1) Para saber
Vivimos en un entorno histórico: le debemos mucho a nuestros antepasados y lo que hagamos o dejemos de hacer repercutirá, a su vez, en quienes vengan en el futuro. Tenemos una responsabilidad de custodiar lo valioso que hemos recibido, para transmitirlo a las próximas generaciones. Esta función la viene realizando la Iglesia con la Revelación: los apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó. Es lo que suele denominarse como la Tradición (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 76).
“La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación” (Ibid, n.80).
2) Para pensar
Un relato nos enseña a ser solidarios con nuestros sucesores.
Se trata de un sultán que salió una mañana de su palacio rodeado de su fastuosa corte para dar un paseo. Ya en el camino encontraron a un anciano campesino que plantaba afanosamente una palmera. El sultán de detuvo al verlo y le preguntó asombrado: “¡Oh anciano! Plantas esta palmera y no sabes quiénes comerán de su fruto… Una palmera tarda muchos años para crecer y madurar, y veo que tu vida se acerca a su término. ¿Qué caso tiene, pues, plantarla si no recibirás su fruto?
El anciano lo miró bondadosamente y luego le contestó: “¡Oh apreciable sultán! Otros plantaron y comimos; nosotros plantemos, para que otros coman”.
El sultán quedó admirado de tan gran generosidad y en recompensa le entregó una bolsa con cien monedas de oro, que el anciano tomó haciendo una profunda reverencia, a la vez que le decía: “¿Lo has visto, ¡oh Rey! qué pronto ha dado ya fruto la palmera?”
El sultán quedó aún más asombrado al ver que siendo solo un campesino le hubiera dado una sabia y pronta respuesta. Por lo que gratamente le entregó otras cien monedas de oro.
El ingenioso anciano besó la bolsa con tanto dinero y contestó prontamente: “¡Oh sultán!, lo más extraordinario de todo es que generalmente una palmera sólo da fruto una vez al año y la mía me ha dado dos en menos de una hora”.
Maravillado este sultán con esta nueva salida, rió y exclamó dirigiéndose a sus acompañantes: “¡Vámonos pronto! Si nos quedamos aquí un poco más de tiempo este buen hombre se quedará con todo mi dinero a fuerza de ingenio!”
3) Para vivir
Se precisa ser solidario con los demás, hacer las cosas no solo buscando el provecho personal, sino mirando el bien de los otros.
La palabra solidaridad procede de la voz latina “solidus”, que designaba una moneda de oro sólida, consolidada, no variable. De esa palabra se derivaron los términos: soldado, soldar, consolidar, solidez y solidaridad. Es así que la solidaridad alude a una realidad firme, potente y valiosa; es el ensamblaje de seres diversos.
En la vida social hemos de lograr ese tipo de estructura sólida mediante una vinculación solidaria de cada persona con las demás y con el conjunto. No se puede ser indiferente ante las necesidades de los demás. Cada uno podrá contribuir de modo diferente a solucionarlas según su capacidad y sus condiciones. Fomentamos esa unidad, y así se reducirán muchas injusticas y problemas que nos aquejan.