Entre los valores familiares, de acuerdo con los resultados de algunas investigaciones sobre el tema, se encuentra entre los primeros lugares el valor de la Solidaridad.
Este término se entiende aquí en su sentido original, como la adhesión a la causa de otro o el apoyo a los demás en sus necesidades. No en el concepto político que se inició con Lech Walesa, en Polonia y fue después adoptado en México.
La familia mexicana es solidaria. Si a alguno de sus miembros le va mal, si tiene algún percance, si perdió el empleo, generalmente encontrará apoyo en la familia, que harán lo que puedan por ayudarle. Esta solidaridad se expresa, sobre todo hacia la familia de origen, con la que compartimos lazos de sangre. No es tan clara hacia la familia política, aunque hay muchas personas que hacen excepciones. Un hecho notable es que esta solidaridad se extiende a los compadres. No cabe duda que las raíces católicas de nuestra cultura influyen aquí; el parentesco espiritual que generan los compadrazgos es muy fuerte, a veces más que el propio parentesco político. Los compadres son personas muy apreciadas, y generalmente se les escoge por el aprecio que se les tiene y también, en muchas ocasiones, por las posibilidades de ver por los ahijados en caso de que falten los padres.
Pero volvamos a la solidaridad. Esta solidaridad, generalmente, solo se expresa en situaciones límite. Las tragedias, los grandes problemas, nos mueven a ser solidarios con la familia. En cambio, problemas menores, pero tal vez continuos, no despiertan la misma solidaridad. Tal sería el caso del cuidado de los ancianos y los enfermos crónicos, cuyas situaciones no están en el límite, y que no generan tanto apoyo. También es cierto que esta solidaridad se ve más clara en los problemas de tipo material: enfermedades, económicos, muertes. También se da en las penas que todos sufrimos. La familia siempre es el hombro en el que podemos llorar y en donde se nos comprende y consuela. No es, por desgracia, igual de fuerte esta solidaridad en los temas de tipo espiritual, donde tendemos a no intervenir o apoyar, a menos que explícitamente se nos pida.
Donde todavía se vive como familia extendida (mas de un tercio de los hogares, según el INEGI) la cual incluye otros parientes además de la pareja y los hijos, esta solidaridad es mayor; en donde solo está la familia nuclear esta solidaridad tiende a ser menor.
La tendencia es a que la solidaridad baje en la jerarquía de valores del mexicano, lo mismo que está bajando el valor de la unidad familiar, en la medida que el aprecio por lo material está subiendo en nuestra jerarquía de valores. En efecto, la solidaridad nos hace desprendernos de lo nuestro en beneficio de otros. Tal vez no siempre sea dinero lo que damos; a veces es tiempo. Pero una actitud de valorar el bienestar material por encima de otras cosas hace que desarrollemos una manera de ser donde la solidaridad se valora menos. En este tema, a veces la solidaridad se expresa más en términos de tiempo, del tiempo que damos a los demás. En la medida que lo material sea el valor de mayor jerarquía, también daremos menos de nuestro tiempo. Después de todo, tiempo es dinero como dice el refrán. Pero también es bienestar físico, es descanso, es un espacio para nuestra diversión y placer personal. La solidaridad entendida solo como apoyo en situaciones difíciles, es incompleta. La mayor medida de la solidaridad de da cuando damos nuestro tiempo, nuestra atención, nuestro cariño, a quién lo necesita y, si se requiere, también un apoyo material.
Es muy esperanzador ver que este valor está en los primeros lugares de la jerarquía de valores de los mexicanos. Si ni siquiera con la familia somos solidarios, ¿con quién lo seremos? Y a la vez, no deja de dar tristeza darnos cuenta de que este valor, tan característico de los mexicanos, está perdiendo el lugar que tiene en nuestra jerarquía de valores.