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Benedicto XVI

Un Papa santo

Cuando está a punto de cumplir ochenta y tres años y cinco como Papa, es un buen momento para hacer balance de la gestión de Benedicto XVI. Cada vez que se examina la labor de un Pontífice hay que ver, al menos, tres aspectos: su ejemplo personal, la tarea que ha realizado hacia dentro y la que ha llevado a cabo hacia fuera.

El Papa mártir

Juan Pablo II fue el “Papa Magno”. Cuando murió, antes de que fuera elegido su sucesor, era frecuente oír esto: “El Papa Wojtyla ha dejado unos zapatos que será difícil que alguien pueda calzar sin que le vengan grandes”. Benedicto XVI fue llamado al pontificado como alguien que tenía prestigio intelectual, acreditada honestidad moral y una hoja de servicios impecable. Sin embargo, todos le veíamos como un “Papa de transición”, como alguien que debía continuar la tarea iniciada por su predecesor y no durar mucho tiempo en el cargo debido a la edad que ya tenía.

“Expertos” en oración

El hombre está hecho para hacer oración. Dios espera esa confidencia nuestra. Si no vamos al paso de Dios es por falta de oración. La realidad es como la vemos en la oración. Vamos a apostarle a ser “expertos” en oración, y para ello hay que pedir ayuda al Señor y poner esfuerzo de nuestra parte. La dignidad de nuestra llamada al amor se nos descubre en la oración.  

La oración es un sí a Dios. Es lo más grato que le podemos dar: orar. San Juan de la Cruz decía que es más precioso delante de Dios un poco de amor puro que todas las obras juntas.

¿Qué es la tibieza?

Juan Pablo II decía que le tenía más miedo al estado de bienestar de Suecia que a la persecución de Stalin. La persecución nos hace vibrar; el bienestar y la excesiva comodidad llevan a la tibieza al aburguesamiento del alma.

 

Gran parte de los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están íntimamente relacionados con el corazón del hombre, capaz de lo más sublime y de lo más depravado. Benedicto XVI dice que el cáncer más virulento es la apatía del corazón, corazón que no busca la rectitud.

 

¿Qué es la secularidad?

La palabra secularidad viene de la palabra saeculum, siglo. El Diccionario de la Lengua Española dice: secular es que vive en el siglo, a diferencia del que vive en clausura.  

La Iglesia como comunidad está constituida fundamentalmente por los laicos, los cristianos comunes que viven en el mundo sin ser mundanos. Los cristianos que viven en presencia de Dios envueltos en las riquezas de su amor que les sostiene y les da la vida, pueden y deben anunciar y extender el Reino de Dios.  

Carta del Papa a Irlanda: un documento evangélico, no táctico

Repasando las numerosas noticias y comentarios que se han publicado en torno a la carta del Papa a los católicos de Irlanda, sobre el tema de los abusos sexuales con menores cometidos por algunos sacerdotes en los últimos decenios, me parece que la acogida ha sido mayoritariamente positiva. El documento es muy relevante, pues ofrece la línea de actuación para toda la Iglesia, no solo para Irlanda. Naturalmente, tampoco han faltado quienes piensan que la carta “no es suficiente”. 

El Papa es la causa de todos los males

 “El Papa es la causa de todos los males”. Al menos esta es la impresión que queda al leer los titulares de los diarios en las últimas semanas en que han salido a la luz (no siempre con la total certeza de la verdad ni con buena intención por parte de quienes publican) escándalos, filtraciones, acusaciones, actuaciones, declaraciones, informaciones, etc., sobre la vida de la Iglesia.

En el centro de la pasión humana

En su magisterio acuciante y espléndido, prodigado a manos llenas estos días, Benedicto XVI ha insistido en dos ideas convergentes que llaman especialmente la atención: la maternidad de la Iglesia y la compasión como dimensión esencial del sacerdote. Son claves esenciales para dar su forma justa a la respuesta que el momento histórico presente demanda de la Iglesia.  

La Cuaresma del Papa

Como un penitente más, el Pontífice participó en la ceremonia de las cenizas, que le fueron impuestas en la basílica de Santa Sabina, de Roma, por el cardenal eslovaco Jozef Tomko, Prefecto emérito de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Después, el mismo Papa las impuso a numerosos cardenales.