Una realidad maravillosa, ¡somos hijos de Dios!
Cuando éramos niños, algunos compañeros del salón de clases solíamos ir –con cierta frecuencia- de campamento y excursión a un lugar muy bello denominado “La Laguna Encantada”, cerca de Ciudad Obregón, Sonora, de donde todos éramos originarios.
Recuerdo que un buen profesor, titular del salón, cuando nos reuníamos alrededor de la fogata nocturna y contemplábamos aquellos maravillosos cielos cuajados de estrellas, nos solía decir: