, español, escribe: “Entre todas las cosas humanas, ninguna hay que con mayor acuerdo se deba tratar (...) que sobre la elección de vida que debemos seguir. Porque si en este punto se acierta, todo lo demás es acertado; y, por el contrario, si se yerra, casi todo lo demás irá errado”, escribe fray Luis de Granada (Guía de pecadores).
¡Qué importante es dar al clavo con la vocación! Pero hay quienes la encuentran y luego la abandona por las exigencias que lleva consigo. Olvidan que la historia humana y la historia personal es una costosa subida hacia lo alto. El Papa Juan Pablo II explicaba: “Jesús no ha venido a instaurar un paraíso terrenal, de donde esté excluido el dolor. Los que están más íntimamente unidos a su destino, deben esperar el sufrimiento (...) En el designio divino todo dolor, es dolor de parto; contribuye al nacimiento de una nueva humanidad”.
La vida es breve. No tenemos seguro ni un solo día. “Dios, que prometió perdón al pecador, si hiciese penitencia, nunca le prometió el día de mañana”, dice San Gregorio (Homil 12, in Evang).
En donde hay viñas, las suelen podar cada año, para que la vid dé frutos. Cuando no se tiene el coraje para podar sólo crecen hojas. “Cuando nos creemos dueños de nosotros mismos y con poder para juzgarlo todo, nos destruimos. Porque no estamos en una isla con nuestro propio yo, no nos hemos creado a nosotros mismos; hemos sido creados y creados para el amor, para la entrega, para la renuncia, sabiendo negarnos a nosotros mismos. Sólo si nos damos, sólo si perdemos la propia vida –como dijera Cristo- tendremos vida”. Cuando el hombre se deja podar, es cuando puede madurar y dar fruto (Cardenal Ratzinger, La sal de la tierra, p. 179).
Sabemos que la humildad es la verdad, y que la verdad es que tenemos dones naturales recibidos de lo alto. Tendemos a apropiarnos de ellos, a pensar que son méritos propios y a buscar la propia gloria, es decir,a la soberbia. Fray Luis de Granada advierte: La soberbia “es apetito desordenado de la propia excelencia”. La soberbia es reina y madre de todos los vicios. “La humildad hace de los hombres ángeles, y la soberbia, de los ángeles demonios” (p. 426). “Así como el principal fundamento de la humildad es el conocimiento de sí mismo, así el de la soberbia es la ignorancia de sí mismo”. Mayor cuidado debemos poner en mirar lo que nos falta que lo que tenemos. “Si deseas alcanzar la virtud de la humildad, sigue el camino de la humillación; porque si no quieres ser humillado nunca llegarás a ser humilde” (p. 433) (...). “En el sufrimiento de las injurias se conoce el verdadero humilde” .
Una persona que no es humilde, es conflictiva. ¿Cuál es la solución para no ser conflictivas? El camino es la sinceridad. EL Eclesiástico dice: “El hombre pecador huirá de la corrección y nunca le faltará para su mal propósito alguna aparente razón”.
Dios nos ha elegido para transformar la historia. Pero cuando no vivimos lo ordinario con heroísmo viene el desencanto. San Bernardo dice: La soberbia derriba de lo más alto a lo más bajo y la humildad levanta de lo más bajo hasta lo más alto”...
Los seres humanos somos queridos por Dios, pero no merecemos nada; no merecemos el agua que usamos, el alimento, el techo que se tiene, la familia que se nos ha dado... No merecemos nada, y lo recibimos casi todo, no hay más que dar gracias y tratar de responder bien.
Si nos descuidamos nos podemos estrellar cuando llega la cruz. Hay que querer aprender la ciencia de la cruz, como la Virgen, que sufrió lo indecible cuando Herodes persigue al Niño, cuando el Niño Jesús se le pierde a los 12 años, cuando Jesús muere en la Cruz. Ojalá que haya en nuestra vida una penitencia buscada, una penitencia acogida, en los sentidos internos, en los sentidos externos. Hay que tener presentes las llagas de Cristo, y refugiarnos allí... ¿Cuándo dice Jesús “basta”? Nunca lo dijo.
Santa Teresa de Jesús decía que ella merecía el infierno por sus pecados, que por eso prefería tomar esta vida como purgatorio, con tal de ir al cielo. Y es verdad: No importaría llorar a diario con tal de hacer la voluntad de Dios. Dios permite las pruebas para purificarnos y elevarnos a mayor vida interior, y hay que verlas como venidas de la mano de Dios, no como fruto de las circunstancias.
El camino de la gloria va hacia abajo, como dice San Juan de La Cruz:
“Baja si quieres subir;
pierde, si quieres ganar;
sufre, si quieres gozar;
muere si quieres vivir”.
