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Un alto en el camino

En estos días leí que cuando un hombre se atreve a decir que habla con Dios lo llaman santurrón, y cuando dice que es Dios quien le habla, lo llaman loco. Pues gracias a Dios en este mundo todavía quedan muchos locos y santurrones. Pienso que en esta Semana Santa vale la pena hacer un alto en el camino, en busca de ese Dios que cometió la locura de venir a vivir entre nosotros para pagar la deuda que nos correspondía muriendo en una cruz.

Buen tiempo, también, para ubicar el punto donde nos encontramos, pues a veces, sabiendo a dónde queremos llegar, descubrimos que estamos lejos, muy lejos de nuestra meta. Esta vez copio algunos breves textos de un libro que se ha ido convirtiendo en un clásico de la espiritualidad cristiana: “Vía Crucis” de San Josemaría Escrivá de Balaguer, con la ilusión de que nos sirvan para contemplar el paso lento de Jesús por las calles de la Ciudad Santa. (cfr. http://www.escrivaobras.org/book/via_crucis/indice)

“Fuera de la ciudad, al noroeste de Jerusalén, hay un pequeño collado: Gólgota se llama en arameo; “locus Calvarie” e, latín: lugar de las Calaveras o Calvario.

Jesús se entrega inerme a la ejecución de la condena. No se le ha de ahorrar nada, y cae sobre sus hombros el peso de la cruz infamante. Pero la Cruz será, por obra del amor, el trono de su realeza.

Les gentes de Jerusalén y los forasteros venidos para la Pascua se agolpan por las calles de la ciudad, para ver pasar a Jesús Nazareno, el Rey de los judíos. Hay un tumulto de voces; y a intervalos, cortos silencios: tal vez cuando Cristo fija los ojos en alguien:

-Si alguno quiere venir en pos de mí, tome su cruz de cada día y sígame (Mt. XVI, 24).

¡Con qué amor se abraza Jesús al leño que ha de darle muerte!

¿No es verdad que cuando dejas de tener miedo a la Cruz, a eso que la gente llama cruz, cuando pones tu voluntad en aceptar la Voluntad divina, eres feliz, y se pasan todas las preocupaciones, los sufrimientos físicos o morales?

Es verdaderamente suave y amable la Cruz de Jesús. Ahí no cuentan las penas; sólo la alegría de saberse corredentores con Él”. (II Estación).

“Al llegar el Señor al Calvario, le dan a beber un poco de vino mezclado con hiel, como un narcótico, que disminuya en algo el dolor de la crucifixión. Pero Jesús, habiéndolo gustado para agradecer ese piadoso servicio, no ha querido beberlo (cfr. Mt XXVII, 34). Se entrega a la muerte con la plena libertad del Amor.

Luego, los soldados despojan a Cristo de sus vestidos.

Desde la planta de los pies hasta la cabeza, no hay en él nada sano. Heridas, hinchazones, llagas podridas, ni curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite (Is I, 6).

Los verdugos toman sus vestidos y los dividen en cuatro partes. Pero la túnica es sin costura, por lo que dicen:

-No la dividamos; mas echemos suertes para ver de quién será (Ioh. XIX, 24).

De este modo se ha vuelto a cumplir la Escritura: partieron entre sí mis vestidos y sortearon mi túnica (Ps XXI, 19). Es el expolio, el despojo, la pobreza más absoluta. Nada ha quedado al Señor, sino un madero.

Para llegar a Dios, Cristo es el camino; pero Cristo está en la Cruz, y para subir a la Cruz hay que tener el corazón libre, desasido de las cosas de la tierra”. (X Estación).

En el drama del Hijo de Dios clavado a la Cruz se nos presenta la oportunidad de valorar lo que, queremos, tenemos y somos y así poder rectificar lo que de malo haya en nuestras vidas. ¿Seremos capaces, acaso, de entender esto tratando de vernos como nos ve Dios? De la respuesta que cada uno dé a esta cuestión dependerá el resto de nuestra vida aquí en la Tierra... y en la eternidad.