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Una hecatombe silenciosa: los embriones que mueren en la fecundación artificial

Se ha publicado recientemente un amplio estudio sobre las técnicas de

reproducción artificial en Europa, referidas al año 2000[1]. En el mismo se presta especial atención a los datos relativos a dos técnicas: la fecundación in vitro (FIV ó IVF), y la inyección intracitoplasmática de espermatozoides (ICSI), aunque también se habla de la transferencia de embriones descongelados.  

En el estudio se evidencian dos lagunas importantes que suelen ser comunes en este tipo de estadísticas. La primera se refiere al número total de embriones que han sido obtenidos en laboratorio, número que no es recogido a lo largo del artículo. La segunda, a lo que se hace con los embriones que no han sido implantados en cada ciclo de tratamiento.  

Estas dos omisiones permiten ocultar un aspecto que no todos conocen de las técnicas de reproducción artificial in vitro: la gran cantidad de embriones que morirán o que serán congelados indefinidamente como parte de los procesos que se siguen, de un modo ya casi rutinario, para conseguir el nacimiento de un hijo a través de la FIV o de la ICSI.  

A pesar de estas dos omisiones, el estudio no puede ocultar que un gran número de embriones se pierden en el camino, como vamos a mostrar a continuación.  

En las tablas VI y VII (pp. 494-495) se recogen las estadísticas (no completas) de los embarazos y de los nacimientos producidos a partir de la FIV y del ICSI (por separado) en numerosos países de Europa. Vamos a tomar, como ejemplo, los datos que se refieren a Gran Bretaña.  

-Se recogen los informes de las 75 clínicas que recurren a la FIV y a la ICSI en la nación (cf. tabla I, p. 492).

-En el año 2000 se iniciaron 15694 ciclos de fertilidad para la FIV y 10645 para la ICSI.

-Se realizaron 14015 aspiraciones de óvulos para la FIV, y 10637 para la ICSI. Sumando las dos cifras, se realizaron 24652 aspiraciones. No se indica, sin embargo, cuántos óvulos fueron conseguidos en total, ni la media de óvulos aspirados por cada ciclo.

-Se omite, como dijimos antes, el número de óvulos que fueron fecundados en laboratorio. Podríamos suponer entre una “media baja” de 3 óvulos fecundados por ciclo (se trataría, por tanto, de unos 73000 embriones), y una “media alta” de 6 óvulos fecundados por ciclo (lo que daría unos 147000 embriones), pero las cifras podrían ser más altas.

-En cuanto al número de embriones transferidos, se suman los datos relativos a la FIV y a la ICSI que se ofrecen en la tabla V (p. 494), y obtenemos que fueron transferidos 51438 embriones. De nuevo, la pregunta: ¿cuántos embriones no fueron transferidos y qué se hizo con ellos?

-El número total de partos resultantes de esas transferencias fue de 4866 (según la suma de lo indicado en las tablas V y VI, si bien en la tabla X se indica la cifra, quizá por error, de 4856). Si tenemos en cuenta el elevado número de partos gemelares, de dos o tres hijos (como se desglosa en la tabla X, p. 496), el número total de niños nacidos se eleva a 6334 (cf. también la tabla XII, p. 497).  

Hasta aquí los datos, referidos, como dijimos, sólo a Gran Bretaña. Como dijimos, no sabemos cuál fue el número total de embriones obtenidos en el laboratorio, y cuántos embriones no fueron implantados. Sí sabemos, y ya nos dice mucho sobre las técnicas usadas, que de los 51438 embriones transferidos en 22783 mujeres (cf. tabla V), sólo llegaron a nacer 6334 hijos. En la última etapa del camino (en el útero de sus madres) murieron, por lo tanto, 45104 embriones.  

Los números totales son mucho más altos. Si se suman los datos facilitados por algunos (no todos) de los laboratorios de los países que participaron en el estudio, resulta que de 398952 embriones transferidos después de la FIV y de la ICSI nacieron sólo 35928 niños (p. 492). Es decir, “se perdieron” en el último tramo de la técnica (no se nos dice nada de los embriones “perdidos” en el laboratorio) 363024 hijos.  

¿Puede parecernos aceptable la muerte de tantos embriones? La pregunta no puede dejar indiferentes a los padres que recurren a las clínicas de reproducción artificial, ni a los mismos científicos, ni a la sociedad. Sólo en Gran Bretaña, volvemos a recordarlo, tenemos la certeza de que han muerto “más” de 45104 embriones para conseguir 6334 hijos. Más, sí, porque queda por averiguar, como hemos repetido varias veces, cuántos embriones mueren o son eliminados antes de ser transferidos al útero de sus madres, y cuántos mueren a raíz de los procesos de congelación y descongelación.  

La decisión más correcta para defender la dignidad de las víctimas y la de quienes provocan esta “hecatombe silenciosa” no puede ser más que una: dejar de recurrir a unas técnicas que no respetan el valor de la vida de tantos miles de hijos.

Un gesto valiente en favor de la dignidad de todo ser humano, desde su etapa embrionaria, debería llevarnos a la prohibición de cualquier forma de fecundación extracorpórea, se trate de la FIV o de la ICSI. Hace falta, por lo mismo, buscar alternativas más justas para ayudar a aquellas parejas que desean un hijo y no pueden conseguirlo, como, por ejemplo, la elaboración de leyes que faciliten la adopción, o la promoción de una cultura que ayude a evitar comportamientos que ponen en peligro la fecundidad de la pareja.