Con la aparición del virus A/H1N1 la sociedad mexicana y todas las naciones se pusieron en movimiento. La señal de alerta frente al peligro de lo que se temió fuera una pandemia incontrolable, obligó a la adopción de medidas higiénicas y preventivas sin precedente, que lo mismo ocasionaron fuertes temores en algunos que cierta incredulidad e indiferencia en otros. En cualquier caso, lo importante era preservar la vida y evitar un contagio masivo que derivara en miles de muertos.
Afortunadamente los reportes médicos dan dos buenas noticias: los casos disminuyen y la enfermedad es curable si se ataca a tiempo. Es necesario, sin embargo, mantener medidas preventivas que eviten que la enfermedad latente pueda extenderse de nuevo, si es que aún hay casos fuera de control.
Por increíble que parezca, muchas de las medidas propuestas son, en realidad, cuestiones de higiene que debieran permanecer siempre en los hábitos personales y en los lugares de transporte, reunión y trabajo. Esto es necesario porque, aunque no lo parezca, vivimos rodeados de peligros que aunque no sean epidemias que llamen la atención, están presente más cerca de lo que podemos pensar.
Recuerdo que en mis clases de anatomía, fisiología e higiene se hablaba de muchos parásitos que es fácil contraer por falta de higiene personal o en los alimentos: lombrices (Áscaris), solitaria causante de desnutrición y cisticercosis, planarias, amibas.
Los virus son muy cercanos a nosotros, el de la gripa nos es muy conocido y está en constante mutación. Unas de sus mutaciones son las ahora famosas influenzas. Pero los virus también provocan otras enfermedades como la viruela, el sarampión, el herpes. La poliomelitis, ahora casi erradicada, es producto también de un virus.
También existen numerosas de transmisión sexual: el papiloma humano, la sífilis, la gonorrea, el herpes genital, hepatitis b, VIH, Molluscum Contagiosa, Piojos púbicos, sarna, tricomoniasis, etc.
Eso por no hablar de las bacterias que también tienen como característica su rápida evolución y mutación, por lo que la automedicación suele ser peligrosa pues en lugar de acabar con ellas, las vuelve resistentes, pero los mexicanos no entendemos y los mismos médicos recetan medicinas de amplio espectro, a ver si le atinan. Entre ellas tenemos la Entamoeba histolytica, que destruye los tejidos; la E. coli, que puede estar en carne mal cocida, leche y productos agrícolas; la Campylobacter jejuni, causante de diarrea y que se encuentra en carnes y pollos mal cocinados; Clostridium tetanium que provoca el tétanos; la Clostridium botulinum, causante del botulismo que se encuentra en alimentos mal preparados y aceite de hierbas; la Listeria monocytogenes, que causa la listeriosis en mujeres embarazadas y recién nacidos, que está en el agua, quesos, carne mal cocida y productos de mar; la Salmonella, tan popular en nuestro ambiente; la Shigella, que se encuentra en ensaladas, productos lácteos y agua sucia; la Toxoplasma gondii, que provoca la toxoplasmosis y se encuentra en carnes, principalmente de cerdo; la Vibrio vulnificus, proveniente de mariscos crudos o mal cocidos, y la Yersinia enterocoitica, también proveniente del cerdo, productos lácteos o agrícolas.
Y el catálogo continúa. Por ello, desde aquellas clases llegué a dos conclusiones: no sería médico, y vivimos de milagro. Claro, parte de ese milagro son las defensas que nuestro organismo desarrolla de manera maravillosa y que nos protege de agresiones que, sin duda, recibimos continuamente.
Pero ninguna de estas enfermedades es semejante a la pandemia que se ha desatado desde finales del siglo XX y que, en particular, prendió en la Ciudad de México cobrando ya más de 20 mil muertes de niños y, según se dice, de 14 mujeres. Este mal no es producto ni de virus ni de bacterias. Es un mal del hombre, de su egoísmo, de la falta de generosidad, del menosprecio del semejante, de la pérdida de conciencia de la dignidad de la persona. Es un mal que lejos de ser combatido, hasta es festejado por sus resultados: el aborto. Frente a él, algunas entidades de la República han reformado sus constituciones para frenar esa pandemia que asuela a todo el mundo, ante la indiferencia generalizada de gobernantes y sistemas de salud. Esperamos que tarde o temprano esa vacuna constitucional también sea federal, para salvar a los miles de niños que son cruel o “sanitariamente” eliminados por los mismos médicos que deberían salvarlos. Este es un mal mucho más grave que el virus A/H1N1, porque es un mal moral, que anida en el corazón de los hombres y no se puede arrancar de fuera, sino que a cada uno toca convertirse y librarse de él.