Al hombre del siglo XXI le deben de recordar con frecuencia que no está en Disneylandia, sino en un campo de batalla. Decía el Cura de Ars. “Sufrir no es libre, lo que es libre es sufrir amando, o sufrir huyendo, quejándose”.
Por experiencia propia sabemos lo difícil que es confiar en que somos amados y que lo hemos sido desde toda la eternidad. Vivimos como si tuviéramos que ganar el amor, como si tuviéramos que hacer algo para tener la posibilidad de obtener alguna gratificación. ¿Confío en que he sido amado siempre, independientemente de quien sea y lo que haga? Esta es una pregunta importante porque, mientras piense que tengo que ganarme lo que más deseo y lo más necesario, que es el amor, jamás lo lograré. El amor no se gana, nos es dado gratuitamente. Hay que prepararnos simplemente para saber recibirlo.
En Portugal, el Ángel Custodio les pide a los pastorcitos que hagan penitencia, pero a ellos no se les ocurría qué hacer excepto rezar la oración que el mismo Ángel les enseñó con la frente en el piso. Le preguntan qué hacer además de eso, y contesta: Someterse en todo a la voluntad de Dios.
¿Qué es sufrir? Decía un carmelita en el programa El pulso del Papa, y contestaba: Consiste en aprender a sobrellevarlo todo sin depresiones.
DIOS NOS HA COMPRADO A GRAN PRECIO: “Aunque estuvieras sola en el mundo, la única hija de Adán, la Segunda Persona se encarnaría y se haría crucificar por ti (...). Eres particular e inexpresablemente preciosa, puesto que el universo fue creado sólo para ti (...). Tu alma es tan preciosa que han sido necesarios la Encarnación y el suplicio de Dios para comprarla”. León Bloy
Una chica epiléptica, filósofa, después de ver la película La Pasión, se hacía sus propias reflexiones: “Yo he sufrido mucho físicamente, y he sufrido soledad... Cuando los médicos me curaban, me lastimaban pero yo sabía que lo hacían sin odio sino para ayudarme; en cambio a Jesús –aparte de que lo lastimaron como a nadie- lo herían con odio; ¡eso ha de ser insoportable! Mi dolor al lado del de Jesús fue realmente poco”.
Nada puede desanimarnos en este camino hacia el fin último, porque nos apoyamos en “tres verdades: Dios es omnipotente, Dios me ama inmensamente, Dios es fiel a las promesas. Y es El, el Dios de las misericordias, quien enciende en mí la confianza; por lo cual yo no me siento ni solo, ni inútil, ni abandonado, sino implicado en un destino de salvación que desembocará un día en el paraíso” (Juan Pablo I, Alocución, 20-IX-1978).
Otro obstáculo a la fidelidad, además de la soberbia, es el afán de independencia. Nada aborrece tanto el demonio como la obediencia; nada glorifica él tanto como la “propia iniciativa” y la independencia personal. Todos los santos han amado y han obedecido a sus superiores. “Te equivocas —le decía Jesús a Santa Margarita María de Alacoque— si piensas agradarme recurriendo a actos y mortificaciones elegidos por propia voluntad y en oposición a lo ordenado por las superioras. Yo rechazo todo eso, como fruto corrompido por la propia voluntad. Por el contrario, me satisface que disfrutes de pequeñas comodidades, por obediencia, en vez de abrumarte de austeridad... ¡Nada de exceso en el celo! (...) Satanás está rabiando por engañarte. Por eso no hagas nada sin permiso de los que te guían, a fin de que contando con la autoridad de la obediencia, él no pueda engañarte, ya que no tiene poder alguno sobre los obedientes”.
En 1675 Dios le pide a Santa Margarita María hacer lo posible por crear la fiesta litúrgica en honor del Sagrado Corazón de Jesús. Escribe ella: “Entonces me descubrió su Corazón” (y dijo): “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres y que no ha horrado nada hasta el extremo de agotarse y consumirse para testimoniarles su amor. Y, en compensación, solo recibo, de la mayoría de ellos, ingratitudes por medio de sus irreverencias y sacrilegios, así como por las frialdades y menosprecios que tienen para conmigo en este Sacramento de amor. Pero lo que más me duele es que se porten así los corazones que se me han consagrado” (León Cristiani, Santa Margarita María y las promesas del Sagrado Corazón, Ed. Alba 1997, p. 102).
Todos pasamos por tribulaciones y pruebas, y hemos de superarlas con la gracia de Dios, con fortaleza y paciencia. No está de más recordar una letrilla de Santa Teresa que dice:
Nada te turbe,
nada te espante, todo se pasa,
Dios no se muda,
La paciencia,
todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene
nada le falta:
¡Sólo Dios basta!