Como un penitente más, el Pontífice participó en la ceremonia de las cenizas, que le fueron impuestas en la basílica de Santa Sabina, de Roma, por el cardenal eslovaco Jozef Tomko, Prefecto emérito de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Después, el mismo Papa las impuso a numerosos cardenales.
En la homilía, el Santo Padre permitió redescubrir el sentido de este «gesto de humildad, que quiere decir: Reconozco lo que soy, criatura frágil, hecha de tierra y destinada a la tierra, pero también hecha a imagen de Dios y destinada a Él. Polvo, sí, pero amado, plasmado por su amor, animado por su soplo vital, capaz de reconocer su voz y de responderle; libre y, por este motivo, capaz también de desobedecerle, cediendo a la tentación del orgullo y de la autosuficiencia».
En segundo lugar, el Papa presentó la Cuaresma como el momento para poder experimentar el perdón de Dios, pues reconocerse como criatura significa reconocer también «la omnipotencia del amor de Dios, su absoluto señorío», que «se traduce en indulgencia infinita». Y aseguró: «En efecto, perdonar a alguien equivale a decirle: No quiero que mueras, sino que vivas; quiero siempre y sólo tu bien».
Ahora bien, el obispo de Roma no sólo muestra la Cuaresma con sus palabras, lo hace también y, sobre todo, con sus gestos. Ante todo, mostró una dimensión propia de este período litúrgico, la auténtica caridad, cuando el 14 de febrero visitó el albergue de Cáritas en la estación ferroviaria de Roma. El padre jesuita Federico Lombardi, director de la Oficina de Información de la Santa Sede, explica así el motivo de este gesto: «Pudo encontrar a los pobres de la ciudad de la que es obispo: estuvo con ellos, les estrechó las manos, les miro a los ojos con conmoción, tuvo para ellos palabras de consuelo y esperanza».
Otro de los mensajes centrales e la Cuaresma es la conversión y la penitencia, y en este sentido la Iglesia es la primera que debe dar testimonio. Por este motivo, en los dos días precedentes al Miércoles de Ceniza, el Santo Padre mantuvo una reunión con todos los obispos de Irlanda para ofrecer un gesto penitencial sumamente fuerte.
Como ha dicho después el portavoz vaticano, «el Papa rezó y compartió con ellos la situación de la Iglesia en su país, donde se han registrado tantos pecados y tantos errores, y el escándalo por los abusos sexuales por parte de sacerdotes ha herido a muchas personas y humillado profundamente a la Iglesia. El Papa les alentó a implorar la misericordia de Dios y el don del Espíritu para la renovación de la Iglesia».
El tercer elemento propio de la Cuaresma es la oración y la escucha de la Palabra de Dios. Y también en este sentido el Santo Padre está predicando con el ejemplo, en particular, en esta semana en la que ha suspendido todas sus actividades públicas para consagrarse a los ejercicios espirituales, junto a sus colaboradores de la Curia romana.
El predicador de las meditaciones, en este año, es el sacerdote salesiano Enrico dal Covolo, quien en declaraciones a Alfa y Omega explica que el objetivo de los Ejercicios espirituales consiste en «poner en orden la propia vida», como proponía san Ignacio de Loyola. Desde el silencio de la capilla Redemptoris Mater, del palacio apostólico del Vaticano, el Papa está predicando también con elocuencia a un mundo que busca a Dios a tientas, también en esta Cuaresma.