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Aborto

Rostros rechazados

Cada rostro nos habla, nos interpela, nos revela algo de la vida y del corazón de un ser humano. Rostros de niños, de jóvenes, de personas adultas, de ancianos: rostros distintos, llenos de riqueza y de misterios.

Hay “rostros”, sin embargo, casi invisibles. El rostro de un feto en el seno de su madre, el rostro de un pobre del que se rehúye la mirada, el rostro de un asesino que provoca desprecio a su alrededor.

¿Productos de la concepción?

Los niños acaban de salir de la escuela. Corren, en grupos desorganizados, hacia el parque. En un instante organizan sus juegos, en medio de un griterío lleno de entusiasmo.

Juanito, Sandra, Pepe, Alfonso, Felipe, Jimena, Marifer, corren entre los árboles, saltan en los jardines. Cada uno se identifica por un nombre, un mote, y unos apellidos. Cada uno tiene una historia, una vida maravillosa, el cariño de sus padres. Cada uno fue un día (¿dejó alguna vez de serlo?) producto de una concepción.

La cultura de la muerte

La encíclica Evangelium vitae, publicada por Juan Pablo II en 1995, denuncia en diversos momentos los peligros de la “cultura de la muerte”. ¿Qué se entiende con esta expresión “cultura de la muerte”?

Lo primero es darnos cuenta de que la palabra “cultura” tiene muchos significados. Un primer significado alude simplemente al bagaje personal, a la formación adquirida por un individuo, una formación que incluye tanto conocimientos como capacidades para la acción.

La moral y las leyes

Cuando una sociedad debe legislar sobre la vida y la muerte pone en juego todos sus valores y energías. No es indiferente admitir o no admitir el aborto. No es indiferente prohibir o permitir el infanticidio de niños que nacen con grandes deformaciones. No es indiferente decidir sobre lo que se hace en un hospital con un anciano que ve llegar la muerte en pocas semanas o días.  

Hacia una cultura de la vida

Los hombres y mujeres de buena voluntad pueden hacer mucho para defender a los más débiles: pobres, enfermos, ancianos, “heridos por la vida”, niños, embriones y fetos.

Especialmente por este último grupo de personas, que son eliminados continuamente a través del recurso al aborto. Aborto que se produce en hospitales o en lugares carentes de toda higiene, o a través de píldoras “anticonceptivas” que tienen también efectos abortivos, o con el recurso a la espiral, tan difundida en muchos ambientes sociales.

Aborto y laicidad

La laicidad de un estado es sana cuando son aceptados y promovidos valores básicos sin los cuales no hay auténtica convivencia social. La defensa de la vida, la justicia y la igualdad ante la ley, la protección de los débiles, el apoyo a la familia, la tutela del derecho al trabajo, son temas no negociables: ningún estado puede dejar de lado la defensa de los derechos humanos fundamentales.

Aborto y desarrollo fetal

La medicina moderna permite que muchos fetos prematuros puedan ser atendidos exitosamente cuando sobreviene un parto precoz (espontáneo o realizado por motivos médicos).

Actualmente, es posible que fetos que nacen con 24, 23 o incluso con 22 semanas de embarazo, reciban una eficaz asistencia médica. Los porcentajes de éxito varían mucho según la edad del embarazo y según la pericia y equipo técnico usado por los médicos, pues son muchas y complejas las dificultades con las que estos niños inician la vida extrauterina.

A propósito del aborto

Sobre el aborto provocado a veces se toman posiciones tan radicales que, al final, algunos prefieren dejar el tema de lado. Conviene, sin embargo, buscar caminos para una reflexión serena sobre este asunto, porque en cada aborto muere un poco una madre y deja de nacer un hijo, y la cosa no es sin importancia...